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I N F O R M E    <NOBR>E S P E C I A L</NOBR>

Guerra a la coca

El gran reto del gobierno para este año es erradicar 50.000 hectáreas de coca que están protegidas por la guerrilla y los paras. Se avecina una batalla sin cuartel .

6 de marzo de 2000

El miercoles 26 de enero, a mediodía, la radio transmitió una noticia crucial para el futuro de Colombia. Según los cables enviados por las agencias de prensa internacionales desde Washington el presidente Andrés Pastrana se había comprometido con el gobierno estadounidense a erradicar este año lamitad de los cultivos de coca que hay en el país (unas 50.000 hectáreas).

Justo a la misma hora un campesino de la zona rural del municipio de Puerto Guzmán, en el departamento del Putumayo, rociaba con fertilizante las matas de coca que sobrevivieron a la fumigación de la avioneta de la Policía Antinarcóticos que había sobrevolado su cultivo el 23 de diciembre del año pasado. El campesino estaba desolado, rodeado por un cementerio de cientos de matas quemadas, sin hojas, como si hubieran recibido una lluvia de fuego.

Esta imagen, la de los cocales secos y marchitos, es sólo un preámbulo simbólico de lo que le espera al Putumayo en los próximos meses: una guerra frontal contra la coca que no tiene precedentes en la historia del hemisferio (ver recuadro ‘El caso peruano’).

El gobierno nacional decidió, con el apoyo irrestricto de los estadounidenses, que este departamento fronterizo sea la punta de lanza de la lucha contra el narcotráfico contemplada en el Plan Colombia. El lugar donde pondrán a prueba un proyecto piloto de desarrollo, mezcla de zanahoria y garrote, para acabar con una zona donde se concentra el 50 por ciento de los cultivos ilícitos del país y que se ha convertido en un corredor estratégico para el tránsito de armas y explosivos para la subversión.

Un noble esfuerzo que necesariamente implica eliminar la única fuente de ingreso de 13.000 familias campesinas. Ahí está latente la posibilidad de un nuevo paro cocalero igual al que ocurrió en 1996 y movilizó a más de 50.000 personas en contra del programa de fumigación del entonces presidente Ernesto Samper. Paralelamente, las autoridades encontrarán resistencia de los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) y de los miembros de los grupos de autodefensas, que de una u otra forma están involucrados en la cadena económica del narcotráfico y defenderán a bala sus intereses financieros. “El país no se imagina lo que está gestándose en el Putumayo. Es la bomba de tiempo más grave que hay en Colombia”, le dijo a SEMANA un oficial de Inteligencia de alto rango del Ejército que pidió no ser identificado.

La zanahoria para los campesinos cocaleros será el Plan de Desarrollo y Paz del Putumayo. El garrote para los cuatros frentes guerrilleros y dos de autodefensa que operan en la zona quedará en manos del Batallón Antinarcóticos del Ejército y la Policía Antinarcóticos. El batallón fue creado, entrenado y dotado durante 12 meses por el escuadrón de los Green Berets estadounidenses (que se hicieron famosos durante la guerra del Vietnam) como un cuerpo de élite para la lucha contra el narcotráfico. La Policía no se quedó atrás. La responsabilidad de 3.000 hombres y el programa de fumigación recaerá en dos pesos pesados: el general Ismael Trujillo, cerebro de la Operación Milenio, y el coronel Carlos Barragán, oficial que logró la captura de los hermanos Rodríguez Orejuela.

En el campo de batalla se encontrarán con 1.800 guerrilleros del Bloque Sur de las Farc, la unidad más combativa y táctica de esta organización.

De los resultados que se obtengan en esta ‘Guerra del Putumayo’ dependerán las estrategias gubernamentales para erradicar los cultivos ilícitos en los departamentos de Caquetá y Guaviare y en la zona del Catatumbo (Norte de Santander). Hay mucho en juego.

Para el comandante de las Fuerzas Militares, general Fernando Tapias, la erradicación de los cultivos de coca en el Putumayo tiene que comenzar cuanto antes. Según Tapias, acabar con los cultivos será sin duda el corto circuito económico para las Farc pues el 60 por ciento de sus ingresos dependen del negocio de la coca en esa zona del país. Y ese será sin duda el gran reto para los 4.000 hombres del Ejercito y la Policía que tienen la responsabilidad de llevar a cabo esta delicada y compleja misión.



La riqueza como maldición

Putumayo, que en lengua indígena significa ‘río de las garzas’, ha soportado un sino trágico por cuenta de la explotación de las riquezas de su territorio. Una bonanza se ha sucedido tras otra, siempre con los mismos resultados: las ganancias se van para otra parte o son dilapidadas de modo inmisericorde. Y parece como si con cada una de ellas aumentara la espiral de violencia. Primero fue la de la quina. Luego la del caucho (una historia sangrienta inmortalizada en La Vorágine por José Eustasio Rivera), la balata y las pieles. Siguió la época del cedro, mucha gente llegó del interior del país a resolver sus diferencias por los precios de la madera a machetazo limpio. A finales de la década de los 60 se inició el boom petrolero. La región fue invadida por buscadores de fortuna y malandros, con éstos llegaron el vicio, la delincuencia y la prostitución a gran escala. Sin embargo lo peor estaba por venir.

