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| Foto: Archivo SEMANA

DRAMA

Medellín - Ciudad de Guatemala, eje de trata de personas

En la capital antioqueña se detectó una red que, bajo engaño, enviaba jóvenes al país centroamericano para ser explotadas sexualmente bajo mecanismos que rayan con la esclavitud. Esta es la historia de Natalia.

Juan Diego Restrepo E., especial para Semana.com
14 de mayo de 2012

"Yo ya no lloro, me cansé de llorar", dice Natalia* y guarda silencio por unos minutos, tiempo suficiente para repasar los dos años en los cuales estuvo atrapada en una red de trata de personas que la explotó sexualmente en Ciudad de Guatemala, a donde llegó procedente de Medellín con la ilusión de ganar buen dinero, pagar deudas y poner un negocio a su regreso.

Corría mayo de 2009. Natalia tenía 19 años, mucha rebeldía y no vivía con su familia. Sola, buscaba labrarse un futuro, pero en esos días la situación no era fácil: su novio la había dejado y tenía problemas económicos. Afrontaba, como ella misma lo dice, “un momento de debilidad”.

Entonces llegaron las promesas, la ilusión de miles de dólares y una vida llena de comodidad, que podía alcanzar gracias a su belleza. Se las hizo un viejo amigo dedicado al proxenetismo en la capital antioqueña y, a su vez, a “captar” mujeres para el mercado internacional de la prostitución. Su nombre: Héctor Alonso Londoño Ríos, conocido como ‘Piolo’. Por cada chica enviada al exterior se ganaba 700 mil pesos.

“Me propuso que me fuera para Guatemala y que si bien no lo había hecho (prostituirme), en dos meses me adaptaba y me ganaría hasta 2.000 dólares semanales. Además, me ofreció un préstamo para hacerme dos cirugías estéticas, financiar los gastos de viaje, incluyendo la visa, y comprarme ropa. Yo acepté, me operé y viajé con una deuda de 12 mil dólares que, según mi amigo pagaría en tres meses; después, todo lo que ganara sería para mí”, relata Natalia.

Los trámites de expedición de la visa los adelantaba un abogado guatemalteco sin que las mujeres tuvieran que viajar a la embajada en Bogotá. Simplemente les solicitaba los pasaportes, el número de la cédula, varias fotos y el certificado judicial. Por cada trámite cobraba 1.200 dólares, cuando la realidad es que el costo no sobrepasaba los 50 dólares. Al final, obtenían visa de turista por tres meses.

La red también contaba en Medellín con otras tres “captadoras”, Claudia Andrea Cano Jaramillo, Claudia Ramírez Rojas y Luz Yarelis Patiño, así como con tres cirujanos estéticos y con por lo menos siete personas dedicadas a la recepción de pequeños montos de dólares girados desde Guatemala con el fin de no levantar sospechas sobre el origen del dinero, lo que comúnmente se llama ‘pitufeo’, para cancelar los gastos de envío de las mujeres “captadas” en esta ciudad.

Natalia llegó a Ciudad de Guatemala el 28 de agosto de 2009, según consta en los registros migratorios de las autoridades guatemaltecas. En el aeropuerto, la estaban esperando los enlaces de la organización criminal. “Allá tenían todo arreglado, los policías ya sabían quien era una y ni siquiera nos requisaban”, agrega. Una vez en poder de la red, lo primero que le exigieron fue entregar su pasaporte y su cédula.

Del terminal aéreo fue llevada a una casa donde estaban alojadas otras mujeres. Pero no era la única casa que poseía esta empresa criminal. Lo que han constatado las autoridades guatemaltecas es que alcanzaron a tener cuatro residencias situadas en barrios de clase media y alta, habitadas, en promedio, por doce chicas. Una de las particularidades de estas edificaciones era que tanto sus muros exteriores como sus ventanas estaban enrejadas y las partes altas protegidas con alambres de púa.

En esas casas, las mujeres vivían en condiciones apremiantes: encerradas con llave, imposibilitadas para salir libremente y bajo estricto control de una supervisora. Según Natalia, había mujeres desde estrato uno hasta el seis; la mayoría oriundas de Medellín, pero también había de Cali, Pereira y Bogotá.

