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LA NOCHE DE LOS GENERALES

SEMANA revela la verdadera historia detrás del relevo en Mindefensa

20 de febrero de 1984

En las tres semanas que lleva corrido el año, el Presidente Betancur le cambió la cara al país. Primero lo conmocionó con sus medidas sobre la banca privada, y cuando este chaparrón aún no menguaba, desató la segunda tormenta ocasionando el cambio del ministro de Defensa y removiendo buena parte de la cúpula militar.
Para quien hasta mediados de la semana pasada fuera ministro de Defensa, el general Fernando Landazábal, la mala racha se desató el 4 de enero en la noche, cuando ante las camaras de televisión, y respondiendo preguntas de Margarita Vidal, le advirtio al país que "se acostumbraría a escuchar a sus generales". Y cumpliendo con su propia advertencia, procedió a hacer una serie de comentarios donde cualquier observador agudo percibía diferencias de fondo y de forma con el Presidente de la República.
La acogida que en los medios de comunicación y en vastos sectores de opinión tuvieron las declaraciones televisadas del entonces ministro, fueron interpretadas por otros Generales como una luz verde para que el país también "comenzara a oírlos" a ellos.
El 5 de enero el Comandante de la V División, mayor general Oscar Botero, ahondó en las duras críticas de Landazábal a las consecuencias de la amnistía y dijo que ésta habría sido "completamente negativa". El viernes 7, al conceder una entrevista al Noticiero de las 7 de Juan Guillermo Ríos, el general Gustavo Matamoros -hasta ese momento considerado hombre hermético y parco en declaraciones- se desvió de su estilo al opinar que "es un imposible moral tener relaciones diplomáticas con Cuba", y metió brasa en el tópico de las relaciones exteriores, considerado de exclusiva competencia del Presidente. En los días que siguieron, no hubo periódico que no registrara en su primera página las declaraciones de algún alto militar. Entre otras, resonaron las de los generales Jaramillo Berrío y Díaz San Miguel.
La situación llegó a tal punto, que aún diarios que, como El Tiempo, habían saludado inicialmente la nueva tónica de los militares, empezaron a advertir que los generales estaban exagerando. A todas estas el Presidente permanecía callado, y aparentemente absorto en el delicado manejo de la crisis del Grupo Grancolombiano, pero, según pudo establecer SEMANA, ya estaba dando los pasos previos para romper su mutismo y desencadenar la crisis militar, como en efecto lo haría el miércoles 17.

