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Fernando González-Pacheco nació el 13 de septiembre de 1932 en Valencia, España.

HOMENAJE

Pacheco: el niño grande de la televisión

Ser el presentador más feo no le impidió a Fernando González-Pacheco convertirse en el símbolo de la televisión colombiana. SEMANA recuerda cómo su sencillez y espontaneidad conquistaron a varias generaciones.

15 de febrero de 2014

Fernando González-Pacheco se puso en sintonía con el país el día que descubrió que su timidez desaparecía frente a la cámara y que no importaba ser “feo”, como él decía, sino ingenioso. Desde ese momento Colombia se enamoró de él. Más de 30 programas y cinco décadas de trayectoria lo hicieron el hombre más popular de la televisión: sin ser periodista se convirtió en entrevistador, sin ser actor actuó y sin experiencia alguna fue presentador y animador.


Pacheco, como lo conocieron los colombianos, falleció el martes pasado por una complicación pulmonar tras medírsele a todo en sus 81 años de vida. Quizá porque pese al paso del tiempo siempre conservó su alma de niño, con asombro infantil y deseo de aventura aceptó saltar en paracaídas, caminar sobre elefantes y meterse a una jaula con leones.

Su carrera empezó por casualidad en 1957, cuando era mesero de un barco de la Flota Mercante Grancolombiana y por las noches entretenía a los escasos pasajeros tocando el ukelele y cantando con su característica voz ronca. Una noche Alberto Peñaranda, dueño de la programadora Punch, encantado con la chispa del joven marinero supo que estaba hecho para la televisión. Al calor de los tragos firmaron en una servilleta un contrato que Pacheco no se tomó muy en serio, pero a la mañana siguiente y ante la insistencia de Peñaranda tuvo que cumplir. “Le dije que no quería ir a trabajar en televisión y me preguntó si era porque no me sentía capaz. Le respondí que no se confundiera, que una cosa era no querer y otra, no ser capaz”, decía. Y como le gustaban los desafíos, pidió 15 días de permiso en el barco y nunca regresó. 

Aunque para la mayoría de sus espectadores era un colombiano típico, Pacheco nació en Valencia, España. En ese entonces, en medio de la guerra civil, los nacionalistas amenazaban a su padre don Doroteo, quien era republicano. Por eso aceptó emigrar a Colombia por invitación del presidente Eduardo Santos, amigo de la familia. Llegaron  al país cuando Pacheco tenía 4 años.  

También por casualidad llegó a ser marinero, cuando buscaba aventuras después de haber intentado rumbos más tradicionales. Fue estudiante de Medicina por dos años, de Economía por tres meses y aspirante a abogado por un día. Nada lo convenció. Por eso probó suerte en el boxeo y se convirtió en Kid Pecas. Don Doroteo se divertía con sus ocurrencias e incluso apostaba por él. Pero Rafael, su hermano mayor, le reprochaba: “¿Qué vamos a hacer con Fernando que nos salió payaso?”. Su papá siempre le tuvo mucha fe a su hijo menor y un día le dijo que nunca iba a tener problemas en la vida porque a todos les caía muy bien. Acertó. Por esa complicidad que compartían, el momento más triste de la vida del presentador fue el día en que murió su padre. “Él era el niño consentido de su papá porque Pacheco solo tenía 5 años cuando su madre murió. Yo creo que se quedó congelado en esa edad”, recuerda su amigo y también presentador Jota Mario Valencia. 

No pasó mucho tiempo antes de que Pacheco se convirtiera también en el consentido de Punch. A mediados de los años cincuenta la televisión era un mundo en el que nadie sabía con exactitud qué hacer. La espontaneidad y desparpajo de la nueva estrella iban en contra del acartonamiento usual de los presentadores de la época, que ensayaban hasta el cansancio para evitar la vergüenza de un error en vivo. Pero él se destacó de inmediato por su estilo auténtico sin maquillaje ni esfuerzo. Pacheco, que según algunas versiones se ganó ese apodo porque el locutor de la programadora Jorge Antonio Vega lo llamaba “el feíto Pacheco”, se convirtió en una marca de la televisión colombiana. “Él es muy él. No se inventó nada, nunca intentó fingir”, dice Carlos el ‘Gordo’ Benjumea, actor y amigo cercano. 

