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La familia de Damaris se acomodó como pudo en una casa de las afueras de Valdivia, donde comparte habitación con otras dos familias. Paga 100.000 pesos de arriendo. Otros, han hecho lo mismo. fotos: david estrada larrañeta

CRÓNICA

Crisis de Hidroituango: los olvidados de Valdivia

Estos colombianos siguen viviendo las consecuencias de la crisis desatada por Hidroituango. Ahora, cientos viven hacinados en casas y la vida en el pueblo se ha vuelto costosa. Crónica de tres meses de desolación.

1 de septiembre de 2018

El bebé no para de llorar a causa de la herida supurante que tiene en una de sus orejas. Es una infección en la piel que antes tuvo en la cabeza y que le dejó un rastro gris de lo que fue una llaga. El bebé es el hijo menor de siete de un hogar huérfano porque al padre de los hijos de Damaris lo asesinaron en Nechí. Ahora viven en una casa que comparten con otras dos familias, arrumados en las dos habitaciones. En la fachada de la vivienda hay una cartelera que, en letra adolescente, dice: “Autoalbergue. El 15 y Palomas. 3 familias. Por favor no tocar”.

El letrero señala claramente que no hay espacio para nadie más y que allí viven algunas de las más de 2.000 personas que desde hace tres meses han tenido que permanecer errantes, en busca de un cuarto aquí o allá, porque no pueden regresar a sus casas mientras la crisis de Hidroituango no termine. El calor hace que los hijos de la familia de Damaris escapen de la casa buscando algo de sombra por fuera de las tejas de zinc. Ella paga 100.000 pesos de arriendo por compartir la casa, que es un decir: los ladrillos están desvencijados y en la parte trasera no hay pared, por lo que la cocina se abre como una boca a una quebrada que corre varios metros abajo. “Al niño le empezó esa enfermedad hace más de un mes cuando estábamos en el albergue en el que nos tuvimos que ir cuando empezó todo esto de Hidroituango. El médico le mandó una crema, pero no le ha servido mucho”, dice Damaris, mientras que su sexta hija advierte: “Yo también tengo” y muestra unas ronchas en la pantorrilla. Son picaduras infectadas, que supuran pus.

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Damaris ejerce cierto estoicismo, un conformismo blindado. Desde el 16 de mayo, cuando dejó su casa en El 15 (vereda de Valdivia) porque el río Cauca amenazaba arrasar la presa de Hidroituango y Puerto Valdivia, empacó la ropa que pudo, cogió a sus siete muchachitos y huyó. Vivió un mes en el albergue instalado en el colegio del municipio “hasta que nos dijeron que nos daban una plata si buscábamos donde vivir. Así que me hablé con otras dos personas que no conocía, arrancamos y acá nos encontramos esta casita. Está muy malita, pero gracias a Dios encontramos donde meternos, no nos mojamos, nos hemos defendido mucho”. A esa figura se le conoce con el nombre técnico de autoalbergues.


 El albergue Sevilla fue construido para abrigar a más de 700 familias afectadas, sin embargo, nunca fue utilizado y hoy allí funciona la Institución Educativa Marco A. Rojo. 

Cuando ella vivía cerca del río Cauca, buscaba oro en las orillas o en una quebrada, fácilmente hacía entre 15.000 y 30.000 pesos diarios con los que compraba arroz y algún pescado para darles a sus siete hijos; a veces se iba varias semanas para el monte y en una caleta les cocinaba a 20 raspachines de coca: “Pero aquí no hay qué hacer, no hay trabajo. Como tengo siete hijos, EPM me da 1.200.000 pesos, se supone que mensuales. A las familias que son cinco les dan 1.100.000. El problema es que a veces se retrasan y uno qué come. Vea, a mí me dieron plata la primera vez el 16 de junio, pero luego me la dieron el 28 de julio y esta es la hora que todavía no me dan plata y ya estamos a 25 de agosto, se supone que me la tendrían que haber dado el 16. A mí me ha tocado pedir plata, pedir 2.000 pesitos para una libra de arroz porque paqué, yo tengo muchos hijos”.

Cerca está la casa que Wílber Alcides Pérez alquiló con su familia –siete en total que se acomodan en dos habitaciones– por 500.000 pesos. Pérez es de Puerto Valdivia y vio cómo el río se llevó las casas de algunos familiares, “la mía no, gracias a Dios, porque estaba contra la barranca”. Cuenta que no ha recibido plata de EPM, pero que su padre sí, 1.100.000 pesos y nada más, hasta el momento siguen esperando un nuevo pago: “A mí ya me deberían haber pagado, pero nada, y eso no es retroactivo, entonces ya estamos perdiendo”. Su gran problema es que no tiene en qué trabajar porque su vida era el río: pescaba, barequeaba y raspaba coca, aunque en las manos le brotaban sarpullidos sangrantes.