Semanas después de estar en Ciudad de Guatemala llegó su amigo ´Piolo´ y los reclamos no se hicieron esperar. Natalia lo abordó y con rabia le dijo: "qué chimba de amigo sos vos, cómo fuiste capaz de traerme para acá". Lo único que le respondió fue: "Vieja, ya lo hecho, hecho está, y no se ponga con maricadas que yo sé donde vive su mamá". En ese momento, descubrió la dimensión del riesgo que enfrentaba no sólo ella sino su familia y comenzó a dominarla el miedo.

Pero las amenazas iban más allá. Una chica en Medellín aceptó viajar a Guatemala y recibió el préstamo para hacerse una cirugía estética. Una vez realizado el procedimiento quirúrgico, se quiso arrepentir, pero le advirtieron que esa organización, la misma que "captó" a Natalia, era de la 'Oficina de Envigado' y tendría que atenerse a las consecuencias si desistía del viaje.

"Los patrones" en Guatemala

Esta red de trata de personas estaba dirigida por Alexis Juárez Delgado, un narcotraficante caleño residenciado en ese país, y por una de sus esposas, Gloria Patricia Ramírez Rojas, una mujer que emergió del bajo mundo de la prostitución callejera de la capital antioqueña y quien se hacía llamar 'Evelyn'. Ambos diseñaron una empresa criminal que operó por varios años en la capital guatemalteca y explotó sexualmente a decenas de mujeres colombianas. Se estima que sus ganancias sobrepasaron los 5 millones de dólares.

Su fachada fue constituir varios negocios en Ciudad de Guatemala, entre ellos uno de modelaje, llamado Latin Models, gerenciado por John Jairo Cuero González, coreógrafo colombiano que se hacía llamar 'Jean Paul'; un salón de belleza, conocido como Fashion Girls; una discoteca llamada Zeus y, posteriormente, Rodizio Espada; y un almacén de ropa y accesorios. Esos negocios estaban concentrados en el centro comercial Plaza Las Cascadas, un lugar enrejado y reforzado con alambre de púas, más parecido a un centro carcelario que a un establecimiento abierto al público.

Esta empresa criminal tenía fuertes contactos con narcotraficantes de Guatemala, Honduras y Colombia, quienes eran los mayores solicitantes de los servicios de las mujeres explotadas por Juárez Delgado y Ramírez Rojas para ambientar sus fiestas. Según Natalia, "cada que llegaban niñas de Colombia las enviaban a donde esos narcos para que, como decían ellos, aprobaran el 'ganado' nuevo".

Natalia revela que en esas fiestas las ultrajaban: "los narcos decían que como habían pagado, tenían todo el derecho de hacernos lo que les diera la gana: desde obligarnos a drogarnos con una pistola en la cabeza, hasta entregarnos a los guardaespaldas. Una vez le dieron una chica a quince escoltas. Eso fue horrible. Tocaba fingir que estábamos felices porque no faltaba el hijueputa cliente que al vernos la mala cara llamaba a la patrona y ponía la queja".

Los servicios contratados por los narcotraficantes incluían viajes fuera de la capital guatemalteca, los cuales se hacían en avionetas privadas, helicópteros y en lujosos carros. Algunas de las mujeres viajaron a Honduras y Costa Rica sin mayores problemas de migración, pese a que algunas de ellas tenían vencidas sus visas de turista.

Los ingresos que percibía 'Evelyn' en este negocio la llevaron a tener una vida de lujos y de comodidad. "Ella creía que porque mezclaba ropa y accesorios de grandes marcas era una gran señora", afirma Natalia. Su ambición y las exigencias que imponía rayaban con la esclavitud.

"Tuve una compañera que comenzó a sufrir de epilepsia y no la dejaban devolverse para Colombia porque no tenía con qué pagar la deuda, que se incrementaba con los gastos médicos; a otra se le murió la mamá al tercer día de estar en Guatemala y le impidieron regresar para ir al velorio; a una la obligaron a abortar. 'Evelyn' y las supervisoras eran muy inhumanas, no les importaba si comíamos o no. A mí me tocó aguantar hambre y para calmarla tomaba agua de la canilla", recuerda Natalia.

No obstante, esta red criminal se intentó proteger de los problemas que sobrevendrían si eran vinculados a una investigación haciéndoles firmar a las mujeres, bajo amenaza, unos documentos que "certificaban" que estaban "voluntariamente" en Guatemala.

