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Pastrana Protesta por la supuesta impunidad del acuerdo de la habana, pero es poco probable que de haberse concretado su proceso de paz, hubiera podido meter a la cárcel a tirofijo y al secretariado. | Foto: León Darío Peláez

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La soledad de Andrés Pastrana

La solicitud del expresidente de una reunión con Timochenko desconcertó hasta a sus propios partidarios. ¿Cómo se explica el aislamiento político del más carismático de los expresidentes?

17 de septiembre de 2016

Alfonso López Michelsen decía que con los expresidentes pasaba lo mismo que con los muebles viejos: que uno les tenía cariño, pero no sabía dónde ponerlos. En este momento, sin embargo, el país está tan polarizado que lo del cariño no es unánime, pero sí lo es que nadie sabe dónde ponerlos.

Algunos están mejor colocados que otros. Belisario, en su marginamiento de la política y en su retiro poético, es el único que no despierta controversia y, por el contrario, genera admiración. Gaviria, activo y eficiente pero polémico, se embarcó en la noble pero ingrata labor de liderar el Sí. Samper regresa de Unasur con menos prestigio del que tenía cuando se fue. Uribe, kamikaze como siempre, pero perdiendo. Pero sin duda alguna el peor colocado por ahora es Andrés Pastrana, quien está dejando la impresión de que ni él mismo sabe dónde ubicarse.
Su solicitud de una cita con Timochenko la semana pasada dejó a todo el mundo perplejo. No tenía ni pies ni cabeza. En primer lugar, porque esa misma semana había llamado a las Farc el mayor cartel de narcotráfico del mundo y había descrito como un golpe de Estado el acuerdo de La Habana. ¿Qué sentido tiene, entonces, hablar con el mayor narcotraficante del mundo? Por otra parte, si lo que quería era recibir precisiones sobre lo negociado, lo lógico hubiera sido hablar con Humberto de la Calle, Sergio Jaramillo o incluso con el propio presidente de la república. Solicitar una cumbre con el jefe de las Farc dio la impresión de no ser más que una búsqueda de protagonismo, siendo seguro que de ahí no saldría nada.

Lo que nunca se sabrá es si esperaba que le dieran la cita o que se la negaran. Cuando ha ido a Venezuela a tratar de reunirse con el preso político Leopoldo López, le han impedido el acceso a la cárcel y eso ha sido una noticia que le ha dado mucho prestigio entre la mayoría de antichavistas.

Santos, desconcertado ante la carta de Pastrana, cometió el error de no contestarla. En eso Pastrana tiene razón, pues independientemente de las diferencias, la condición de expresidente amerita por lo menos una respuesta. El presidente le pasó esa papa caliente a De la Calle y a Jaramillo, quienes salieron con un No destemplado.

En el fondo había consideraciones prácticas para que a corto plazo fuera difícil concretar esa reunión. Timochenko estaba aterrizando en ese momento en Colombia para presidir la décima conferencia de las Farc, en la cual se va a aprobar la negociación de La Habana. Aun así, tal vez hubiera sido más conveniente explicar eso y, en lugar de un no definitivo, dejar la impresión de una aprobación posterior. La improbable cumbre Pastrana-Timochenko hubiera desembocado en que Pastrana dijera que no le aceptaron ninguna de sus recomendaciones y que Timochenko respondiera que después de cuatro años las negociaciones ya estaban cerradas.

Las reservas que Pastrana ha hecho públicas tienen algo de validez y las comparten algunos sectores del país, comenzando por el uribismo. Pero como dijo el colombianista de Oxford Malcolm Deas, los colombianos anhelarían la paz de Uribe, que es perfecta pero imposible, y no les fascina la de Santos, que es imperfecta pero es posible. De ahí que mucha gente acepte tragarse algunos sapos a cambio de acabar la guerra, a tal punto que el Sí le está ganando al No por dos a uno en las encuestas, a pesar de la oposición de Uribe y Pastrana.

Aunque los dos expresidentes dicen exactamente las mismas cosas, a Uribe se le reconoce una autoridad moral que muchos, comenzando por el expresidente Gaviria, le niegan a Pastrana. Este doble rasero obedece a que la gente asocia a Uribe con guerra y a Pastrana con paz. De acuerdo con esta premisa, Pastrana debería estar montado en el potro de la paz.