Por eso en lugar de posar, se mostró como un hombre común y corriente que solo jugaba a ser él mismo y esa fórmula le sirvió para cautivar a varias generaciones de colombianos. Encantó a los niños al presentar el popular programa Animalandia; puso a cantar al país en la telenovela Música maestro; sorprendió con su papel cómico en Yo y tú (de la legendaria Alicia del Carpio) y mantuvo a muchos pegados al sillón tratando de adivinar las respuestas de concursos como Cabeza y Cola, Quiere cacao, Los tres a las seis, El programa del millón, y Compre la orquesta. Su sencillez, franqueza y talento innato con la gente lo llevaron a realizar programas periodísticos como Cita con Pacheco y Charlas con Pacheco. Sus invitados se sentían tan cómodos que podían hablarle sin tapujos. Esa es la impresión que siempre dio, la de ser un viejo amigo. 

Por hablar, que era lo que más disfrutaba, se ganó tres premios nacionales de periodismo. Uno por entrevistar a Luis Carlos Galán dos días antes de su asesinato; el segundo por su charla con el general Omar Torrijos, en ese entonces el hombre fuerte de Panamá. Tal era su chispa que el tercero se lo ganó por contar la descabellada historia de un hombre que en un arrebato de pasión asesinó a su mula porque no le hacía caso. “Obtuve esos premios sin ser periodista, pero los verdaderos ganadores fueron los entrevistados. Lo único que hice fue preguntar lo que cualquiera cuestionaría –decía Pacheco–. Por eso me da risa cuando me dicen: ‘¡Qué entrevista tan humana!’. Yo les respondo: ‘Bueno es que soy humano’”.

“Esa fue su magia –coincide Jota Mario–. Era un niño muy inocente que hacía preguntas sin rodeos ni tonterías. Nos enseñó que la vida no hay que tomársela tan en serio”. Su sentido del humor en el estudio era conocido entre los actores que trabajaron durante los inicios de la televisión colombiana. “Pacheco era muy travieso. Grabar con él era divertido pero también angustioso porque detrás de las cámaras trataba de hacernos reír mientras estábamos al aire”, dice la actriz Consuelo Luzardo. 

En esa época las estrellas del momento se daban cita en el centro de Bogotá para conversar y distraerse con algunos juegos de mesa, otra de las pasiones de Pacheco. “Durante muchos años la jugada de dados o tute era obligatoria y el que lanzaba el número más alto pagaba la cuenta”, recuerda el director Alí Humar. La buena comida, el vino y la risa eran las protagonistas de estos encuentros que si no ocurrían en la ciudad se trasladaban a una finca en Cundinamarca conocida como El Palacio del Zancudo. Allí ‘la sociedad de la mamadera de gallo’ –Daniel Samper Pizano, Pacheco y su primo el periodista Guillermo ‘la Chiva’ Cortés, fallecido en abril de 2013– se reunía a tocar guitarra y a conversar.

En los años setenta el actor y director Julio César Luna creó un equipo de fútbol con las estrellas de la televisión para hacer juegos benéficos en todo el país. A Pacheco le sonó la idea y convocó una alineación. “Él era propenso al ‘culiprontismo’, así que terminamos de defensas. Era muy bueno para dar patadas, pero rara vez atinaba a la pelota”, dice Samper Pizano, quien recuerda que se hizo amigo del presentador porque ambos eran hinchas de Santa Fe. “Nunca anotó goles, pero sí marcó unos autogoles históricos. Es mejor futbolista que torero y eso es mucho decir”, añade en referencia a la fallida carrera de matador de Pacheco en su juventud.

Con los jugadores convocados nació el Equipo de las Estrellas, que seguían tanto niños como adultos. Pacheco disfrutaba del cariño del público. “Mientras todos los demás íbamos a las habitaciones a descansar, a él le gustaba quedarse firmando autógrafos”, cuenta Del Carpio, quien animaba a los ‘deportistas’ junto a Magda Egas y Gloria Valencia.

