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Desde hace mucho tiempo, los presidentes Rafael Correa, Hugo Chávez y Álvaro Uribe no caminan en la misma dirección

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¿Quién pierde más?

El nuevo 'round' entre Colombia y sus vecinos adquiere dimensiones continentales. Nadie sabe cómo desactivar esa bomba de tiempo.

2 de agosto de 2009

Aún no es claro cuál fue la chispa que motivó la explosión verbal de Hugo Chávez contra Colombia el pasado martes 28 de julio. El mandatario venezolano ya había anunciado una revisión de las relaciones con Colombia por el asunto de las bases gringas, mas no unas medidas concretas. Evidentemente le molestó la noticia, revelada el domingo por SEMANA, de que se habían encontrado lanzacohetes suecos, vendidos al Ejército venezolano, en un campamento de las Farc. También le disgustó no sólo la visita del canciller israelí, Avigdor Liberman, a Bogotá, sino la declaración del vicepresidente Francisco Santos en la que dijo que compartía "la preocupación inmensa por la presencia de Hezbolá en América Latina, de su presencia en el vecino país". Aunque Santos no mencionó específicamente a Venezuela, todo el mundo, empezando por Chávez, sabía a qué nación se refería.

Independiente de cuál fue el florero de Llorente, la realidad es que las relaciones colombo-venezolanas tocaron fondo de nuevo. Por tercera vez en 20 meses, Chávez retiró a su embajador en Colombia, amenazó con imponer restricciones comerciales y cerrar la frontera e insultó a Álvaro Uribe. Y por tercera vez, generó la amenaza de una crisis regional.

A la temible y consabida dialéctica verbal del venezolano se sumó una nueva crisis con Ecuador. Primero, por la divulgación de un video del 'Mono Jojoy" en el que señala que las Farc le entregaron plata a la campaña del presidente Rafael Correa. Y segundo, porque el gobierno de Quito reveló un presunto diario de 'Raúl Reyes' que, al tiempo que implica a ex funcionarios de Correa, exculpa al mandatario de Ecuador.

Pero semejantes revelaciones, que ponen en tela de juicio el compromiso de Venezuela y Ecuador en la lucha contra grupos terroristas, no tuvieron eco en la región. Por el contrario, la respuesta del continente, encabezada por Brasil y Chile, fue pedirle explicaciones a Colombia sobre la presencia de las bases militares de Estados Unidos en el país.

El presidente Lula da Silva dijo que el tema se debería ventilar en la cumbre de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) que se realizará en Quito el próximo 10 de agosto. La solicitud fue rechazada de plano por el gobierno colombiano, que informalmente dijo a la prensa que ni el presidente Uribe ni el canciller Jaime Bermúdez asistirían a la reunión de Unasur. Colombia considera que el acuerdo militar con Estados Unidos es un asunto bilateral y no multilateral.

Al final de la semana, los empresarios colombianos seguían en ascuas haciendo cuentas pesimistas, y Colombia sin un aliado público en Suramérica. Como suele ocurrir, las noticias se concentraron en el impacto económico y comercial de la crisis que es, paradójicamente, más manejable en el corto y el mediano plazo. Pero el problema más grave es geopolítico. Es de más largo plazo, tiene consecuencias insospechadas y no da titulares.

Ni contigo ni sin ti
La crisis de esta semana entre Caracas y Bogotá demostró dos cosas. En primer lugar, que el comercio entre los dos países se convirtió para Chávez en su principal banderilla para sacudir a Colombia. En las últimas cuatro grandes crisis lo primero que ha salido a anunciar Chávez a los cuatro vientos es que congela los negocios entre los dos países.

Lo otro que ha quedado claro es que, paradójicamente, el comercio se ha convertido en el mejor blindaje antibélico entre los dos Estados. Antes que desplomarse, los negocios entre las dos naciones se han disparado en estos años de crisis: aumentaron de 2.700 millones de dólares a finales de 2004 a 7.200 en 2008 (ver gráfico). Y de esa manera se ha convertido en el principal atenuante para evitar una confrontación mayor.

