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| Foto: AFP

PAPA EN COLOMBIA

El papa anticorrupción

Limpiar de todo tipo de escándalos al Vaticano es una de las tareas pendientes de Francisco. No será nada fácil.

Emiliano Fittipaldi*
14 de agosto de 2017

Hace más de 2.000 años, Jesús de Nazaret les explicó a sus discípulos que la riqueza excesiva los alejaría de Dios. “No acumulen tesoros en tierra porque las polillas y el óxido los consumirán y los ladrones los robarán. Mejor acumulen tesoros en el cielo, donde no hay polillas, óxido, ni ladrones. Donde esté su verdadero tesoro, estará su corazón”, predicó. Apenas Jorge Mario Bergoglio escogió el nombre de Francisco, se supo inmediatamente que esas palabras del Evangelio según Mateo se pondrían de moda una vez más.

El pontífice argentino fue escogido por sorpresa entre un grupo de cardenales españoles, suramericanos y estadounidenses que pedían un papa progresista y reformador, capaz de hacerle olvidar a los fieles el desafortunado pontificado del teólogo conservador Joseph Ratzinger, donde se vio de todo: escándalos financieros, choques de poder basados en acusaciones de corrupción y sexo, la investigación interna sobre el presunto lobby gay y la lucha a sangre por el control a los adeptos del poderoso secretario de Estado Tarcisio Bretone y sus enemigos. Fue un contexto de guerra civil que llevó a la histórica dimisión de Ratzinger.

Francisco en estos primeros años se dio a la tarea de moralizar la corrupta curia romana y hacer transparente el inmenso tesoro del Vaticano. Su tentativa de combatir a los mercaderes del templo y de construir una “Iglesia pobre para los pobres” chocó con una resistencia interna y poderosa; lo frenaron algunas decisiones equivocadas que obstaculizaron las reformas previstas. El objetivo de empobrecer la Santa Sede aún está muy lejos.

Una de las primera tareas de Francisco en esta dirección fue la de organizar la Cosea, la comisión que tiene como objetivo analizar los entes económicos del Vaticano y su gestión. Los resultados del estudio están listos desde hace más de un año, pero antes de la publicación de mi libro Avarizia (2015), permanecieron escondidos en un cajón. Y hasta ahora, ninguno de los cardenales y monseñores acusados por corrupción han sido perseguidos por la justicia vaticana. Paradójicamente, nos están procesando a mí y a mi colega Gianluigi Nuzzi, autor de Via Crucis (2015), y a dos presuntas fuentes de nuestras investigaciones periodísticas: monseñor Lucio Vallejo Balda y Francesca Immacolata Chaoqui (ambos estuvieron a cargo de la Cosea por orden del papa).

A pesar de que Francisco decidió vivir en un minúsculo apartamento de cincuenta metros cuadrados en Santa Marta, una residencia interna del Vaticano, los cardenales siguen viviendo en lujosas residencias de 300, 400, 500 y hasta de 600 metros cuadrados. Ninguno dejó sus comodidades para imitar la elección mediática de Bergoglio. Todavía hoy el Vaticano posee en Roma, Londres, París y algunas ciudades suizas un patrimonio inmobiliario que vale aproximadamente 4.000 millones de euros. En Roma en los casi 5.000 apartamentos vaticanos no viven pobres o prófugos, pero sí empleados del Apsa (el ente que administra gran parte de los bienes del Vaticano), curas y monseñores que no pagan arriendo, funcionarios de Estado, amigos y políticos. Aunque Francisco no ha podido resolver la situación, está trabajando en ello, así como en la búsqueda por limpiar la banca vaticana, protagonista de los mayores escándalos financieros; desde el crack del Banco Ambrosiano hasta las acusaciones de lavado de activos por parte de monseñor Nunzio Scarano, arrestado hace dos años.

Bergoglio ha entendido que la institución y su gestión oscura amenazaban con hacer daño, tanto a la imagen ya muy comprometida de la Iglesia católica, como a su pontificado. El argentino prosiguió con el camino abierto por Benedicto XVI, que había decidido “normalizar” la banca aceptando las reglas europeas contra el lavado de dinero. Bergoglio de inmediato alejó al director general y a su subalterno (ambos investigados por los magistrados italianos por lavado), después le encargó al cardenal George Pell la “restauración” de la banca.