Audiovisual en Palacio
No hubo nadie en el país que dejara de informarse sobre lo que sucedió ese miércoles, pero contadas personas conocen las intimidades de los días anteriores y posteriores.
Ocho días antes, el miércoles 10, los altos mandos del ejército, que habían convocado al Presidente y sus ministros a una reunión secreta en la sala de proyecciones de Palacio, hicieron una amplia y enfática exposición, de una hora y cuarto de duración, de su visión sobre los que consideraban apremiantes conflictos internos y externos, y sobre la relación entre la seguridad y la defensa nacional y la situación centroamericana y del Caribe.
En dicha reunión el general Jaramillo Berrio hizo una alarmante exposición sobre la situación de orden público, y el general Gómez Jáuregui centró su informe en las posibilidades de que Nicaragua invadiera San Andrés y planteó que en dicha eventualidad, los Estados Unidos serían el único apoyo con que contaría Colombia.
El general Molano ilustró con diapositivas la situación de la guerrilla -grupo por grupo- después de la amnistía. La intervención del general Landazábal versó sobre la situación general del país y de la política exterior, desde el punto de vista militar. El denominador común de todas las exposiciones, fue enmarcar los distintos tópicos dentro del conflicto este-oeste. Curiosamente, las dos divergencias concretas entre el gobierno y los militares que fueron ventiladas en las declaraciones públicas de los generales, las relaciones con Cuba y las negociaciones de paz, fueron cuidadosamente eludidas durante la reunión.
Aunque la reunión se llevó a cabo en tono cordial, una reacción del Presidente dejó entrever lo molesto que estaba: cuando en una parte de su exposición los militares pretendieron darle su visto bueno a la gestión del Presidente en Contadora, este les aclaró serenamente: "Yo no necesito permiso de nadie para el manejo de la política exterior".
Al término de la reunión, el Presidente expresó que había tomado nota de sus inquietudes, y que les daría respuesta en un documento ocho días después, en la reunión ordinaria del Consejo Nacional de Seguridad.
A la salida algunos de los ministros quedaron con la impresión de que aunque no lo habían planteado abiertamente, el mensaje de los militares era que la gravedad de la situación de orden público se debia a la ley de amnistía.
Antes de despedirse, Betancur advirtió el carácter estrictamente reservado de la reunión.
Sin que el país tuviera idea, transcurrieron ocho días de gran tensión y expectativa para el reducido grupo de personas que habían hecho parte de la reunión. El miércoles 17, a las 7 de la mañana, los militares asistieron a la citación del Presidente convencidos de que tendría el mismo carácter reservado de la anterior. El clima era tenso. El Presidente trató de romper el hielo abriendo una charla informal sobre los recientes proyectos del ministro de Trabajo. Después entraría en materia con una lacónica frase: "Aquí les traigo un documento que quiero leerles".
Tal documento resultó ser una bomba, y lejos de mantenerse en secreto, fue entregado a los medios de comunicación por la oficina de prensa de la presidencia.
Desde la primera frase, Betancur dejó estufefactos a quienes lo escuchaban: "No es lo mismo mandar en una universidad que en un regimiento. Toda la vida de ustedes ha estado dedicada a aprender a obedecer y, como consecuencia, a saber mandar, cuando les llegue su tiempo, pero a mandar personas que no deliberan sobre sus órdenes ni las discuten. Es un ejercicio radicalmente distinto al mando en la vida civil. Después de esta cita de Alberto Lleras siguió un enérgico pronunciamiento contra la deliberación y la participación en política por parte de los militares, ejemplicada con duros símiles como el de que así como el Presidente no podría comandar un regimiento de caballería, porque trataría de recoger las opiniones de los soldados y hasta "los sentimientos de los caballos": los militares no podían mandar sobre gentes con posibilidad de deliberación. Ies dijo que "cuando entran a deliberar, entran armados", lo cual hace que no vayan tras el entendimiento, sino tras el aplastamiento. En medio de su discurso, hilbanaba una serie de frases de uno pronunciado por el ex presidente Lleras Camargo en 1958, equiparando así la importancia del momento histórico, a la de aquel vivido recién caída la dictadura de Rojas Pinilla, cuando con el Frente Nacional el poder civil se volvía a imponer sobre el militar.
Entre las frases que Betancur aportaba de cuño propio, había una que apuntaba directamente a la cabeza dd ministro de Defensa, quien ya había cumplido el tiempo reglamentario de servicio: el Presidente alabó el gesto de los jefes militares que, llegada la hora, le abren campo a quienes los siguen en jerarquía.
Para cerrar, Betancur dejó clara de una vez por toda su posición frente a la paz, afianzando así una posición que había sido reiteradamente cuestionada por los altos mandos militares: "en la búsqueda de la paz hay en mí un vasto horizonte de perdón y una capacidad inmensa de reconciliaciones... "

EL ADIOS DE LANDAZABAL
Aún sin salir de su asombro, ministros y militares comenzaron a abandonar Palacio en silencio, y se negaron a dar declaraciones a los periodistas a la salida. Hubo una excepción: el general Gustavo Matamoros, hasta ese momento comandante de las Fuerzas Militares, a quien el Presidente retuvo por el brazo diciéndole:
"Usted se queda conmigo". Los dos hombres hablaron a solas durante 40 minutos, y el Presidente habría tanteado la posición de Matamoros frente a la posibilidad de reemplazar a Landazábal.
Mientras tanto, la mayoría de los ministros se reunió en el ministerio de Gobierno, y los Generales hicieron lo propio en el de Defensa. Por un momento hubo dudas sobre a cual de las dos reuniones asistiría Landazábal, pero éste se dirigió a su despacho. Cuando llegó, los oficiales ya estaban al tanto de las novedades y había cierto descontento, pero no se respiraba demasiado malestar. Los coroneles que rodeaban al general Landazábal se sorprendieron al ver la serenidad con que éste se sentaba a redactar su carta de renuncia. Nada en su expresión reflejaba drama ni disgusto. Cuando los más allegados se le acercaron, él eludió discutir la situación y se limitó a decirles: "Acabo de redactar mi carta de renuncia al Presidente, y le he pedido una cita para conocer su respuesta". La cita quedó fijada para las cuatro de la tarde y hasta esa hora el general Landazábal se dedicó a escuchar informes administrativos que le presentaron sus subalternos.
Mientras tanto, en el mismo edificio, el general Matamoros seguía consultando la situación con el alto mando, Landazábal llegó unos minutos antes de las cuatro a Palacio, y tuvo tiempo de tomarse un tinto en la secretaría privada de la presidencia antes de que Betancur saliera de su despacho a recibirlo. El Presidente había dispuesto en su agenda suficiente tiempo para una reunión larga, y sin embargo ésta no duró sino 20 minutos. Según fuentes informadas, el tono fue de "dignidad, nobleza y comprensión" de parte y parte, y no hubo el menor conflicto entre el Presidente y su ex ministro. Landazábal le habría expresado a Betancur que su posición frente a los tópicos discutidos en días pasados no variaba, y que por tanto renunciaba en aras a no ocasionar un conflicto institucional ni en el gobierno ni en las Fuerzas Armadas. Pedía por tanto que se aceptara su retiro tanto del ministerio como del ejército.
Pocos minutos después de que abandonara Palacio, estaba firmado el nombramiento del general Matamoros. Simultáneamente éste se había reunido con el Estado Mayor y la Comandancia de las cuatro armas, los comandantes de brigada y de división. Según un rumor que tomó vuelo, y que más tarde fue publicado por El Espectador, el Presidente habría enviado -aparentemente con el comandante de la Policía, general Delgado Mallarino- un mensaje a dicha reunión, advirtiendo que, de no haber rápida aceptación al nombre de Matamoros, él estaría dispuesto a nombrar un ministro civil. Ante esta posibilidad, los militares habrían dirimido rápidamente sus contradicciones y aceptado la propuesta inicial.
De esta manera no perdían su ministerio y de todos modos Matamoros, al ser el sucersor jerárquico inmediato de Landazábal, significaba una sucesión sin demasiados traumatismos. A todas estas, Landazábal, sólo, se recluyó en su despacho a ver los noticieros de la noche, después de lo cual se fue para su casa. Salía en silencio, pero con un prestigio innegable en amplios sectores.

