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Hasta la Virgen entró a la lista roja

Un óleo de la Inmaculada se convirtió en la más reciente víctima de los traficantes de bienes culturales. Es un negocio que mueve millones de dólares y está acabando con el patrimonio histórico del país.

7 de diciembre de 2002

"Se busca virgen con la cabeza inclinada hacia la izquierda, labios cerrados. Sobre su cabeza tiene unos resplandores de luz y dos estrellas blancas a su alrededor. Sus manos están en actitud de oración y viste una túnica blanca. Está parada sobre una media luna y su pie aplasta una culebra enrollada".

Así describe la Interpol en su lista roja un óleo de la Virgen de la Inmaculada que fue robado hace 20 días en Popayán y puso en alerta a la comunidad internacional para evitar que alguien lo compre.

El lienzo tiene 1,90 metros de alto por 1,60 metros de ancho, es del siglo XVIII y permaneció por años en la capilla del Calvario de la iglesia de La Ermita.

"A esta hora los ladrones pueden estar comercializándola en cualquier parte del país. Su valor es incalculable", le dijo a SEMANA Eduardo Fernández, jefe del DAS en el Cauca.

En las listas de la Interpol y del FBI figuran 18.000 obras más que han sido robadas en algún lugar de mundo. Cualquiera puede consultarlas por Internet.

Y en Colombia un grupo de cazadores de bienes patrimoniales, coordinado por la Policía Internacional, tiene la misión de seguirles la pista a las 516 obras del patrimonio cultural colombiano que, junto con la Virgen, han sido robadas.

Precisamente en un reciente encuentro en Bogotá de policías internacionales y de conocedores de los patrimonios culturales e históricos, Colombia les llamó poderosamente la atención.

En los pocos días de estadía en la capital y con sólo darse una vuelta y hacer algunas visitas encontraron, a la vista de todos, varios objetos valiosos del patrimonio nacional. Hallaron figuras de guerreros de la cultura quimbaya en un anticuario bogotano. Un poporo de oro en la oficina de un ministro. Una vasija agustiniana con varios siglos de antigüedad como adorno exótico de una casa. Y una imagen religiosa colonial colgada elegantemente en un restaurante.

En el encuentro de cooperación para evitar el tráfico de bienes culturales aprendieron que el común del colombiano no sabe que al comprar una pieza arqueológica, un precolombino o una antigüedad religiosa está favoreciendo un negocio ilícito. Por cierto, uno de los más lucrativos de los últimos años.

Es más, hasta hace un año el Museo del Oro del Banco de la República financiaba la guaquería y, en varias décadas, llegó a comprar 51.000 piezas precolombinas, que obviamente forman parte del patrimonio cultural, y vendía muchas como si fuera una galería particular.

"Me da mucha pena cuando hablo de eso con otros arqueólogos internacionales porque el Museo del Oro podrá tener una colección divina de precolombinos pero da lástima que de esas piezas no se ha estudiado ni su historia ni sus antepasados", dice Víctor González, coordinador de arqueología y patrimonio del Instituto de Antropología.

Esta entidad estatal es la encargada de investigar, registrar y proteger los objetos que forman parte del patrimonio, no como obras de arte exótico sino como la memoria de un pasado que no debe ser retirado de sus sitios de origen.

Es una tarea titánica la de evitar que esto suceda. Por más que las autoridades intentan evitar el saqueo de los parques arqueológicos y las tumbas indígenas cerca de 16.000 piezas salen de Colombia al año, ilegalmente, según datos de este Instituto.

Para evitar ese desangre de la historia del país cursa en el Congreso un proyecto de ley que busca penalizar el saqueo del patrimonio arqueológico. Si se aprueba, esto implicaría que los tradicionales guaqueros -hoy poseedores de miles de piezas precolombinas y de valor cultural- tendrían que devolver esos bienes a la Nación y buscar otro oficio. A partir del próximo año pagarían con cárcel la venta de los tesoros desenterrados.

Y si para un colombiano común y corriente es normal tener en su casa como adorno un precolombino, para cientos de familias buscar guacas ha sido una tradición que ha pasado por varias generaciones.

Jacinto Pérez puede ser el ejemplo más ilustrativo.

Su padre le enseñó desde niño que la Semana Santa es la época perfecta para buscar tesoros escondidos y se dedica a esto desde hace 35 años.

"Habemos (sic) un grupo que trabajamos en el parque arqueológico de San Agustín en el Huila. Desde el miércoles hasta el sábado santo, que son los días en que los entierros iluminan", dice Pérez. Nos vamos unos tres o cuatro hombres y nos sentamos en una piedra desde las 9 de la noche hasta la madrugada. En la Semana Santa pasada sacamos 18 guacas llenitas de oro".