Lo que está ocurriendo es la mejor demostración de que el comercio es un efectivo atenuante para atajar cualquier tentación armada. En enero de 2005, cuando agentes colombianos capturaron en Caracas al jefe de las Farc Rodrigo Granda, Chávez suspendió el comercio con Colombia. Y aunque duró poco, porque la presión de los empresarios hizo que la Casa de Nariño presentara disculpas, se convirtió en un antecedente.

Pero, ¿quién gana y quién pierde en caso de que se corte el comercio? A pesar de que la balanza es bastante desequilibrada a favor de Colombia (le vende a Venezuela 6.100 millones de dólares al año y le compra 1.100 millones de dólares), los hechos han demostrado que los dos países pueden perder. Y mucho. Por eso Chávez no se atreve a ir más allá de la artillería semántica.

En teoría, esos 1.100 millones de dólares son sólo una lágrima de la cual la economía petrolizada de Venezuela podría prescindir en un arrebato revolucionario chavista. Pero en la práctica sería una decisión muy costosa, porque si esa cifra se traduce en número de empresarios venezolanos afectados, sí resulta una cuenta bastante significativa para el proyecto político de Chávez.

A eso se suma el hecho de que una buena parte de los productos que le compra Venezuela a Colombia es de la canasta básica familiar. Un reconocido grupo de empresarios colombianos hizo un ejercicio para ver cuántos ingredientes colombianos tiene el desayuno de un venezolano y encontró que, contando la vajilla, el 45 por ciento viene de Colombia. Tratar de sustituir ese tipo de productos no es fácil para Venezuela. Y en el hipotético caso de que cerrara el comercio, le podría provocar un desabastecimiento que va al corazón de las necesidades del pueblo venezolano. Por lo tanto, es un comercio cuya naturaleza tiene una dimensión política.

Pero si para Venezuela ese comercio es importante, para Colombia lo es aun más. Los 6.100 millones de dólares equivalen al 17 por ciento de las exportaciones colombianas. Y, curiosamente, las exportaciones a Venezuela parecen más sólidas que las de cualquier otro destino. Según los datos revelados esta semana, en el primer semestre de este año las exportaciones de Colombia a Estados Unidos cayeron 25 por ciento, y a la Unión Europea, 10 por ciento, mientras a Venezuela se mantuvieron estables.

Si se llegara a cerrar el chorro de Venezuela, sería sin duda gravísimo para el empleo y el producto interno del país y, de manera puntual, afectaría a cerca de 300 empresas para las cuales más del 25 por ciento de sus ingresos brutos procede de ventas al vecino país.

Si se miran sólo las cifras, habría que decir que cada día Venezuela se convierte en un socio más atractivo para los empresarios colombianos. Eulalia Sanín, gerente de Prospecta, que asesora en temas de comercio exterior, muestra cómo se está dando una peligrosa tendencia de concentración de las exportaciones no tradicionales colombianas hacia Venezuela. "En 2004, el país llevaba el 18 por ciento de sus exportaciones no tradicionales a Venezuela y el año pasado llevó el 34 por ciento. A los empresarios les pareció que Venezuela era la gallinita de los huevos de oro, pero olvidaron la regla de oro: no poner todos los huevos en una misma canasta", señaló.

Los empresarios colombianos, sin embargo, no parecen estar dispuestos a convertirse en los rehenes de Chávez para que presione a Uribe a través del comercio. Eso se puede entender de la declaración dada el jueves por el presidente de la Andi, Luis Carlos Villegas, luego de una reunión pocas veces vista en la cual los ministros del área económica, la cancillería, la Junta del Banco y el sector privado se sentaron a hablar de la crisis. "Si bien el comercio con Venezuela es muy importante, hay intereses nacionales que son superiores a cualquier actividad económica y que el sector privado respeta. Es un mensaje de unión nacional", fueron las palabras de Villegas.

