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Juan Manuel Santos y Gabriel García Márquez.

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Santos y Gabo, unidos por el Nobel y la paz

Los dos únicos colombianos que han sido galardonados con el premio; son muy diferentes entre sí, pero comparten su dedicación por terminar el conflicto.

8 de octubre de 2016

Hace poco el periodista Enrique Santos Calderón recordó en la revista SEMANA que Gabriel García Márquez, en sentido figurado, dijo en una entrevista del 2005 con El País de Madrid: “Llevo conspirando por la paz en Colombia casi desde que nací”.

El autor de Cien años de soledad, premio Nobel de literatura en 1982, fue pieza fundamental en los diferentes procesos de paz que se dieron en Colombia en los últimos 35 años. En el único que estuvo ausente, por su enfermedad y su posterior muerte (17 de abril del 2014), fue en el proceso emprendido por el gobierno de Juan Manuel Santos.

Siempre fue un intelectual comprometido sin importar que generara polémica por su relación con la izquierda, por sus posiciones antiimperialistas y, especialmente, por su amistad con el líder cubano Fidel Castro: el periodista Plinio Apuleyo Mendoza reseña en su libro La llama y el hielo que “Gabo es amigo del caudillo, no del sistema”.

De hecho, cuando el escritor murió, María Fernanda Cabal, senadora del Centro Democrático, fijó en su cuenta de twitter una foto de Gabo acompañado del comandante Castro y afirmó: “Pronto estarán juntos en el infierno”.

Tanto García Márquez como el recién galardonado Juan Manuel Santos despertaron encuentros y desencuentros por sus posiciones políticas y por su compromiso con la paz.



Ambos con vidas muy distintas. Aunque, además del Nobel, los une el periodismo. Gabo nació en Aracataca, Magdalena, en el seno de una familia de pueblo, mientras que Santos hace parte de una de las dinastías bogotanas más influyentes en el periodismo y la política nacionales. Cuando el actual presidente nació (10 de agosto de 1951), el escritor tenía 24 años y entonces era un joven periodista que escribía reportajes en el diario El Universal, de Cartagena. Ya había estudiado bachillerato en Zipaquirá y había iniciado estudios de derecho en Bogotá, pero las manifestaciones descontroladas del 9 de abril de 1948 lo hicieron salir de la ciudad a buscar su futuro a través de las letras.

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Mientras el presidente estudiaba en el colegio San Carlos y se enlistaba como cadete en la Armada Nacional, el novelista vivía un meteórico ascenso en su carrera como periodista y escritor. Había dejado huella en El Espectador, y La Hojarasca, su primer libro, había recibido críticas mixtas. Uno de sus reportajes más reconocidos –La historia de un náufrago del A.R.C. Caldas– lo había obligado a salir del país por presiones del gobierno militar de Gustavo Rojas Pinilla. Se fue a Europa, donde conoció a varios colegas y se dedicó a escribir.

Cien años de soledad, su obra cumbre, salió al mercado en 1967 y le cambió la vida para siempre. Cuando el libro, editado por la Editorial Suramericana de Buenos Aires, se vendía como pan caliente, Santos ya estaba estudiando economía y administración de empresas en la Universidad de Kansas en Estados Unidos. La carrera del escritor, que por ese entonces rondaba los 40 años, despegó definitivamente casi al mismo tiempo que comenzaba la del joven bogotano, que apenas llegaba a los 20.

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El ahora presidente consiguió su primer trabajo en 1975 (a los 24 años) como representante de la Federación Nacional de Cafeteros ante la Organización Internacional del Café en Londres. Allí duró nueve años. Un tiempo que para Gabo fue muy movido. Había publicado dos libros exitosos (El otoño del patriarca y Crónica de una muerte anunciada) y su obra era leída en todos los países del mundo. Además, había empezado a hacer contactos por la paz con los líderes del M-19, especialmente Jaime Bateman Cayón, pero el intento se frustró por la desaparición del guerrillero en una avioneta que iba a Panamá. Esa cercanía con la insurgencia y su amistad con Fidel Castro le pasaron factura y tuvo que salir nuevamente exiliado del país, en 1981, porque Julio César Turbay había pedido investigarlo en medio del ‘Estatuto de Seguridad’.

Pero un año después la academia sueca le otorgó el premio Nobel de literatura por la calidad y la particularidad de su obra. Fue un momento cumbre. Todas las miradas del mundo apuntaron en su dirección y en la de Colombia. Y con el aura de grandeza que le otorgó el galardón, el Nobel de literatura siguió dedicado a organizar encuentros por la paz de Colombia.