Para Jacinto guaquear es todo un arte. Se viste especialmente antes de salir: botas de caucho, doble pantalón, chaqueta de cuero, casco y tapabocas.

" Nos metemos en el monte y nos tenemos que proteger de las culebras. A las 3 ó 4 de la madrugada es la hora en que las guacas iluminan. Si aparece una luz azulita y roja, ahí está el entierro y lo marcamos con un manojo de palos amarradito a un cordón. Pero no sacamos el tesoro ahí mismo. Tenemos que esperar a que pasen los días santos porque las guacas sueltan por esos días un gas que lo puede a uno enloquecer. Por eso usamos los tapabocas".

El guaquero encontró a 10 metros de profundidad un poporo de oro y piedras sueltas con las que armó un collar y varios torsales o anillos precolombinos y muchas vasijas, cerámicas y artefactos de piedra. Dice Jacinto que es mejor vender el oro a los extranjeros porque en las joyerías colombianas lo pagan muy mal.

Para él guaquear es una profesión pero para las autoridades es una compleja cadena comercial, difícil de romper, que atraviesa todos los círculos sociales. Guaqueros, galeristas, coleccionistas nacionales y extranjeros se lucran de un mercado que va en detrimento de los bienes culturales.

"Cualquier persona que compre o venda estos bienes comete un delito, dijo Adriana Mejía, ministra encargada de Cultura. No existe una conciencia entre los ciudadanos de lo que significa esto para el patrimonio cultural".

El arqueólogo Víctor González, quien comparte esta posición, sostiene que el daño que se le hace al patrimonio arqueológico y la reconstrucción del pasado con la guaquería es irreversible.

"Las galerías son los enemigos de los arqueólogos, trabajan una doble moral. En Bogotá hay en la farándula cuatro coleccionistas de precolombinos. La elite compra las piezas en subastas organizadas en clubes privados y, para completar, hay guaqueros que tienen sus sitios clandestinos en las ciudades llenos de historia", explica González.

Este arqueólogo, que ha localizado 60 tumbas en San Agustín, todas saqueadas, lucha con las uñas para reconstruir la herencia patrimonial, pero siente que está perdiendo la batalla.

El no es el único. El Estado colombiano viene peleando desde hace 13 años con la casa de subastas Bruun Rasmussen de Dinamarca para recuperar una escultura quimbaya hurtada el 31 de diciembre de 1998 y que es orgullosamente exhibida en la portada de su catálogo.

La pronta acción de la embajada colombiana en Copenhaguen detuvo la subasta de la pieza. Sin embargo la prestigiosa galería se niega a devolverla y ni el gobierno danés, ni la Interpol, han podido intervenir porque Dinamarca no ha firmado el convenio de la Unesco que permite repatriar los bienes patrimoniales.

Pero si de galerías internacionales se trata no es sino entrar a Internet a www.ebay.antiquities.com, www.medusa-art.com o www.caddotc. com y se encuentran precolombinos y cerámicas agustinianas de 30.000 dólares o más.

Recientemente se logró detener un cargamento de piezas arqueológicas que contenían objetos de uno de los hallazgos arqueológicos recientes más importantes de la cultura malagana que iba a salir por Cartagena. Cada una de estas piezas se vende en el mercado negro entre 20.000 y 30.000 dólares. Aunque la cultura malagana es aún desconocida sus piezas han comenzado a aparecer en las colecciones privadas y de museos.

El entierro malagana, en el Valle del Cauca, fue saqueado en una forma lamentable. Hace 10 años un tractor destapó una tumba que contenía piezas de oro como ajuar funerario y este hallazgo fortuito desató la guaquería masiva y la violencia en la región. Fueron saqueados y destruidos entierros, huellas de viviendas, eras y terrazas de cultivo prehispánicas. Se perdieron piezas de oro, cerámica, piedras y restos humanos, como también toda la información que habría permitido reconstruir la historia de las comunidades que habitaron esta región del país.

Un coleccionista pretendió sacar piezas de este hallazgo arqueológico del país con una trampa. Contrató la fabricación de réplicas exactas de más de 100 vasijas decoradas y obtuvo del Instituto de Antropología el certificado de que se trataba de réplicas. Pero al aeropuerto de Cartagena llegó con las piezas originales. Con tan mala suerte que las autoridades aduaneras no sabían distinguir entre originales y artesanías y pidieron un peritaje al Instituto, con lo cual se evitó que una parte muy valiosa de la historia aún desconocida de la cultura malagana se fuera para siempre de su tierra.

Sin que las autoridades ni la prensa se enteren, en Colombia pueden estar sucediendo hoy muchos más malaganas. Pero el país no va a empezar a cuidar su patrimonio hasta tanto el colombiano del común no tome conciencia de que es su historia la que se pierde con este negocio ilícito -el tercero más lucrativo después de las drogas y las armas- y que no hay utilidades que lo justifiquen.