Abierta explotación

"Me prometieron que me ganaría por lo menos 2.000 dólares semanales. Imagínate que cada vuelta (es decir, cada cita de doce horas con un cliente) valía 820 dólares, de los cuales nos correspondían 300 y el resto iba a saldar la deuda y al bolsillo de 'Evelyn', pero ella siempre nos enredaba para quedarse con todo el dinero", explica Natalia y dice que las cuentas las llevaba Alexandra Cartagena Duque, la administradora del negocio.

Las mujeres eran obligadas a trabajar de lunes a sábado entre la 7 de la noche y las 5 de la mañana en la discoteca Rodizio Espada. Si surgía alguna "vuelta" con un cliente, sabían que no podía ser más de doce horas, a menos que el cliente pagara por más tiempo.

"La vida era muy rutinaria", afirma Natalia. "Llegábamos a la discoteca a las 7 de la noche, salíamos a las 5 a de la mañana, dormíamos todo el día; a las 4 nos levantábamos, nos arreglábamos y nos volvíamos a ir. Teníamos media hora para ir al supermercado dos veces por semana acompañadas de las supervisoras. A nadie se le permitía salir sola".

Cada grupo de mujeres era transportado desde los sitios de residencia en camionetas tipo Van hasta la discoteca y dejadas allí bajo el cuidado de tres hombres encargados de la seguridad del lugar. Si una de ellas tenía alguna "vuelta" con un cliente, la llevaban hasta donde él decía y regresaban a recogerlas. La idea era evitar que se escaparan.

"La explotación era total. Si te fuiste a las 6 de la mañana a dormir y una hora después surgía una vuelta, tenías que pararte, organizarte e ir; no nos podíamos negar, a menos que asumiéramos una multa, lo que incrementaba la deuda que teníamos", explica Natalia y asevera que de lo pagado por un cliente nunca veían un dólar, todo se quedaba en manos de alias 'Evelyn'.

Y resulta que no sólo las multaban por no asistir a una cita con un cliente. La "patrona" había impuesto una serie de penalidades económicas que se constituyeron en una estrategia de incrementar las deudas de las mujeres con el fin de alargar su tiempo de explotación y hacer más rentable el negocio.

"La multa mínima era de 100 dólares, por tener una uña despintada; si tenías el cabello sucio, 150 dólares; si te peleabas con alguna compañera, la sanción podía llegar hasta los 2.000 dólares; por un retraso de tres horas para llegar a la discoteca, 150 dólares; si no ibas a trabajar, 350 dólares; por quedarse dormida en el bar, 150 dólares. Teníamos que bailar desnudas y si no lo hacíamos, nos multaban con 500 dólares. Bajo ese régimen era muy difícil saldar la deuda", detalla Natalia.

De esa manera, en dos años de explotación sexual y económica, la deuda de Natalia pasó de 12 mil dólares en agosto deL 2009 a 56 mil dólares en marzo deL 2011, pese a trabajar y cumplir con las "vueltas" asignadas.

"Me dio una depresión tan horrible que me tomé hasta unas pastillas, pero no me hicieron nada; bajé de peso; la tristeza se me reflejaba en los ojos; me desmayaba por el hambre; sentía que mi esperanza de vida se acortaba", describe Natalia.

Pero tenía otros problemas. "Comencé a decirle a la patrona que ella era una ladrona, que si yo hubiera sabido que me iban a traer a Guatemala para hacerme lo que me estaban haciendo no me hubiera ido". Esa confrontación le significó varias golpizas, propinadas por algunas de sus compañeras por encargo de 'Evelyn', al punto que le pegaron una puñalada en un glúteo, le rayaron la cara y la arrojaron de un segundo piso. Además, la enviaban a hacer las "vueltas" más duras con los narcos.

"Yo llamaba a mi familia a contarle todo lo que me estaba pasando, lloraba mucho y les decía que no iba a aguantar, que no iba a salir de ese país y les rogaba que buscaran ayuda", relata Natalia.

Se desmorona la red

La familia de esta joven denunció esa situación el 4 de noviembre deL 2010. Ese día, la madre de Natalia les contó a investigadores de la Fiscalía General de la Nación que su hija posiblemente era víctima de una red de trata de personas y estaba siendo explotada sexualmente en Ciudad de Guatemala y describió con angustia las conversaciones con su hija.

Fue así como la Fiscalía 15 especializada, adscrita a la Unidad Nacional de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario, y la única en el país para atender el delito de trata de personas, se enteró del caso y comenzó a solicitar información a las autoridades guatemaltecas.