Pacheco, el hombre más popular de la televisión, decía que era tímido y que las mujeres solo se le acercaban para ver si era tan feo como parecía. “Qué va a ser tímido, eso lo hacía para levantarse a alguna muchacha –dice Samper Pizano–. Usaba el truco de decir que era feo para que las mujeres lo consolaran”. A sus 40 años era el soltero más célebre de la farándula. “¡Soltero pero con dos y tres debajo del brazo!”, señala Del Carpio. Esa fama terminó en 1972 cuando contrajo matrimonio con la aspirante a Señorita Valle Liliana Grohis, a quien conoció en una cena que ofreció el alcalde de Cartago  al Equipo de las Estrellas. 

Pero a Pacho, como le decían sus amigos, la casualidad no solo le trajo  triunfos y sorpresas, sino también algunos desencantos. El 22 de enero de 2000 las Farc secuestraron a la Chiva Cortés en su finca en Cundinamarca. Al parecer el grupo guerrillero entró esa tarde al Palacio del Zancudo en busca del presentador y lo confundieron con su primo. “Tuvo que irse del país por las amenazas y estar lejos lo entristeció más –asegura Jota Mario–. ‘Esto no es vida’, me decía. ‘Aquí no soy nadie’”. 

Ese hubiera sido el segundo plagio de su vida, pues el M-19 se lo llevó en 1981. “Tal es el espíritu noble de Fernando que ni siquiera los guerrilleros pensaron en hacerle daño. Él y Jaime Bateman hablaron, jugaron cartas, tomaron whisky y al final este le dio un mensaje para el gobierno”, contaba Cortés. Aunque Pacheco regresó a Colombia, no superó la tristeza. Se sentía abandonado porque muchos intentaron adivinar en esa crisis el ocaso de una estrella. 

La televisión había cambiado y los jóvenes que crecieron viendo sus programas empezaban a ocupar su espacio. Además, después de 35 años, su matrimonio se terminó. “Aparte de los problemas personales, la televisión hace falta y cuando dejan de llamar, uno se enferma”, explica Del Carpio. “Ya no era una estrella. Lo atropellaron los que venían detrás y él no estaba preparado para eso”, dijo alguna vez la Chiva. El mismo Pacheco lo presintió: “A veces todo ese hermoso raudal de pasados me quita las ganas de levantarme en las mañanas”. 

Los años también cobraron su cuota. En 2009 una neumonía lo obligó a someterse a una cirugía de tórax y a más aislamiento. “Esa fumadera tan terrible no es buena amiga”, decía su primo. Desde entonces sufrió varias recaídas. Con la prohibición de las corridas de toros en Bogotá, perdió su única oportunidad de salir de su apartamento, donde vivió los últimos años bajo el cuidado de un enfermero. Con él pasó lo que sucede con muchas personas cuya profesión es hacer feliz a los otros: en su vida privada son diametralmente opuestos a lo que reflejan en público, reservados, introspectivos, y con una especie de muro de protección.

Arrancado casi por completo de su hábitat natural, hizo apariciones esporádicas en la televisión. Pero luego se retrajo completamente y solo unos pocos tuvieron el privilegio de acompañarlo. A veces cuando salía del encierro –le gustaba almorzar en La Calera– y sus fanáticos le preguntaban si tenía planes de volver a la televisión, él intentaba seguirles la cuerda: “Yo les digo, ‘ya vuelvo, ya vuelvo’. Les llevo la flota. Porque si se pone uno a contar que está enfermo…”, le explicó a la revista Bocas en una de sus últimas entrevistas. 

Por más que los años y su timidez lo hayan alejado, Pacheco siempre será recordado como el símbolo de la televisión colombiana y estará eternamente unido a su historia. Como escribió en SoHo en 2006, ahora quizá pueda cumplir el sueño que dejó a medias hace ya casi 60 años: “Espero que en la otra vida, si hay pianos, me corresponda uno a mí”.