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| Foto: Juan Carlos Sierra

OPINIÓN

ONU, una oveja con piel de lobo

Hace rato que la organización internacional abandonó cualquier semblanza de neutralidad en Colombia.

17 de noviembre de 2017

Nunca he compartido la admiración de los medios, funcionarios y académicos colombianos por las organizaciones de las Naciones Unidas. Y menos por su labor en Colombia. Desde hace varios años se sienten con el derecho de opinar sobre lo divino y lo humano. No es su culpa: desde el gobierno de Ernesto Samper, se les dio “carte blanche”. Tienen una impresionante capacidad de "lobby”; cualquier intento por reducir su intromisión en nuestros asuntos internos es combatido con uñas y dientes. No pudo doblegarlas Álvaro Uribe ni tampoco la primera administración de Juan Manuel Santos que sugirió no renovar el mandato de la oficina de derechos humanos. Es tanta la influencia de la ONU que sus amigos y lacayos lograron imponer su participación en la implementación del acuerdo con las Farc, a pesar de la oposición inicial de la Cancillería.

En sus comunicaciones públicas y en sus interlocuciones uno a uno, se percibe un tufillo colonialista. Como que no saben o no les importa que vamos a cumplir 200 años de independencia. En las últimas semanas se les ha alborotado el intervencionismo. Al finalizar su visita al país, Jeffrey Feltman, subsecretario general adjunto de las Naciones Unidas para Asuntos Políticos, ordenó al Congreso agilizar la aprobación de los proyectos del acuerdo “mientras que los poderes de vía rápida permanecen vigentes”. Y fiel al estilo con el cual le hablan los de la ONU a los colombianos, advirtió que si no se cumple con la participación política de “la insurgencia”, “no sería entendido ni aceptado por la comunidad internacional”.

La legitimidad del acuerdo no depende la venia de la ONU o de cualquier otro organismo extranjero. Es un asunto de colombianos con colombianos. La controversia sobre la participación política no afecta a toda las Farc, sino sólo a los responsables de crímenes de lesa humanidad. Y el debate ocurre en los otros dos poderes públicos, que en las democracias, señor Feltman, tienen igual derecho que el ejecutivo.

La amenaza de Feltman fue precedida por un comunicado de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, que es tal vez la más entrometida de todas. Con un tonito de virrey, “les recuerda a los senadores y representantes a la Cámara su obligación de garantizar los derechos humanos... y los insta a ir más allá de la discusión del proyecto de ley sin dilaciones”. Afortunadamente, los legisladores no se dejaron presionar. Hubiera sido absurdo aprobar una ley antes de la sentencia de la Corte Constitucional sobre la misma materia.

No ha sido un año ejemplar para la ONU. En enero, cuando cundía el escepticismo sobre el traslado de los guerrilleros a la zonas de concentración, se conoció un video de personal del organismo internacional bailando con un integrante de las Farc. A los pocos días, la ONU cometió el segundo error: avaló un comité de escogencia para la JEP que sabía que sería mal recibido por la mitad de la opinión pública (como lo denuncié en mi columna Una comisión de mamertos para la paz.)

La tercera equivocación es inexplicable. Al ser la encargada de recibir las miles de armas de las Farc, tenía en sus manos la herramienta de comunicación más poderosa, la prueba tangible de que el acuerdo no sólo eran palabras. Fueron pobres y esporádicas las imágenes de la entrega. La ONU siguió al pie de la letra las exigencias de las Farc de que no fuera un espectáculo. Y de paso, ayudó a minar la confianza en el proceso. Ante la guerrilla o “insurgencia”, la toda poderosa ONU es una oveja con piel de lobo.

Con semejante desempeño y recorrido, quizás sea hora que empaquen sus maletas y colonicen otros territorios. Colombia se los agradecerá.


En Twitter: @Fonzi65