El nivel de corrupción que hay en Guatemala en los organismos de policía permitió que la información sobre la apertura de una investigación penal en Colombia se filtrara. Una vez se supo, la "patrona" reunió a las mujeres y les ordenó que llamaran a sus familias en Medellín para que no atendieran a la Fiscal que estaba iniciando el caso y distorsionaran la realidad, haciéndole creer que se habían ido del país porque consiguieron novio por Internet. De no hacerlo, les advirtió, tanto unas y otras sufrirían las consecuencias.

Mientras en Medellín comenzaban las pesquisas, en la capital guatemalteca Natalia y una de sus compañeras comenzaron a reunir información detallada sobre las personas que las explotaban sexual y económicamente.

"Todo lo que decían lo anotábamos y lo remitíamos por correo electrónico a Colombia", cuenta Natalia. "Una vez nos detuvieron a todas, incluida a la patrona y nos llevaron a migración. Ese día a ella le tocó decir su verdadero nombre, lo anotamos y lo enviamos. Ese fue su error".

Un hecho adicional contribuiría a desmoronar esta red: el homicidio el 6 de junio deL 2011 del empresario y narcotraficante Alexis Juárez Delgado, quien fue baleado en una céntrica calle de Ciudad de Guatemala.

Meses antes de que asesinaran a Juárez Delgado, un acaudalado guatemalteco se enamoró de Natalia y pagó por ella 26.000 dólares para librarla de la deuda, sacarla de la red y llevársela a vivir con él. Desde su nueva condición, la joven persistió en ayudar a sus compañeras.

"Cuando mataron a Alexis Juárez llamé a Interpol, me hice pasar por una compañera y dije que al que habían matado nos estaba explotando sexualmente y nos tenía retenidas. La llamada surtió efecto porque a los días la Policía de Guatemala hizo un operativo y si bien no detuvieron a nadie, cerraron el club Rodizio Espada", detalla Natalia.

Afectada esta empresa criminal, 'Evelyn' y sus cómplices regresaron a finales de junio del 2011 a Colombia a esperar que se calmara la situación. A las mujeres que, en ese momento, tenían retenidas las dejaron libres. Varias de ellas volvieron al país, otras se quedaron en Guatemala y algunas conviven hoy con narcotraficantes y empresarios en ese país.

Mientras los integrantes de la empresa criminal vivían tranquilos en Medellín y Bogotá, la Fiscalía avanzaba en su trabajo y en noviembre de ese año se autorizó la interceptación del teléfono de 'Piolo', el proxeneta y "captador" en Medellín. Fue a través de sus llamadas, y de la información aportada por Natalia y dos mujeres más explotadas también en Guatemala, que se construyó el organigrama de esta red y se identificaron casi todos sus miembros.

La investigación condujo a la captura en Medellín, el 30 de marzo del 2012, de Gloria Patricia Ramírez Rojas, alias 'Evelyn', Luz Yarelis Patiño, Héctor Alonso Londoño Ríos y Mónica Adriana Yepes. Ese mismo día, en Bogotá, detuvieron a John Jairo Cuero González y a Claudia Andrea Cano Jaramillo. Dos más estaban prófugas, Claudia Ramírez Rojas y Alexandra Cartagena Duque, pero el pasado 3 de mayo se presentaron ante la Fiscalía.

Si bien, inicialmente, todos se declararon inocentes, la contundencia de las pruebas en su contra los llevó a firmar preacuerdos con la Fiscalía General de la Nación y a acogerse a sentencia anticipada. Ahora esperan la decisión de un juez, quien determinará cuántos años de prisión purgarán en una cárcel por los delitos de trata transnacional de personas y de concierto para delinquir.

Esas capturas no hubiesen sido posibles si Natalia no vence el miedo. Ella reconoce, con algún temor por posibles represalias, que contribuyó a desmantelar una de las redes de trata de personas más organizadas que ha existido entre Medellín y Guatemala. "La clave es superar el miedo. Una vez que se vence mira hasta dónde hemos llegado", afirma, como queriéndole hablar a las cientos de mujeres que hoy son explotadas en algún lugar del mundo por una red similar o peor que la que la captó a ella.

Al recordar estos dos años de vida, Natalia no llora. A sus 23 años, se ha convertido en una mujer fuerte, pero admite que está muy sola, sin muchos amigos y alejada de su familia, por vergüenza. Pese a ello, busca recuperar los años perdidos. Sin miedo.

* Nombre cambiado a solicitud de la fuente