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¿Por qué no hay turismo en el Pacífico?

A pesar de sus paisajes y ser un lugar excepcional para el buceo es casi imposible que el turismo llegue a la costa del Pacífico.

18 de abril de 2015

Ballenas jorobadas que saltan y cantan en el mar. Playas vírgenes de arena negra en la que los cangrejos aún caminan libremente. Manglares bíblicos que se entrelazan unos con otros. Bosques exóticos e inexplorados. Un mar agreste y salvaje. Pequeños hoteles paradisiacos arrullados por la hermosa sinfonía de la naturaleza. Parece la postal de las vacaciones perfectas: un paraje que ya no existe en casi ningún lugar del mundo. Y sin embargo, lograr que alguien lo visite es una tarea titánica.

Si en el Pacífico existieran los milagros, uno de ellos habría podido ser Nuquí. Clavado en el golfo de Tribugá (Chocó), es un destino privilegiado por la vida, literalmente. Cada año llegan a sus aguas las ballenas yubartas a tener sus crías. Se ven pasar desde la playa nadando lentamente hacía la ensenada de Utría, y luego salir apresuradas con sus ballenatos. Ni siquiera hay que salir a buscarlas pues como aún no le temen al hombre, a veces se asoman a la orilla.

Pero hoy pocos pueden conocer eseparaíso porque desde finales de marzo las aerolíneas decidieron no volver allá. Satena argumenta que el estado actual de la pista no garantiza la seguridad de sus vuelos. Los hoteleros están al borde de la quiebra porque aun cuando han programado vuelos chárter, que sí pueden aterrizar pues son más pequeños, los turistas que ven la noticia, no se montan al avión. “Duramos 30 años intentando que este destino entrara en los catálogos mundiales. Vamos a perder todo ese trabajo en 15 días”, dice Guillermo Gómez, gerente del hotel EL Cantil y vocero de su gremio.

La comunidad y el enorme esfuerzo que le han puesto entidades del Estado están en riesgo. Un caso dramático es el del Parque Nacional Utría, uno de los pocos proyectos manejado por los propios afrodescendientes. Josefina Klinger, su promotora, explica que decidieron jugársela por promover su tierra pues “nos cansamos de creer que éramos pobres viviendo en semejante riqueza”. Junto con Parques, construyeron un hotel de primera, que nada envidia a los “boutiques” ecológicos del primer mundo. Enviaron a sus mujeres a capacitarse en cocina en Perú, construyeron un sendero para atravesar el manglar, fueron a capacitarse a los hoteles GHL y gestionaron con la cooperación norteamericana una planta de electricidad.

Así, Nuquí se convirtió en un modelo. Fue la primera playa certificada del país en Turismo Sostenible y sus promotores lograron que el Estado la reconociera como un área marina protegida. Por esto, Klinger ganó el Premio a la Mujer Cafam. Procolombia también le metió la ficha. Lo incluyó en su campaña ‘Colombia es realismo mágico’ y lo promociona en el extranjero. Han llevado los paisajes del Chocó a Alemania, Polonia, Brasil, Canadá, Holanda, Reino Unido y Estados Unidos. Por ese esfuerzo el año pasado 2.121 turistas llegaron a un departamento que ni los colombianos conocen.

Por eso lo que pasa con el turismo en el Chocó, lejos de ser un milagro, se parece más bien al mito griego de Sísifo, ese hombre condenado a cargar una piedra hasta la cumbre de una montaña solo para verla rodar y comenzar de nuevo una y otra vez. Nuquí es tan solo un ejemplo de lo difícil que es consolidar el turismo en una región riquísima en términos naturales, pero que vive en condiciones de pobreza y olvido apremiantes.

Según Julia Miranda, directora de Parques Nacionales, la principal talanquera es la conectividad. Por ejemplo, para llegar a la isla de Górgona, que guarda el recuerdo de la prisión que allí existió, hay que tomar un avión a Cali, de ahí otro a Guapí (Cauca), y lancha rápida por dos horas más. Para muchos esto puede ser parte de la aventura, pero hay dos problemas más: los costos y la inseguridad. Los tiquetes de avión y lanchas pueden costar hasta un millón de pesos.

Por otro lado, los sitios de donde salen las lanchas para llegar allí, o a Bahía Málaga y Malpelo, han sido el epicentro de la violencia como Buenaventura y Guapí. Entonces cada noticia de un bombardeo o de las casas de pique espanta a los turistas. El conflicto terminó de un tajo el sueño de hacer turismo en Gorgona cuando en noviembre del año pasado las Farc llegaron hasta la remota isla, mataron a un teniente y dejaron a otros cuatro uniformados heridos. Días después, Aviatur, la empresa de Jean-Claude Bessudo que llevaba casi diez años intentando desarrollar allá un turismo de primera, entregó la concesión al Estado.

Que los visitantes no puedan llegar al Chocó o al Cauca es una pésima noticia para estos departamentos. No solo porque es una fuente de ingresos y un potencial de desarrollo, sino porque en algunos de estos sitios simplemente es la única actividad legal que hay. La mayoría de estos refugios son parques nacionales, territorios colectivos, resguardos indígenas o reservas forestales en donde la minería y la tala, que es de lo más da el sustento en esas regiones, están prohibidas. Muchos de estos municipios habían visto en el turismo una salida a las dificultades que viven y un “pretexto para que el Estado invirtiera en las vías y los hospitales que no tenemos”, dice José Manuel Perea un chocoano experto en turismo comunitario.

“Solo la paz verdadera hará que el turismo vuelva al pacífico”, dice Bessudo. Se dice repetidamente que luego de una firma con las Farc, Colombia podría vivir un boom en este sentido. Estos lugares serían los más privilegiados pues en parte es la guerra la que los ha mantenido intactos. Sin embargo, si se dejan a su suerte, y todo el esfuerzo se para porque no se puede arreglar una pista de avión, es muy probable que nada allá cambiará. Como dice Josefina Klinger “Aquí el turismo no son postales, es la vida de nosotros”.