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LA GUERRA ES A MUERTE

Con el asesinato del coronel Jaime Ramírez, la mafia demuestra que está dispuesta a todo.

22 de diciembre de 1986

El coronel Jaime Ramírez sabía que lo iban a matar, pero siempre consideró que les quedaría muy difícil. Con frecuencia afirmaba que cuando se fuera a producir su asesinato habría muchos muertos o que la única forma en que se podría era con un bazucazo. Se jactaba de ir adelante de sus perseguidores. Cambiaba permanentemente de escolta y de ruta y andaba en un Mercedes blindado especialmente regalado por la Embajada americana.
Ni su instinto de conservación, ni la fortaleza de su escolta, ni el conocimiento de las tácticas empleadas por sus enemigos, evitaron que Ramírez cayera de la forma más tonta, comparada con el combate que él mismo presumía. Para algunos, el hecho de haber dejado hacía poco la dirección de Narcóticos le pudieron dar una confianza excesiva en su seguridad personal, pero otros insisten en que su desprotección en el día de su muerte fue soplada desde adentro de la institución. En efecto, el lunes 17 de noviembre, Ramirez no estaba en su carro blindado ni con sus escoltas. "Esos servicios de seguridad los tenía 360 días al año", dijo a SEMANA un allegado. Y precisamente en uno de esos días de ausencia de escoltas cuando regresaba de Sasaima a Bogotá, después de pasar el puente con su familia, a 300 metros del retén de Facatativá, lo estaban esperando sus asesinos, le dispararon ráfagas, él desvió el rumbo del campero que conducía y, ante la impotencia de Ramírez, de su esposa y de sus dos hijos, los sicarios lo remataron y huyeron después en un carro que había sido robado en Medellín hacía varios días. Una muerte asi tomó por sorpresa a los organismos de seguridad y causó estupor entre los representantes del gobierno de Estados Unidos en Bogotá.
Y es que tal vez Ramírez era más importante para los Estados Unidos que para Colombia. Se había convertido en una de las máximas figuras mundiales en la lucha antidroga y por eso no resultó raro que al día siguiente de su asesinato, la bandera de los Estados Unidos fuera izada a media asta en la Embajada norteamericana en Bogotá. No solamente moría el hombre que con más valor se había enfrentado y que más golpes le había asestado al narcotráfico, sino el hombre mejor informado en el mundo sobre esta actividad delictiva.
En el entierro de Ramírez surgieron, otra vez, las declaraciones de duelo y las advertencias perentorias: que no se permitirá que el país caiga en manos de los violentos y de los narcotraficantes, dijeron, al unísono, el consejero presidencial para la Reconciliación, el ministro de Gobierno, el de Justicia, el presidente Barco. Pero, otra vez, la sensación que quedaba es que el asesinato del coronel era, tal vez, el trofeo más preciado que desde hacía años venían buscando los grupos de narcotraficantes por lo que representaba en la persecución y por su vínculo con los Estados Unidos y con sus propósitos de extradición. Y es que ahí, en la extradición de colombianos hacia Norteamérica, es donde sigue residiendo el punto clave en este desangre que supera ya las imágenes de violencia de "El Padrino" .
El mismo día en que asesinaron al coronel Ramírez, el busto de Rodrigo Lara Bonilla en la Avenida 127 de Bogotá, donde fue asesinado, fue dinamitado y posteriormente, arrastrado desde uno de los carros de los autores del "atentado". Y ahí, en el sitio, dejaron constancia de su motivación: están y estarán contra todo aquello que signifique apoyo a la extradición.
Esa constancia se vio reforzada después, a mediados de la semana, cuando a las redacciones de los medios de comunicación llegó un comunicado de "Los Extraditables", originado en Barranquilla y bajo el lema "preferimos una tumba en Colombia a un calabozo en los Estados Unidos". En él no quedan dudas respecto del origen de las balas contra Ramírez: "Prometemos en forma solemne, ante la Iglesia Católica y ante el pueblo colombiano, que prohibiéndose jurídicamente la extradición de nacionales, suspenderemos de manera inmediata nuestras acciones militares contra los extraditadores", dice uno de sus apartes.