La posición del expresidente conservador es que él jamás hubiera hecho las concesiones que hizo Santos. Sin embargo, pensar que él hubiera podido firmar un acuerdo con las Farc que incluyera meter a la cárcel a Tirofijo y al secretariado como capos del narcotráfico es irrisorio.
La química que el expresidente tenía con el jefe de esa guerrilla era tan buena que después de una cumbre entre los dos en la selva manifestó a su regreso que veía en la mirada de Marulanda a un hombre sincero. Con comentarios de esa naturaleza suena poco probable que, de haber culminado bien su proceso, lo hubiera encarcelado.

Y hablando del proceso de paz de Pastrana, hoy es considerado el símbolo de un fracaso pero fue más serio de lo que se tiene memoria. En ese momento las Farc tenían 3.600 secuestrados, y 500 soldados y policías en una especie de campo de concentración. También contaban con legitimidad internacional, particularmente en Europa. Por otra parte, las Fuerzas Militares colombianas tenían apenas siete helicópteros artillados, de los cuales solo tres funcionaban, y tres aviones espías de los cuales solo volaba uno.

En esas circunstancias, el Estado tenía una debilidad no solo nacional sino internacional frente a su contraparte. Como si fuera poco, en el libro La paz en Colombia de Fidel Castro, el líder cubano afirma que las Farc le habían informado que el único propósito de la negociación era fortalecerse militarmente y que no tenían ninguna intención de desmovilizarse. Eso lo percibió en su momento el entonces ministro de Defensa, Rodrigo Lloreda, quien renunció apoyado por varios militares que sentían lo mismo.

Sin embargo, eso no era tan claro en ese momento. Pastrana, previendo que su proceso podría tener éxito o fracasar, impulsó el Plan Colombia, que consistía en tener un Ejército fuerte para cualquiera de esas eventualidades. Con el apoyo de Estados Unidos, la iniciativa fue todo un éxito. Como se ha dicho una y otra vez, el proceso de paz de Santos solo fue posible por el Plan Colombia de Pastrana y por la seguridad democrática de Uribe. Y por eso no deja de ser verdad el argumento de que no tiene ninguna lógica que Pastrana no invoque sus méritos y apoye el proceso actual.

La vida en cierta forma ha sido injusta con el expresidente. Perdió las elecciones presidenciales de 1994 por cuenta del dinero del cartel de Cali. Cuando hizo esa denuncia lo tildaron de traidor y de mal perdedor, aun cuando estaba en lo cierto. Años después la historia le daría la razón y le permitió llegar a la Casa de Nariño con una votación récord. Todo el mundo le reconoce que ha sido uno de los mandatarios que mejor se ha rodeado. Su gabinete fue de lujo e incluyó al actual presidente de la república y a varios de sus ministros. Pero su gobierno acabó siendo juzgado casi exclusivamente por el fracaso del Cagúan.

Durante esos cuatro años Colombia recuperó el prestigio internacional que había perdido, y las guerrillas pasaron de ser un Robin Hood en el exterior a ser declaradas terroristas.

Pero todos esos logros han sido olvidados, en gran parte por el ego del expresidente. A pesar de que se le puede reconocer la verticalidad en sus posiciones, ha sido tan visceral en la forma como las expresa que se ha ido quedando solo. Su propio partido lo ha abandonado, pues las mayorías parlamentarias prefirieron subirse al bus de la paz. Pastrana, con un tono casi ofensivo, les dijo en una carta que esa bancada, “plegada a la chequera del gobierno, no es el Partido Conservador. No representa al conservador raso ni me representa. Es cómplice de la entrega del país”. El argumento para ese insulto es que la “mermelada” compró a sus copartidarios. Eso puede tener algo de razón, pero hace caso omiso de que él y todos los otros presidentes han garantizado su gobernabilidad haciendo exactamente lo mismo: dándole prebendas al Congreso.

Por todo lo anterior, Andrés Pastrana, tal vez el más carismático de los expresidentes, es el menos comprendido por sus contemporáneos. Pero como todos los mandatarios que se encuentran en esa posición, es consciente de que el único veredicto válido al final es el de la historia.