Desde entonces, sin dejar de lado la literatura -en 1985 publicó El amor en los tiempos del cólera, una de sus grandes obras-, se convirtió en facilitador y garante de varios acuerdos de paz con distintos grupos armados.

Mientras Santos hacía carrera como subdirector de El Tiempo, el diario de su familia, Gabo ayudaba en procesos de paz con las FARC, el ELN y el M-19. Lo hizo sin protagonismo y aprovechando que casi todos los poderosos de Colombia y de América Latina lo oían.

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Según El Espectador, el 2 de diciembre de 1989 le llegó una carta de Carlos Pizarro confirmando las intenciones de paz de ese grupo guerrillero. El escritor se movió y consiguió el apoyo internacional de Felipe González, Carlos Andrés Pérez, Francois Mitterrand y Fidel Castro. Por eso se le señala como pieza clave en el acuerdo entre el presidente Virgilio Barco (1986-1990) y el M-19 que llevó a la desmovilización de ese grupo y a su participación en la política y en la Constitución de 1991, liderado con Antonio Navarro Wolff. Santos, entretanto, cubría como periodista los debates que originaron la nueva Carta Magna.

Poco después, el ahora Nobel de paz dio el gran salto a la vida pública al ser nombrado ministro de Comercio Exterior hasta 1994. Gabo, por entonces, investigaba y escribía sobre un tema álgido para el país: Noticia de un secuestro, el valiente libro que recoge los testimonios de varios secuestrados de Pablo Escobar.

Pero como constructor de paz no todo fue alegría para García Márquez. La intención de diálogo con el ELN en el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002) no llegó a buen término. Y también medió, sin éxito, en el fallido proceso de El Caguán del que se dice que ayudó a redactar el discurso del presidente Pastrana en la instalación de esas negociaciones, en el famoso episodio de la silla vacía (7 de enero 1999).

El actual Nobel de paz, un año después, era ministro de Hacienda, una cartera desde la que tomó medidas para aliviar la crisis económica del país.

Cuando se creía que el escritor ya no se lo mediría más a los temas de paz, decidió -pese a su desencanto por el curso que había tomado la guerrilla- servir como mediador entre el gobierno de Álvaro Uribe (2002-2010) y el ELN en Cuba. Pero este fue otro acercamiento que se quedó a mitad de camino.

Santos, ya para entonces, era ministro de Defensa y bajo su mando se les dieron golpes trascendentales a las FARC, como el bombardeo al campamento de Raúl Reyes y la Operación Jaque, que liberó a Íngrid Betancourt, tres norteamericanos y 11 miembros de la fuerza pública.

Dos años después de este cinematográfico rescate, Santos fue elegido presidente de la República y no para de golpear a la guerrilla: cayeron el ‘Mono Jojoy’ y Alfonso Cano, piezas cruciales en el andamiaje del grupo guerrillero.

A esta altura, García Márquez, después de superar un cáncer linfático diagnosticado en 1999, sufría de demencia senil. Aun así se especula que el presidente Juan Manuel Santos le consultó sobre la decisión de comenzar diálogos abiertos con el Secretariado de las FARC en el 2012.

El nobel de literatura murió dos años después, justo cuando Santos se batía en una campaña polarizada con Óscar Iván Zuluaga para obtener su reelección. A la distancia, en La Habana, los negociadores se ponían de acuerdo sobre el tema de las drogas ilícitas, el tercer punto de los seis que se debatieron en el acuerdo durante cuatro años.

En ese tiempo, el presidente gastó todo su capital político, peleó con antiguos aliados y no desfalleció, aunque su popularidad cayó a cifras muy bajas. El acuerdo entre el Gobierno y las FARC fue firmado finalmente el pasado 26 de septiembre en Cartagena, pero actualmente se encuentra en el limbo por el triunfo del No en el plebiscito.

Pero en Noruega reconocieron el esfuerzo. El premio Nobel de paz para Juan Manuel Santos es un espaldarazo para sacar adelante el acuerdo. Una labor en la que Gabo estaría encantado de ayudar, pues el propio presidente admitió el día de la firma que el escritor “fue artífice en la sombra de muchos intentos y procesos de paz, y no alcanzó a estar acá para vivir este momento, en su Cartagena querida, donde reposan sus cenizas”.