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Las contradicciones de Castaño

Carlos Castaño, jefe paramilitar, murió sin dejar más huella que la de una atroz violencia.

Carlos Alberto Giraldo*
19 de diciembre de 2004

Como muchas de sus víctimas, Carlos Castaño no pudo defenderse el día que lo asesinaron sus propios lugartenientes. Tenía inmovilizado el brazo derecho tras una cirugía que le practicaron médicos de Montería debido a que una semana antes, al descender de una lancha, se había cortado el tendón extensor con la hélice de un motor fuera de borda. Por eso el 16 de abril, a las 2 de la tarde, la pistola Glock 9 milímetros que acostumbraba cargar se quedó tan quieta como el mouse de su computador portátil que le habían estado ayudando a manipular sus asistentes. Ante la sorpresa de verse rodeado por los hombres de alias 'Monoleche' o '18' y de alias 'Móvil 5', mandos de las AUC en la zona de San Pedro de Urabá, no pudo responder los reclamos que le hicieron sus verdugos por "soberbio y desleal" con el resto de la jefatura paramilitar.

Según una persona cercana al desaparecido jefe de las AUC, el cuerpo de Castaño está enterrado en la finca Las Tangas al lado de su hermano Fidel y de su cuñado John Henao, a quien los agresores también retuvieron cuando intentó reaccionar al ataque en el estadero Rancho al Hombro. "A Johncito lo abordaron en la finca El Policía y lo metieron a la camioneta en que llevaban a Castaño. Para que no le quedara duda de lo que ocurría le tomaron la cabeza y se la dirigieron hacia Carlos: '¿si reconocés a éste?".

Carlos Castaño, nacido el 15 de mayo de 1965 en una finca familiar en Amalfi, noreste de Antioquia, se había presentado como víctima de los atropellos de la guerrilla. Las Farc asesinaron a su padre, Jesús Antonio Castaño González en 1981, según él mismo porque Fidel, su hermano mayor, por entonces ya metido de lleno en el negocio del narcotráfico, sólo aceptó pagar seis de los 50 millones de pesos que exigían para liberarlo. Sin embargo, el más visible de los jefes que han tenido los paramilitares en el país arrastró una historia de muerte que rebasó las justificaciones de su lucha contrainsurgente. A finales de los 80, sólo unos años después de recibir instrucción militar y ser colaborador del Ejército junto con su hermano Fidel, Carlos fue integrante del brazo armado del narcotráfico del Valle del Cauca y después del grupo Perseguidos por Pablo Escobar (Pepes) durante la guerra contra el jefe del cartel de Medellín. Al lado de Luis Hernando Gómez Bustamante, alias 'Rasguño', jefe del narcotráfico refugiado hoy en Cuba, participó activamente en acciones terroristas para atacar o desacreditar a Escobar Gaviria.

Castaño, tal vez en un acto de contradicción tan parecido a los vaivenes de su carácter, aceptó en algún momento que le debía explicaciones al país sobre hechos tan graves como la explosión de un avión de Avianca en pleno vuelo y el bus bomba contra las instalaciones del DAS en Bogotá. Y aunque negó haber ordenado la muerte de Jaime Garzón, repetía que la verdad se sabría en su momento porque él sí conocía en detalle el plan criminal contra el humorista, que se fraguó en sus propios cuarteles. Así era Castaño: se mostraba indignado por las mentiras del conflicto o por una bomba de la guerrilla, pero al día siguiente, sin ningún reato de conciencia, ordenaba masacrar a 20 campesinos o negaba lo que sus subalternos aceptaban en voz baja: que los paras tenían sus mochacabezas y que la motosierra era un arma de guerra, como en la masacre del Alto Naya, en Cauca, donde sus tropas descuartizaron a más de 10 de las 30 personas que asesinaron.

"Carlos Castaño era un amigo generoso y un enemigo implacable que no sabía perdonar, cuenta alguien que lo conoció de cerca. Sus extremos: la ira, que lo hacía terrible, y la ternura, cuya máxima expresión era verlo con su hija". Esas eran las caras de la moneda con que pagaba Castaño. Era un caso de doble personalidad.

Alias 'Doblecero', uno de los jefes paramilitares que acompañó a los hermanos Castaño en el inicio de las autodefensas y que luego terminó enfrentado a ellos, antes de morir en mayo pasado decía en alusión al libro Mi Confesión, una especie de autobiografía de Castaño, que "la segunda parte debería llamarse 'Mi Confusión II", porque estaba plagado de verdades a medias. Su vida también está llena de actos incongruentes. Por ejemplo, en la guerra sin tregua declarada por los jefes las AUC contra el Bloque Metro, Castaño enviaba dinero a familiares de 'Doblecero' para que sobrevivieran en medio de la persecución que él mismo desató.

El carácter de Castaño se aplacó con el nacimiento de su hija Rosa María, afectada por el síndrome del 'maullido del gato', que produce retardo mental y un tono en el llanto parecido al de esos felinos. Entendió que no era Dios y que los crímenes atroces que ordenó contra cientos de colombianos no habían resuelto nada. Ni siquiera podía dormir tranquilo sin estar de un lado para otro, temeroso de sus enemigos.

Aunque despertó simpatías en un país tan pasional y desequilibrado como él, Castaño era consciente de que encarnaba a un personaje despreciado por su desparpajo para hablar públicamente de los crímenes que cometió. Luego de dar por primera vez la cara ante las cámaras de televisión, un conocido suyo lo llamó desde el exterior para comentarle lo que dijo un televidente: "La entrevista dividió al país. La mitad de los colombianos odia a Carlos Castaño y la otra mitad odia al entrevistador por entrevistarlo". Castaño sólo atinó a reírse.

* Periodista de SEMANA en Medellín