Los periodistas Gianluigi Nuzzi (Izq.) y Emiliano Fittipaldi. 

La decisión de haber escogido al “ranger australiano” (así fue como Francisco rebautizó a Pell) fue totalmente equivocada. No solo Pell –nuevo superministro de Economía del Vaticano y brazo derecho operativo de Francisco– gastó para él y su ministerio más de medio millón de euros en seis meses, entre sueldos altísimos para su secretario de confianza (15.000 euros al mes netos), vuelos en clase ejecutiva, vestidos hechos a la medida, muebles de lujo, sino que además terminó investigado por pedofilia en Australia. A Pell lo han acusado de haber protegido a algunos sacerdotes pedófilos, incluso hace algunos días Peter Saunders, uno de los miembros de la Comisión pontificia sobre la pedofilia, fue suspendido de su cargo.

A encabezar el nuevo Consejo de la economía llegaron Jean-Baptiste de Franssu, un gerente francés, y Joseph Zahra, un financista maltés que entró al Vaticano como jefe de un grupo llamado Misco Malta. “Hemos limpiado el Banco Vaticano, cerrando todas las cuentas sospechosas y aquellas que pertenecían a los laicos, que por ley no tienen derecho a estar aquí”, explicaron en mayo de 2015 los superiores del Vaticano. En realidad, muchas cuentas irregulares (casi un centenar) todavía siguen abiertas, y al menos dos de estas (como escribí en Avarizia) pertenecen a empresarios investigados por lavado de dinero. Y la cosa no para ahí: los viejos clientes, que son probablemente evasores fiscales, escaparon al trasladar su dinero a Alemania, Suiza y otros paraísos fiscales. Pero el Vaticano jamás entregó una lista – aunque lo había prometido– a las autoridades italianas, que hasta el día de hoy no han podido abrir sus investigaciones penales o fiscales. La política de Francisco parece clara: en el futuro la banca vaticana tendrá que ser como una casa de vidrio, pero sobre el pasado nada debe ser revelado. Los viejos clientes hasta ahora no han sido traicionados.

El papa tendrá que actuar en profundidad para modificar costumbres antiguas y vicios de gestión como el del Óbolo de San Pedro, un fondo que recoge cada año las limosnas que los fieles le dan directamente al pontífice. En cambio de donar ese dinero a los pobres, todavía se invierte en los mercados internacionales (en 2013 el Vaticano conservaba casi 400 millones de euros en sus cuentas) y es usado casi exclusivamente para las necesidades de los cardenales. El Banco del Vaticano hace muy poca beneficencia, en los últimos dos años la institución ganó casi 100 millones de euros, pero para las misiones en el exterior de todo el mundo, solo se dieron 17.000 euros.

La publicación de estos libros daña la Iglesia y mi actividad como reformador, son cosas que ya conozco y sobre las cuales estaba trabajando”, explicó el papa en su Ángelus después de la publicación de Avarizia y del inicio de mi proceso judicial en el Vaticano. Pero después de un mes de esta afirmación gracias a las revelaciones del libro que habla sobre el exsecretario de Estado Tarcisio Bertone (que recibió 200.000 euros por la reestructuración de su ático de 300 metros cuadrados de una fundación de beneficencia de un hospital pediátrico llamado Bambino Gesú), el cardenal fue obligado a devolver a la fundación 150.000 euros, que ahora podrán utilizarse para la investigación de enfermedades en los más pequeños. Dudo que sin las denuncias periodísticas, Bertone hubiera regresado ese dinero.

Casos como el de este cardenal del Piemonte hay todavía muchos. Francisco no podía resolver todo en apenas cuatro años, pero debe acelerar su lucha contra la corrupción en la curia con más vigor. De otra manera, en el Vaticano –aparte de la narración optimista divulgada por la propaganda– el sistema está en riesgo de quedar igual que antes.

*Periodista y escritor italiano que ha investigado los manejos oscuros de las finanzas el Vaticano. Es autor de Avaricia (2015).