¿QUE PASO?
Un observador desprevenido que hubiera presenciado los acontecimientos en Colombia durante los últimos 20 días, llegaría a una conclusión desconcertante: en este país macondiano la gente se entusiasma cuando los militares hablan, y se entusiasma también cuando los callan. Así, los periódicos que dijeron "por fin habló el General" después del pronunciamiento de Landazábal, exclamaron tras el discurso en que Belisario le movía el piso: "por fin actuó el Presidente" .
Si el argumento central para precipitar en este momento una crisis en el ministerio de Defensa era la actitud deliberante asumida por los militares. ¿Qué diferencia podía haber entre tener en el cargo a Landazábal o a Matamoros, siendo que los dos habían hecho, en la misma semana, pronunciamientos igualmente notorios?
A este respecto las diferencias son sutiles pero sustanciales. Frente al pecado de la deliberación, Landazábal sería un "promiscuo" mientras que de Matamoros sólo podía decirse que había "cometido un desliz". Efectivamente, el primero es un sociólogo acostumbrado a polemizar, autor de libros, forjador de frases y orador brillante, mientras que Matamoros es un militar de la más recia escuela prusiana, abanderado ante todo de la disciplina y del rigor castrense. Mientras que los actos deliberativos de Landazábal iban in crescendo desde sus famosos editoriales, Matamoros, antes de su arrebato sobre las relaciones con Cuba, no tenía mayores antecedentes en intromisiones en terrenos del Presidente.
Por otro lado, los temas en que incursionaron uno y otro no tenían la misma trascendencia dentro de la actual coyuntura política. Una lectura cuidadosa de las declaraciones televisadas de Landazábal muestra con claridad que la tesis central de éste era un no rotundo a continuar con la tónica de la amnistía. En una especie de balance personal del proceso reciente, el entonces ministro descalificó la reunión del Presidente con el M-19 en Madrid diciendo que su único resultado real había sido el secuestro de su hermano, y se adelantaba a bloquearle el camino a un eventual acuerdo del gobierno con las FARC con el argumento de que Tirofijo y sus seguidores, al no haberse acogido a la amnistía, eran delincuentes comunes con los cuales no se podía ni se debía dialogar. Matamoros, en cambio, se había metido con un tema que si bien es espinoso, el de Cuba, no es -como sí el de la paz- el eje mismo del programa presidencial. Esto le permitió a Betancur, ya desde su discurso del miércoles, dejar una puerta abierta para el entendimiento con este General, al puntualizar que por ahora el gobierno no tenía intenciones de restablecer relaciones con Cuba. A cambio de ésto Matamoros, desde el mismo momento en que accedió a ser ministro después del tirón de orejas, aceptaba tácitamente someterse a las reglas del juego impuestas por el Presidente.
Tan pronto como se definió el nombre del nuevo mindefensa, el Presidente procedió a dar un paso más en el afianzamiento de su autoridad. Llamó a calificar servicios a los generales Jaramillo Berrío, Lema Henao y Angel José Gómez, Miguel Vega Uribe, ascendió a Comandante de las Fuerzas Militares, Rafael Obdulio Forero a Comandante del Ejército y Augusto Moreno a Comandante de la FAC. Con esto dejaba claro que el cambio no era de un sólo hombre, sino de toda la cúpula, y que él era quien ponía todas las fichas.
Quedaba una incógnita por resolver: ¿porqué prefería Betancur a Matamoros sobre Landazábal, si el primero siempre había sido considerado de linea dura, mientras que Landazábal era visto como línea belisarista? La clave residia en que el belisarismo de Landazábal frente al problema del orden público y la amnistía habia sido errático y era cada vez más ténue. El ex mindefensa había comenzado como uno de los más "duros" del Ejército, a tal punto que a su oposición radical se atribuye el torpedeo a un posible acuerdo de la comisión de paz del gobierno anterior, presidida por Carlos Lleras. Luego, cuando Betancur subió al poder, pareció existir una coincidencia ideológica entre los dos hombres que les permitió un acercamiento temporal, que se tradujo en el deslizamiento de mindefensa de la linea dura hacia la blanda. Esto comenzó a tener repercusiones para su imagen dentro del ejército, en la medida en que el sector castrense se impacientaba con las concesiones del Presidente frente a la subversión. Landazábal trató de recuperar el terreno perdido reubicándose hacia la derecha, tendencia que quizo hacer claramente patente en la entrevista con Margarita Vidal. Mientras estaba en esta cuerda floja lo que logró fue debilitarse ante los dos campos: el gobierno y el ejército.
Ante las oscilaciones deliberantes de Landazábal, y la línea dura silenciosa de Matamoros, más el respaldo de que éste goza dentro del Ejército el Presidente optó por esta segunda alternativa. Y lo hizo dejando en claro que de ahora en adelante la única tendencia que admitiría dentro del Ejército sería la linea B.B.

