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LOS GRILLETES DE LA CONCIENCIA

Por: MARIA ISABEL RUEDA

Una interesante propuesta tendiente a revisar el tratado que actualmente regula las relaciones entre el Estado colombiano y la Santa Sede, fue presentada por quienes un periódico capitalino denominó "un grupo de destacadas mujeres liberales".
Independientemente de su sexo, que las proponentes parecen esgrimir como el argumento de peso para que el gobierno tenga en cuenta sus tesis, considero que no están equivocadas al solicitar la revisión del Concordato, particularmente en lo relacionado con el artículo VII, que reconoce plenos efectos civiles al matrimonio celebrado de conformidad con el derecho canónico.
Sería absurdamente pretensíoso, en realidad, suponer que puede dirimirse una controversia de casi diez siglos de duración, oprimiendo la tecla de una máquina de escribir que sentencie definitivamente a la Iglesia a quedarse sin la razón que la asiste para oponerse a la llamada "laicización" del régimen matrimonial. No debemos desconocer que en este punto del matrimonio descansan las más agitadas polémicas que han determinado en la historia las relaciones que deben mediar entre la Iglesia y el Estado, y sin incurrir en la pesadez de adentrarnos en las características de los cismas que ha generado o en los detalles de las cientos de teorías que ha inspirado en los más connotados tratadistas mundiales de todas las épocas, por lo menos podemos mencionar que este asunto del régimen civil del matrimonio católico constituye en Colombia, en plena década de los ochenta, una de las pocas razones que aún dividen ideológicamente a los dos partidos tradicionales.
Considero que en el tema del matrimonio la Iglesia lleva muchos años introduciendo la punta del pie en medio de una puerta que cada día se empuja con más fuerza en el intento de cerrarla. La propuesta de suprimir los efectos civiles del matrimonio católico viene siendo rechazada enfáticamente por los jerarcas de la Iglesia, entre otras cosas porque de ser efectivamente suprimidos y por consiguiente de llegar a establecerse la obligatoriedad del matrimonio civil, aun las parejas casadas bajo el rito católico quedarían automáticamente en posibilidad de obtener su divorcio bajo las leyes civiles, mientras que en la actualidad sólo les queda el camino de solicitar la anulación de su vínculo ante los tribunales eclesiásticos con toda suerte de ingeniosos y no siempre veraces argumentos, o de recurrir a la farsa social de tomar un "tour" a Reno que incluye, dentro de una módica suma, el valor del trámite de un nuevo matrimonio que jamás será reconocido en Colombia.
El problema, como yo lo entiendo, se reduce a un asunto de creer o no creer. Aquellos que, una vez establecida la obligatoriedad del matrimonio civil, consideren apropiado celebrar un matrimonio católico, quedan comprometidos a respetar la indisolubilidad de su vínculo como creyentes, que es muy distinto a que la Iglesia los obligue a respetarlo sin serlo. ¿En qué perjudica, pues, a un católico practicante, la obligación de celebrar anteriormente a su matrimonio esclesiástico un matrimonio civil?
Por el contrario, la insistencia de defender los efectos civiles del matrimonio católico colocan a la Iglesia en una posición semejante a la de estar constriñendo, con ayuda de las leyes civiles, la conciencia de los creyentes. El matrimonio es tanto un contrato como un sacramento, y la obligación de cumplir los compromisos del primero por disposición del ordenamiento civil, así como de cumplir los compromisos del segundo por disposición de los mandamientos eclesiásticos, no tiene por qué enfrentar al Estado con la Iglesia, ni al Partido Conservador con el Liberal, ni menos aún servirle de bandera política a uno de los dos sexos.
El hecho, entonces, de que en virtud de una reforma concordataria toda pareja, independientemente del tipo de matrimonio que haya celebrado además del civil, quede en capacidad de gestionar su divorcio, no cambia en nada para los católicos la indisolubilidad de su vínculo.
Quienes sean creyentes lo conservarán, y quienes dejen de serlo después de haberse casado por la Iglesia, no encontrarán en el Concordato un injustificado grillete de sus propias conciencias.-