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Elver Jaimes Melchor Bañol tenía antecedentes por abuso sexual y homicidio. | Foto: Cortesía

CRIMEN

Las huellas del violador: así encontraron al preso que asesinó a una adolescente en Ibagué

“Yo sé para qué vienen, yo no sé qué me pasó, pobrecita la niña”, dijo Melchor Bañol con frialdad al momento de su captura. Torturó, violó y asesinó a una estudiante de 16 años el mismo día que obtuvo un permiso para salir de la cárcel.

21 de marzo de 2019

“Yo sé para qué vienen, yo no sé qué me paso, pobrecita la niña”. Eso fue lo que Elver Jaimes Melchor Bañol les dijo a los agentes de la Policía que llegaron a la finca El Chuzo, un predio rural de Manizales. Allá se estaba escondiendo luego de lo que hizo el 26 de febrero. Ese día en Ibagué, a pocos metros de la cárcel Picaleña, de la que acababa de salir, abordó a Rosmery Castellón Echeverry, de 16 años, y la abusó y agredió hasta matarla. Vestido como un recolector de café, el violador y asesino pretendía esconder su identidad entre los cultivos.

La familia de Rosmery se cansó de esperar a que volviera del colegio y salió a buscarla por la hacienda Los Cauchitos, donde vivía. Varios trabajadores se unieron al rastreo. Hacia las cinco de la tarde encontraron el cuerpo de la adolescente. Estaba semidesnuda, su ropa interior rasgada, llevaba una mochila negra amarrada alrededor de su cabeza. Las huellas de presión en el cuello mostraban que había sido asfixiada. En sus piernas tenía una marca: el nombre "Julio" había sido grabado con violencia, al parecer usando bisturí. Era la firma del asesino.

Las contrapartes comenzaron sus labores. El asesino emprendió el escape y los investigadores de la Policía Metropolitana de Ibagué la búsqueda. Las primeras pesquisas de los agentes apuntaron al objetivo evidente: la cárcel Picaleña. Recopilaron los videos de las cámaras de seguridad cercana, y accedieron a los registros de los presos. Encontraron que para la fecha, 215 reclusos obtuvieron permisos de salida por 72 horas.

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Analizaron el perfil criminal de cada uno de ellos. Melchor Bañol tenía antecedentes desde 2002 por la violación y el asesinato de una niña de 13 años. Había confesado también otros cinco casos de abuso sexual y tres homicidios. Luego, los policías cotejaron las características grafológicas de la inscripción en las piernas de Rosmery con otros escritos, y así estuvieron seguros de la identidad del asesino. Mientras tanto, ese mismo día del crimen, Melchor Bañol se fue hasta la terminal de Ibagué y viajó a Pereira, su ciudad natal.

Con las grabaciones de video y el estudio de la escena del crimen se establecieron los hechos. Rosmery salió del colegio al mediodía y caminó por una vía secundaria y solitaria hasta un paradero donde solía encontrarse con sus familiares para regresar a la finca. En el trayecto, Melchor Bañol se le acercó y la amenazó con un arma cortopunzante, la obligó a adentrarse con él a un área boscosa. Allí la agredió hasta matarla.

Los agentes llegaron a Pereira siguiendo los pasos del asesino. Pronto dieron con la residencia familiar de él, en el barrio Panorama. Intentaron montar una operación de vigilancia alrededor, pero la casa estaba alejada y era de difícil acceso. Por eso, decidieron infiltrar a una agente en el barrio. Ella descubrió que la familia del criminal se comunicaba muy poco con sus vecinos. Y supieron que Melchor Bañol no estaba en ninguna de esas casas aledañas.

En un pendón funerario colgado en el colegio donde estudiaba la adolescente, y que llevaba su foto, habían escrito con tinta de lapicero el nombre Julio.

Entretanto, cuando se organizaba el funeral de Rosmery, hicieron un hallazgo que los agentes del caso solo pudieron interpretar como un acto de maldad pura. En un pendón funerario colgado en el colegio donde estudiaba la adolescente, y que llevaba su foto, habían escrito con tinta de lapicero el nombre Julio. Tal cual apareció en la pierna de la víctima. ¿Lo había hecho el mismo asesino?

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Los investigadores recibieron información nueva que localizaba al Melchor Bañol en la vereda El Chuzo, a 40 minutos de Manizales. Allá llegaron el 15 de marzo. Los lugareños confirmaron que había estado allí y que se presentó como un recolector de café. Pero que desde el día anterior había salido. Tenía planes de viajar hasta Ipiales, Nariño, para cruzar la frontera y perderse en Ecuador.

Los agentes decidieron infiltrarse y esperar. Se ocultaron entre los cafetales hasta que detectaron a un hombre que, físicamente, se parecía al asesino. De estatura mediana, piel trigueña, sobre los 40 años. Lo cercaron. Él no se opuso a la captura. El asesino apenas respondió con frialdad: "Yo sé para qué vienen y a qué vienen, yo no sé qué me paso, pobrecita la niña”. Melchor Bañol aceptó en juicio su responsabilidad por los delitos de feminicidio, acceso carnal violento y tortura.