PADRE E HIJO EN CARATULA
Con exactamente 36 años de diferencia figuran en la caratula de SEMANA dos miembros de la familia Matamoros. Ambos, padre e hijo, llevan el mismo nombre y el parecido físico es sorprendente. Coincidencialmente ambas revistas corresponden a las últimas ediciones del mes de enero. El padre del actual ministro de Defensa mereció la portada en SEMANA por haber sido nombrado gobernador militar de Santander en momentos en que irrumpía la violencia en ese departamento. Tres meses después habría de ser asesinado Gaitán.

EL NUEVO MINDEFENSA
Gustavo Matamoros nació con las charreteras puestas. Hijo de un General de su mismo nombre, (quien también figuró en una carátula de SEMANA en 1948) se casó con hermana de militar -Beatriz Camacho Leyva- y es padre de dos suboficiales. Puede decirse que es el eje de una dinastía de hombres de caballería, arma a la cual han pertenecido todos.
Nacido en Bogotá en 1928, atravesó rápidamente el Ejército de abajo a arriba pasando por los cargos de comandante de la Escuela de Caballería, edecán del Presidente Lleras Restrepo, jefe del Estado Mayor de la BIM, comandante de la octava Brigada de Armenia, agregado militar en España, director de la Escuela Militar de Cadetes, miembro de la Junta Interamericana de Defensa en Washington, inspector general del ejército, jefe del Estado Mayor Conjunto, comandante general de las Fuerzas Militares y ministro de Defensa.
Desde temprano tuvo que lidiar con la guerrilla, y siendo jefe de un grupo de caballería en los Llanos estuvo enfrentado durante meses a Efraín González. Como recuerdo de esa época le quedó la cicatriz de una herida de bala en la pantorrilla derecha.
Hombre de acción, ejecutivo para resolver problemas y populachero en el trato con sus subalternos, Gustavo Matamoros es lo que en el Ejército se llama un "tropero". Su mayor pasión son los caballos, y todos los días se levanta a las cinco de mañana para montar a su zaino favorito, "Tequendama". Como buen hípico, es aficionado a la parranda, y en materia de deportes sus dos aficiones son temerarias: el salto a caballo y en paracaídas. Como ya estaba bien pasado de la edad y del rango en que conviene saltar desde los aviones, el general Camacho Leyva tuvo que prohibirle que lo siguiera haciendo. Es buen lector, en particular de libros de guerra, y el que más ha disfrutado es "Oh Jerusalem".
Odia el cine y cuenta que afortunadamente no va a un teatro desde que estaba de novio. En cambio ve televisión y no permite que lo interrumpan a la hora de los noticieros. Es excelente bailarín, su comida favorita es la fritanga y, desde que tuvo que dejar de saltar en paracaídas, los fines de semana juega al golf.
Sus compañeros de armas lo describen como un hombre muy reservado y poco interesado en hacer imagen. Sin embargo, su popularidad dentro del Ejército siempre ha sido grande.
Gustavo Matamoros ingresó al Ejército exactamente el mismo día que Fernando Landazábal, y desde entonces los dos han sido grandes amigos. Hicieron la carrera militar a un ritmo muy parejo, salvo la ocasión en que Landazábal fue ascendido a general de tres soles y Matamoros tardó un año en alcanzar el mismo rango. El mismo año de diferencia que hace que ahora el ex mindefensa ya haya sido llamado a calificar servicios, mientras que al general Matamoros todavía le quedan 12 meses por delante para desempeñarse en ese ministerio.