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En Valdivia, un pueblo encumbrado en un filo de la cordillera, cultivan cacao, café, caña, coca; también viven de la ganadería, pero su economía dependía del río: el oro, la pesca y la venta de productos de las personas que van de la costa al interior. Ahora nada de eso es posible por Hidroituango. El pueblo se ha vuelto caro: pequeñas casuchas que llegan a los 800.000 pesos y alquiler de habitaciones por 400.000 y 500.000. Julián Camilo Arroyave, concejal del Partido Conservador en Valdivia, dice que el pueblo se ha encarecido porque los damnificados buscaron arriendos por todas partes. “Hidroituango nos afectó muchísimo. Los alimentos subieron hasta 500 pesos por libra, lo que es significativo en la canasta familiar. Por otro lado, tenemos todos los procesos de la administración municipal frenados por atender una emergencia. Por ejemplo, el censo nos va a salir mal porque mucha gente se fue para otros municipios temporalmente, y eso repercute en el POT”.

Los problemas se ven por todo el pueblo. Tatiana Arenas Arias, coordinadora académica de la Institución Educativa Valdivia, que por tres meses sirvió de albergue a decenas de familias, también se queja de la carestía en la que ha caído el pueblo y asegura que algunos profesores que llegaron para atender a los estudiantes no han encontrado casas para arrendar, por lo que viven en hoteles. Después de que los damnificados salieron del colegio, ella encontró su sede desmejorada: sillas partidas, tableros manchados, paredes rayadas… Aunque dice que EPM ha colaborado para restaurar las cosas, aún falta: “El problema es que la gente se quedó más tiempo del presupuestado porque EPM se demoró para entregar subsidios, y la gente no se pensaba mover de aquí sin que le diera su plata, de esa manera hacía presión social”.


En el albergue La Paulina, ubicado en el embarcadero de una finca del sector del 12, viven 50 personas que aún no reciben los subsidios de EPM. Desde el 16 de mayo Puerto Valdivia parece un pueblo fantasma, solo algunos comerciantes han vuelto al corregimiento, pero lo abandonan en la noche por miedo a una avalancha.

La emergencia afectó el sistema educativo y ahora los estudiantes de Valdivia toman clases los sábados para recuperar los meses que perdieron. Y los de las zonas rurales terminaron estudiando en el albergue Sevilla, construido por el Puesto de Mando Unificado para atender a 700 familias y que, pese a costar 3.140 millones de pesos, nunca ocuparon. Nadie sabe por qué lo terminaron de construir si al momento de finalizar la obra todas las familias ya estaban en autoalbergues. “Todos prefirieron recibir la plata que quedarse en los albergues”, dice uno de los afectados en el atrio de la iglesia de Valdivia.

En el gran albergue de Sevilla ahora funciona la Institución Educativa Marco A. Rojo, que estaba en Puerto Valdivia y que perdió tres salones el 12 de mayo. Los nuevos están divididos por lonas verdes que poco hacen para detener el ruido. En un cubículo hay más de 1.000 colchonetas tiradas que nadie utilizó. “Como nadie se vino a vivir aquí, a nosotros nos ofrecieron el espacio para dar clase y lo aprovechamos, es mejor estar aquí que en el colegio municipal”, dice el rector, Fernelis Palacios, con un ánimo y orgullo que sorprenden.

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A unos 20 minutos abajo de Valdivia está Puerto Valdivia, corregimiento mejor conocido como el puerto. En la cabecera municipal todos temen bajar: “Cuidado, que eso por allá está muy maluco, está caliente”. Desde que el caserío quedó desalojado, la banda criminal Caparrapos, de Caucasia, corrió sus fronteras y subió por el monte para abrir rutas y cultivos. Allí los esperaban el Clan del Golfo, el ELN y las disidencias de las Farc, y empezó una guerra que ya cobró la vida de dos policías hace unas semanas. Pese al miedo, unos cuantos abren sus negocios y otros trabajan en el río, sacando material para construcción. Ahí, entre el peligro de las aguas y el de las balas está Yeison Ladeo: “Claro que me da miedo venir, pero necesito dinero porque yo no sostengo a mi familia con el millón de pesos que me da EPM”. Ladeo denuncia que los pagos no han sido puntuales y que la empresa les ha aclarado que no son retroactivos.


 El albergue Sevilla fue construido para abrigar a más de 700 familias afectadas, sin embargo, nunca fue utilizado y hoy allí funciona la Institución Educativa Marco A. Rojo. 

La vía que va de Puerto Valdivia a Tarazá no es la misma que hace cuatro meses. Donde antes podían pasar unos 50 buses de servicio público, hoy no se ven ni 15, y en los restaurantes no para nadie. Renson Amado Torres López, exconcejal de Valdivia, es el vocero del albergue La Paulina, donde se abrigan más de 50 personas en un embarcadero de reses que huele a boñiga y orines: “No nos han dado subsidios, parece que todos nos olvidaron”.