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En total siete estudiantes terminaron en el hospital con graves lesiones.

DRAMA

La batalla de Boyacá

Una absurda marcha violenta hizo que la principal universidad de Boyacá se convirtiera en el espantoso campo donde cayeron varios estudiantes mutilados. Un joven murió, otros tendrán lesiones de por vida.

24 de marzo de 2012

El adjetivo 'dantesco' es el que mejor se ajusta a lo que ocurrió el pasado martes en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Tunja. Nunca había ocurrido nada igual en sus predios en 60 años de historia, y tal vez tampoco ningún otro centro académico del país había sido testigo de una jornada tan lamentable.

En esta sede, donde estudian 24.000 universitarios, cada 20 de mayo, con la disculpa de 'conmemorar' un luto -la muerte de Tomás Herrera ocurrida hace 25 años-, encapuchados arengan y se enfrentan a la Policía. Por eso pocos se sorprendieron cuando los encapuchados aparecieron en la plaza de la Universidad, llamaron la atención con papas bombas, repartieron panfletos y se dirigieron a la entrada sobre una de las arterias viales de Tunja. Eran poco más de las once de la mañana cuando se volcaron a la calle y tuvieron escaramuzas con la Policía. "Hasta ahí, lo de siempre", dicen. Pero luego vino el infierno.

En un momento, cuando los encapuchados ingresaron de nuevo a la Universidad gritando consignas y la Policía avanzó para recuperar la vía, una detonación estremeció la zona. Por segundos todo quedó en silencio, hubo aturdimiento general y una breve humareda hizo de telón del horror. Al disiparse, apareció tendido un joven despedazado y bañado en sangre. Se trataba de Ricardo Molina, de 24 años, la ropa en jirones, el brazo izquierdo hecho un muñón. A pocos metros, estaba Carlos Fabián Chaparro, que miraba consternado su pie derecho mutilado mientras movía la cabeza diciendo "no". La detonación hizo volar por el aire a otros muchachos, que fueron recogidos por sus compañeros. Los llevaron más adentro de la Universidad. Uno, Cristian Alvarado, tenía el ojo derecho estallado y varias heridas en el rostro; otro, un trauma cráneo encefálico leve, y uno más, sufrió una fractura abierta en el pie derecho.

Ricardo fue trasladado de emergencia en una ambulancia de la Policía y Carlos, en una camioneta de la Alcaldía. Otras ambulancias se negaron a entrar por temor. Para sacar a los otros heridos fue necesaria la intervención de la Personería. En total, al hospital ingresaron siete estudiantes con graves lesiones. El CTI practicó el levantamiento de dedos y tejidos dispersos. Colgando de un árbol hallaron un pie. Entre tanto, Ricardo fue sometido a una serie de operaciones. En la última, los médicos le extrajeron perdigones que le estaban produciendo una infección. A las once y diez de la noche del miércoles falleció.

La Universidad declaró tres días de duelo y cientos de estudiantes marcharon con velas encendidas, en completo silencio, desde el claustro hasta la funeraria donde la familia de Ricardo lloraba su tragedia. El estudiante cursaba cuarto semestre de Licenciatura, vivía con dos hermanos menores y su madre, que atiende un puesto en el mercado de Tunja.

Por el momento, las autoridades tienen identificados seis grupos de encapuchados que generan disturbios en la Universidad. Entre esos, el Movimiento Juvenil Bolivariano, Movimiento Upetesista Revolucionario, Kombativos sin rostro y el Movimiento Jaime Báteman, este último fue el que lideró la protesta el martes. La hipótesis que se perfila es que una de las mochilas que los agitadores cargaban llena de papas bomba se accionó accidentalmente por la fricción. SEMANA habló con varios estudiantes que presenciaron los hechos y estos afirman que no es claro qué ocurrió.

El jueves hubo consejo de seguridad. El diagnóstico es que los enfrentamientos con la fuerza pública han ido en aumento y son cada vez más irracionales: los detonantes que lanzan los encapuchados llevan fragmentos de metales, arandelas y tornillos.

José Daniel Wetter, líder estudiantil, se duele porque estos hechos, además, desdibujan las marchas estudiantiles que sorprendieron al país al dejar atrás la violencia, para dar prioridad al ingenio y los debates juiciosos con lo que congelaron la reforma a la educación.

Lo más paradójico es que Tomás Herrera murió hace 25 años en un enfrentamiento con la Policía cuando casi todo Boyacá protestaba por un aumento del 100 por ciento en las tarifas de transporte. Y esta vez Ricardo murió como por nada.