En el caso del comercio con Ecuador la situación es muy distinta. No sólo el monto del intercambio es menor (Colombia vende 1.500 millones de dólares y compra 800 millones de dólares), sino que la manera como se ha procedido es diferente: mientras Chávez amenaza cortar de tajo, Correa sube aranceles e impone salvaguardas que le van a costar a Colombia más de 500 millones de dólares al año.

Del comercio a la geopolítica
Pero la naturaleza de la crisis con Venezuela es muy distinta a la de Ecuador. En Venezuela el epicentro del problema recae en gran medida en un solo hombre: Hugo Chávez. El creciente antagonismo con el gobierno colombiano cabalga principalmente en los feroces bramidos de su máximo caudillo, que no ahorra epítetos a la hora de defenderse o atacar a Colombia. Mientras la crisis con Venezuela es política y pasa inexorablemente por Chávez, la crisis con Ecuador es más delicada y compleja.

En Ecuador, la tensión va más allá del presidente Correa y los supuestos nexos de su gobierno con las Farc. En ese país se ha venido incubando hace varios años un fuerte anticolombianismo en distintos sectores de la sociedad. Hace más de una década, la exportación del crimen organizado, que llegó a las calles de Quito y Guayaquil en forma de pequeñas bandas de delincuentes, sumada a los permanentes conflictos de orden público en la frontera y el problema de las fumigaciones y su coletazo, llevó a que los ecuatorianos dejaran de mirar a los colombianos con admiración.

El punto culminante de este progresivo desencanto fue la violación a su soberanía con el bombardeo al campamento de 'Raúl Reyes'. Ese ataque, que fue recibido con júbilo en Colombia, en ese país se sintió como una puñalada a la dignidad nacional. En Ecuador, además del problema político con el gobierno de Correa por el tema de las Farc, hay un problema social sobre la percepción que tienen hoy los ecuatorianos sobre Colombia. Y esa situación vuelve aun más compleja y delicada la búsqueda de una solución.

Con su política no oficial de filtraciones a la prensa mundial sobre los presuntos vínculos de Ecuador con las Farc, Colombia terminó acercando a Correa a Chávez y su Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba). Correa se había resistido a ingresar al Alba, pero siente que necesitaba al 'hermano mayor' para defenderse del coloso de su frontera norte.

Aunque el Alba no es mayoritario en la región, sí es el bloque más cohesionado, como lo demostró en la crisis de Honduras. Y su discurso radical y antiimperialista ha ganado adeptos en la región con el acuerdo sobre las bases militares que Colombia está ad portas de firmar con Estados Unidos. Porque si bien muchos líderes de la región no comparten el estilo tropical y altisonante de Chávez, sí preferirían que los marines se quedaran en su casa. Por eso tuvo tanta acogida la creación de Unasur, ya que era una demostración que al acercarse el bicentenario del primer grito de independencia de la península ibérica, los países suramericanos por fin eran capaces de garantizar su propia seguridad.

Tampoco es coincidencia que el abanderado de Unasur sea Brasil, el gigante del continente que quiere jugar como potencia mundial. Llama la atención que el gobierno colombiano, que lleva 12 meses de diplomacia directa para convertirse en el mejor amigo de Brasilia, haya rechazado la oferta de mediación del canciller brasileño y decidido no ir a la próxima reunión de la Unasur, en donde algunos países de la región querían entender mejor el acuerdo militar entre Colombia y Estados Unidos. Una posición peligrosa, ya que podría borrar con el codo lo que se ha hecho con la mano.