CARRERA ANTINARCOTICOS
Durante su carrera le había tocado lidiar con los más "duros" de cada momento. No sólo contra las bandas de asaltantes y atracadores de los años sesenta y las de secuestradores de los setenta cuando se desempeñaba como jefe del F-2 y de la Policía Judicial, sino contra las organizaciones del narcotráfico de la última década. "El Caleño", "Fernandel", "El bobo Orlando", "El Alacrán", "El Mono Trejos", fueron algunos de los asaltantes bancarios que tuvieron que vérselas con él y en la mayoría de los casos salir mal librados.
Ramírez se consideraba uno de los hombres que más conocía el hampa y a quien ésta más conocía. Insistió siempre en que durante treinta años le había tocado combatir en una u otra forma, a los mismos antisociales que cada vez perfeccionaban sus métodos y sus modalidades delictivas.
Se caracterizó por una rigidez en los principios y un agudo olfato para detectar los movimientos de sus enemigos. Manejaba la idea de que los antisociales eran un cuerpo con varias organizaciones y los ubicaba en diversas clasificaciones. Con frecuencia decía entre sus amigos que los narcotraficantes eran algo así como los hampones con grado de general. Afirmaba que a medida que él avanzaba en su carrera militar, los delincuentes habían hecho lo mismo y que los antiguos atracadores y secuestradores eran hoy los traficantes de droga.
El narcotráfico se convirtió en su obsesión. En cierta medida lo tomó como un reto profesional, ya que consideraba que era el delito de más alto calibre del momento y que enfrentarse a él, era verdaderamente una tarea para hombres dispuestos a sacrificarlo todo. "Aquí todo el mundo se vende", afirmaba permanentemente cuando se refería a la lucha contra las drogas.
Su lucha contra el tráfico de estupefacientes se inició a comienzos de la década de los setenta cuando una banda de hippies extranjeros invadieron las calles de Bogotá, y se dedicaron al canje de ácidos por marihuana y cocaína. Apenas llegó el caso a sus manos, se ingenió un plan en el que en menos de dos semanas cayó prácticamente toda la red de distribuidores mechudos. Posteriormente fue el encargado de dar captura al conocido traficante de drogas apodado "El Mocho" y desbarató una de las primeras y más poderosas bandas del narcotráfico.
En 1978, cuando se lanzó una exitosa ofensiva contra los traficantes de marihuana de la Costa Atlántica, Ramírez tuvo un papel determinante y se anotó uno de los hits que comenzaron a valerle la confianza de los organismos antidroga norteamericanos.
En su corta pero sustanciosa estadía en el departamento de la Policía de Antioquia, tuvo la oportunidad de presenciar el fenómeno in crescendo de la mafia antioqueña. Vivió de cerca el proceso industrial que le imprimieron los paisas y conoció los "récords" de sus más fieles exponentes. Fue por esto que cuando se encontraba al frente del departamento antinarcóticos de la Policía y contaba con el apoyo del entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, supo dar en el blanco y asestar los más duros golpes contra las organizaciones de narcotraficantes. No hubo un allanamiento ni requisa a cualquier hora de la noche que no se hiciera con el apoyo de Rodrigo Lara. Donde fuera, se encontraba un juez para que diera la orden de allanamiento ipso facto, cuando Ramírez lo necesitaba.
La llave que formaron Lara y Ramírez se convirtió rápidamente en el martillo que golpearía directo a la cabeza del narcotráfico. En cadena y en coordinación con los satélites norteamericanos, lograron ubicar los más grandes laboratorios de cocaína que se conocieran en el mundo hasta ese momento: Villa Coca y Tranquilandia, en los llanos del Yarí. Decomisaron cerca de 18 toneladas de cocaína que se encontraban listas para ser despachadas a los Estados Unidos y destruyeron centros de producción que tenian capacidad para generar hasta 30 toneladas mensuales de coca.