En abril de 1979 el narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha, ‘El Mexicano’, consiguió socios en Puerto Asís para que repartieran semillas de coca, de una variedad desconocida en el área, por donde encontraran gente dispuesta a cultivarla. Una vez puesta en la ruta no hubo manera de contener el avance de la semilla por el medio y el bajo Putumayo. “Hace 20 años un gramo de coca valía 500 pesos, en cambio un jornal de trabajo lo pagaban a 200 pesos. Por eso la gente se alocó, se desbarataron las relaciones sociales en las familias y los pueblos. Los precios se subieron. Todo el mundo se armó para cuidar el cultivo y evitar los robos cuando lo sacaran al pueblo”, cuenta un investigador del tema, nativo de la región, exiliado por amenazas de muerte, que no quiso ser identificado por razones de seguridad personal.

El oropel atrajo a las Farc. Entraron por el Caquetá el mismo año en que llegó la semilla y en un principio tuvieron sintonía con los narcotraficantes de los carteles. Con el tiempo, y gracias al dinero que recaudaron por el negocio, aumentó su fortaleza en esa región. La alianza de la guerrilla con ‘El Mexicano’ terminó hacia finales de los años 80 y desencadenó una guerra entre las Farc y los ‘Masetos’, el ejército privado de Rodríguez Gacha. Esta batalla la ganaron los guerrilleros luego de llevar a cabo la operación ‘Aquí estamos Putumayo’. No sólo estaban sino que ahí se quedaron como amos y señores durante casi toda la década de los 90. Allí se ganaron la lotería sin comprarla por cuenta de los impuestos que les cobraron a los narcotraficantes.



¿Batalla final?

En la actualidad, aunque las Farc siguen dominando e imponiendo su ley en gran parte de las zonas rurales, la situación ha cambiado por cuenta de la llegada de los grupos de autodefensa. Desde su aparición, en 1997, el conflicto se intensificó en el Putumayo. En los últimos tres años hubo en Puerto Asís y el valle del Guamuez, donde han librado una guerra soterrada, 901 muertes violentas. Esto representa, según la Defensoría del Pueblo, casi la mitad del total de muertes violentas de todo el departamento en el mismo período.

Si bien las Farc han cedido terreno sería un error menospreciar el poder militar que aún tienen y la manera como se han reforzado para combatir en dos frentes: con la Fuerza Pública y las autodefensas. Los cuatro frentes que operan en el Putumayo han recibido fusiles AK-47 nuevos, los comandantes han iniciado una agresiva campaña de reclutamiento y hay quienes afirman por esas tierras que tienen instaladas plataformas de lanzamiento para misiles tierra-aire. Sobre ese tema los altos mandos militares calculan que las Farc van a emplear en la guerra contra la fumigación de las plantas de coca misiles Sam-14. Pero todavía no hay una prueba que así lo demuestre.

En estas condiciones, y ante el hecho cumplido de que al Putumayo llegarán 3.000 policías antinarcóticos y más de 1.000 hombres del Batallón Antinarcóticos del Ejército, el panorama es cruento. “Esta guerra va a ser grande, dura y sangrienta, pero no va a durar mucho”, piensa un analista militar que quiso guardar su anonimato. El investigador consultado por SEMANA, que tuvo que salir exiliado de la zona por amenazas, tiene su propia opinión sobre lo que va a suceder: “Las Farc tienen perdida la guerra porque perdieron al pueblo, ya no están en el corazón de la gente. Al principio se ganaron a los campesinos. Ahora éstos sólo los soportan”.



Otro combate: la pobreza

Mientras las autoridades armadas y los actores en conflicto se preparan para una guerra sin cuartel los campesinos se rebuscan la manera de sobrevivir. La economía del Putumayo depende en gran medida del negocio del narcotráfico. En una escuela de una vereda del valle del Guamuez, por ejemplo, los alumnos cultivaban una hectárea de coca en un solar vecino y con el dinero que obtenían compraban todos los útiles que necesitaban. En esta zona del país la coca reemplaza el comercio de productos lícitos. Entre 1996 y 1998, según la Contraloría Departamental, bajó de 69.000 a 39.000 metros cúbicos la explotación maderera. En Puerto Asís, de acuerdo con la misma entidad, entre “1993 y 1995 se movilizaron entre 48 y 66 toneladas anuales de pescado, a partir de 1996 la movilización no ha superado las 40 toneladas”.

El problema ahora es que el negocio de la coca está paralizado. Los comerciantes se quejan y la plata ya no circula con la abundancia del pasado. Un lanchero contaba que antes se ganaba entre cuatro y cinco millones de pesos transportando pasta de coca, hoy consigue la mitad o menos. Hace seis meses las Farc decidieron sacar del camino a los intermediarios que compraban la droga y encargarse ellas mismas de la compra y venta de la mercancía. En estos momentos, y en ello coinciden las versiones de los campesinos en el área y de la Policía Antinarcóticos, la guerrilla tiene almacenados por lo menos 2.000 kilos de coca. Eso agrava la situación. El investigador exiliado tiene su propia teoría al respecto frente a este tema: “La coca ya no es un producto rentable. Los campesinos sienten que trabajan para la guerrilla y que lo que ganan no alcanza para la comida, los venenos y los jornaleros”.

En el Putumayo muchos campesinos desean cambiar sus cultivos, cambiar sus vidas, con la ayuda del Estado. De ahí que las expectativas frente a lo que sucederá una vez comience la guerra frontal contra la coca sean grandes. La cuenta regresiva para el Putumayo ha comenzado. No hay vuelta atrás.




Esta imagen satelital muestra un área de cultivos en el valle del Guamuez. Las manchas verdes son los emabrados de coca, separados por franjas boscosas que se ven rojas. Las coordenadas permitirán que la fumigación se haga con la máxima precisión para minimizar efectos secundarios.