En un escenario de confrontación con los vecinos, la primera regla de la diplomacia es ganar amigos para la causa. Tras el ataque al campamento de 'Reyes' y el rechazo de la OEA a la acción, quedó al descubierto que la política de "legítima defensa" -entendible en Colombia- tiene muy pocos simpatizantes en el hemisferio. El silencio regional esta semana frente a la escandalosa evidencia de los rockets venezolanos en manos de las Farc demuestra que poco ha cambiado: la correlación de fuerzas sigue siendo más chavista, que uribista. Pero sí la gran preocupación de los países sobre el tema de las bases gringas, demuestra que la dimensión judicial de la lógica de la seguridad interna de Colombia sucumbe frente al ajedrez ideológico y geoestratégico que está en juego en el continente.

En medio de las tensiones y la retórica belicista, es fácil de olvidar que Colombia, Venezuela y Ecuador no son los primeros países con extremas diferencias ideológicas pero con intereses convergentes. Hay lecciones en la historia del siglo XX que se podrían aplicar para bajarles la temperatura a las fronteras.

En Estados Unidos, tal vez no hubo un político más férreamente anticomunista que Richard Nixon; fue el primer macartista y enemigo declarado de la Unión Soviética. Transmitía su odio por el sistema comunista y desconfiaba de cada actuación soviética. En el Kremlin era recíproca la visión sobre Estados Unidos, donde el desdén y la animosidad dominaban las discusiones internas. Y en público los líderes de las dos superpotencias no ahorraban epítetos ni amenazas para denigrar al otro. Para ambas naciones había una lucha por imponer el sistema del otro.

Pero esas dos potencias, irónicamente durante la presidencia de Nixon, lograron ponerse de acuerdo para reducir el riesgo de una confrontación militar y generar un ambiente de diálogo. Durante esta era de détente, se incrementó el comercio entre el bloque soviético y el mundo occidental. Aunque se mantuvo la desconfianza entre las partes, las dos naciones pudieron mantener relaciones cordiales y sin tantos sobresaltos. Si bien esa détente se disolvió tras la invasión soviética de Afganistán en diciembre de 1979, garantizó por lo menos 10 años de cohabitación.

A partir de noviembre de 2007, Colombia y Venezuela han sufrido crisis tras crisis, a lo cual se agregó Ecuador luego del ataque al campamento de 'Raúl Reyes' en marzo de 2008. En ese contexto, el gobierno de Uribe cree que los gobiernos vecinos son complacientes con las Farc y, a su vez, Chávez y Correa han enfilado sus baterías políticas contra Colombia.

Durante las primeras décadas de la Guerra Fría, hizo carrera en Estados Unidos la teoría del zero-sum (suma-cero), cuya premisa central es que cada punto que gana una parte es un punto perdido para la contraparte. Y bajo esa óptica se manejaba la política exterior.

Pareciera que esa teoría, desechada en la década de los 60, tiene nuevos adeptos en la zona andina. Ni Chávez, ni Correa, ni Uribe parecen dispuestos a ceder un milímetro. Uribe, decidido a defenderse a capa y espada en su legítima lucha contra la tenaza de narcotráfico-Farc y donde las bases de Estados Unidos juegan un papel importante. Y los Presidentes de Venezuela y Ecuador pensando que dichas bases son la cabeza de playa del desembarco militar de la primera potencia en el continente suramericano.

La negativa colombiana de asistir a la cumbre de Unasur es un mensaje de que su prioridad es su seguridad interna, aun si puede afectar la armonía geopolítica regional. Lástima porque, sin sacrificar su prioridad interna, es precisamente en esos escenarios continentales donde Colombia tiene más posibilidades de avanzar su interés estratégico de seguridad: que los gobiernos de Venezuela y Ecuador ayuden a que sus países no se conviertan en retaguardias logísticas de las Farc ni en corredores estratégicos del narcotráfico.

Sólo con convertir este asunto en una preocupación regional es posible generar un cambio de comportamiento y una decisión política. Pero eso sólo se logra ventilando los problemas para dialogarlos y enfrentarlos. Tal vez el primer paso sea el de aplicar la teoría de la Guerra Fría: la détente.