RENOMBRE INTERNACIONAL
Cuando el problema de la droga se internacionalizó y los Estados Unidos comenzaron a tomar cartas en el asunto, Ramírez también se internacionalizó. Fue uno de los primeros en entender que la lucha contra una "multinacional del crimen", como él la llamaba, no podía darse localmente. Por eso, fue pionero en Latinoamérica de la utilización de los recursos que brindaba la DEA para combatir el narcotráfico.
Bajo su dirección, logró constituir el grupo más poderoso que existe en Colombia en materia de lucha contra el crimen organizado. Con la ayuda del gobierno de los Estados Unidos, consolidó un completo archivo de información sobre los movimientos del narcotráfico y consiguió los equipos de comunicaciones y armamentos más modernos que existían en ese momento para estas operaciones. Fue el hombre clave para el desmantelamiento de las redes que manejaban la ruta del éter en el país y contribuyó notablemente a poner al descubierto las complejas conexiones del tráfico de estupefacientes del sur del continente y México.
Poco a poco se fue convirtiendo en el hombre más importante de Latinoamérica en la lucha antidrogas.
Mientras se desempeñaba como director de Narcóticos en Colombia, fue asesor de las policías de Bolivia Ecuador y Perú. El nombre del coronel Jaime Ramírez se volvió una leyenda en los medios policiales de países como Inglaterra, Alemania y Estados Unidos y gracias a su actividad no fueron pocas las felicitaciones y condecoraciones a que se hizo acreedor.

Pero no solamente se hizo merecedor a condecoraciones y medallas. Su postura radical en el terreno operativo equiparable a la de Lara Bonilla en el campo jurídico, lo colocaron en la mira de los narcotraficantes. Después de las operaciones del Yarí, él mismo descubrió un plan dirigido a matarlos a ambos. Ramírez se encargó de seleccionar la escolta que debería acompañar al entonces ministro y organizó una contraofensiva para dar con los organizadores del crimen. En esa ocasión estuvo a punto de pescar al grupo principal de sicarios, pero falló a causa de la acción de un contrainformante. Después del asesinato del ministro, él sabía a ciencia cierta que sería el segundo en esa lista y resolviá salirles adelante a sus pistoleros. En una ocasión supo de algún traficante costeño que planeaba matarlo y la buscó en su oficina personalmente para decirle que estaban en condiciones desiguales. Que mientras él estaba pensando en encontrar la forma de encarcelarlo, el traficante de drogas pensaba matarlo. Así las cosas, le proponía que si él quería, se mataran. A partir de ese momento, las pretensiones de su enemigo parecieron terminar.
Sus amigos eran muy pocos y él tenía una especie de teoría frente a ellos: "Cuando las grandes sumas de dinero y las amenazas de muerte están de por medio, el núcleo de amistad queda reducido escasamente a la familia". La mayoría de sus amigos se encontraba fuera de Colombia y particularmente en los Estados Unidos alrededor de los círculos que se dedicaban a la lucha contra las drogas. Sus méritos, reconocidos por estos, más bien le producían algunos enemigos en el país. Inclusive dentro de la Policía parecía haber despertado algunos celos debido a su éxito internacional. Algunos de sus más cercanos sostienen que extrañamente a Ramírez le habían truncado la carrera por el generalato más de una vez.
Fuera de lo aterrador del crimen en particular. Este plantea una situación aún más aterradora: el narcotráfico le ha declarado la guerra a muerte a sus enemigos. En los últimos 30 días han tenido lugar tres atentados directamente atribuibles a la mafia, el frustrado contra Alberto Villamizar y los dos asesinatos contra el juez Gustavo Zulúaga Serna en Medellín y el coronel Jaime Ramírez.