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RECUERDOS DEL EME

La editorial Planeta Colombiana está a punto de lanzar el libro 'Aquel 19 será', del analista Darío Villamizar Herrera. La obra, que narra la historia del Movimiento 19 de Abril, promete producir más de una polemica...

1 de enero de 1996

"EL AÑO DE 1974 ESTUVO MARCADO por la coyuntura electoral de abril. El cuatrienio del gobierno de Pastrana vio crecer la protesta popular expresada en huelgas, paros, tomas de tierra y en el avance del movimiento guerrillero, a pesar de los serios reveses sufridos por el ELN y de las divisiones dentro del EPL. En este año llegó a su fin la alternación presidencial del bipartidismo, y todo el sistema de distribución paritaria entre liberales y conservadores. Sin embargo, el desmonte del Frente Nacional no fue posible, en su totalidad, sino hasta 1978, cuando ya se eliminó el llamado 'milimetrismo' en ministerios y otros cargos en el gobierno.
La Anapo se mantuvo a pesar de las disputas internas y del 'bajón' electoral sufrido en las elecciones municipales y departamentales de 1972 (del 35.18 por ciento en 1970, en 1972 registró el 18.79 por ciento de la votación). Para muchos, las causas de esa decadencia estaban en la actitud vacilante de Rojas Pinilla el 19 de abril de 1970.
Sin embargo, su conformación como 'tercer partido', y las crisis propias del liberalismo y del conservatismo, expresadas en serias divisiones, le otorgaban una alta posibilidad de llegar, esta vez sí, a la Presidencia.
Entre liberales y conservadores seguía existiendo la amenaza de un triunfo de la Anapo, pero sendas convenciones de los partidos tradicionales lanzaron como candidatos a Alfonso López Michelsen y a Alvaro Gómez Hurtado, respectivamente, quienes terciarían con María Eugenia Rojas de Moreno Díaz, hija del general, escogida como candidata de la Anapo en el congreso realizado el 11 de octubre de 1973. Los tres candidatos citados eran 'delfines', hijos de ex presidentes de la República. De otro lado se conformó la UNO, Unión Nacional de Oposición, en la que participaron el Partido Comunista, el MAC y el MOIR, agrupaciones que presentaron como candidato a Hernando Echeverri Mejía, parlamentario que había sido electo por la Anapo en 1970.
Ese es el panorama político nacional cuando ya se ha realizado la reunión en la que se conformó el M-19. Hasta esos momentos y posteriormente, aun sin profundizar en aspectos orgánicos, se notaba a las claras el liderazgo, la conducción e influencia que sobre el colectivo ejercía Jaime Bateman Cayón, 'El Flaco'. No era solamente su imagen de guerrillero, del hombre que hacía las cosas, o del dirigente político que con argumentos convencía, era también su condición de ser humano, de amigo que estaba al lado de los suyos. Por eso, de hecho, el mando en el M-19 estaba en manos de Bateman. En la práctica, como segundo, se encontraba Omar Vesga, quien había sido secretario general de la regional del Valle del Partido Comunista.
En la reunión constitutiva del M-19 se aprobó un plan para dar a conocer la nueva agrupación. El plan tenía dos ejes: el propagandístico, que buscaba causar un efecto ante el país y para ello se ideó una campaña de expectativa en varios diarios de circulación nacional. El segundo eje, de carácter político-ideológico aunque también propagandístico, llevaba implícito un mensaje nacionalista y latinoamericanista que se convirtió en el hilo conductor del accionar político y militar del M-19 durante los siguientes 16 años: la recuperación de la espada del Libertador Simón Bolívar. En ese momento recordaron que años antes habían hecho toda la 'inteligencia' a la Quinta del Libertador, así que no era más que actualizarla, aunque en este caso lo hicieron con toda la preparación posible.
La campaña propagandística consistió en publicar, en periódicos de circulación nacional, avisos que anunciaron la inminente salida al mercado de un nuevo producto. Por las características del mensaje contenido en los anuncios que aparecieron durante cuatro días, podía pensarse que se trataba de algún remedio contra parásitos. El diseño de los artes finales fue elaborado por Germán Rojas; el encargado de ir al diario El Tiempo para contratar su publicación fue Luis Otero Cifuentes. Los primeros avisos, que se publicaron en páginas interiores de cines, clasificados y sociales, tenían un fondo negro y en letras blancas se leía: "Ya llega M-19", "Parásitos... gusanos? espere M-19", "Decaimiento... falta de memoria? espere M-19", "Falta de energía... inactividad? espere M-19". Y al lado de las siglas M-19 dos triangulitos que más parecían un corbatín. El día 17 de enero de 1974 apareció el último aviso: "Hoy llega M-19". Esta campaña que pudo costar cerca de medio millón de pesos, se canceló con el dinero obtenido en un primer secuestro que se hizo en conjunto con las Farc y del cual al M-19 le tocó una tercera parte.
A las cinco de la tarde de ese frío miércoles, el M-19 sustrajo de la Quinta de Bolívar la espada y los espolines del Libertador; en el sitio y en habitaciones contiguas dejó su primera proclama titulada "Bolívar, tu espada vuelve a la lucha". En el lado izquierdo de la proclama estaba impreso el mismo logotipo que había salido en varios periódicos los últimos días: los dos triangulitos en forma de corbatín y la sigla M-19. En la acción, comandada por Bateman, fue Alvaro Fayad quien rompió la urna de cristal y tomó en sus manos la espada guardándola bajo su ruana. Afuera estaba Bateman esperándolos, para de allí enrumbar hacia la sede del Concejo Distrital, escenario del segundo espectacular hecho. La acción de la espada debió ser dirigida por Omar Vesga, pero por una descoordinación suya en ese fin de año, no llegó a tiempo y fue relevado de su cargo.
La toma del Concejo Distrital era el operativo central por ser el que más alto riesgo implicaba y porque en ese momento se daba un álgido debate sobre la Avenida de los Cerros, construcción que llevaría al desalojo de muchas viviendas ubicadas en el área. En el operativo estuvieron Iván Ospina, Helmer Marín, Luis Otero y Jaime Bateman, entre otros. Gustavo Arias fue el encargado de comandar esta toma, llegó vestido de mayor del Ejército (su paso por el servicio militar le ayudaba); con el cuento de que se había presentado un golpe de Estado dominaron a los policías de guardia, dejaron una proclama y pintaron con aerosoles en las paredes su consigna: "¡Con el pueblo, con las armas, con María Eugenia al poder¡". En estas operaciones, como en otras de trascendencia nacional, era Lucho Otero quien tenía la iniciativa. Así narraría años después los detalles del robo de la espada:
"Yo había leído unos relatos de los Tupamaros donde cuentan cómo se sacaron la bandera de Artigas que es su símbolo... El día del incendio del edificio de Avianca fui a visitar a Pablo (Jaime Bateman) y le comenté mi lectura... Para esa época él todavía estaba en la Comisión de Logística de las Farc, entonces me plantea proponérsela a Augusto Lara para que él le aconsejara a la Comisión Militar. Así lo hice, pero los jefes al escucharla dijeron: 'No, eso es un aparato de museo, eso no sirve para nada, a eso nadie le pone cuidado'. Afortunadamente fue así. Después seguimos con la idea de apropiarnos de la espada de Bolívar, pero ya más seriamente. El Flaco me dice que planifique la acción, la idea era sacarla y llevársela a Manuel Marulanda Vélez. Nos fuimos con Raúl (Germán Rojas) y duramos tres noches con sus días alrededor de la Quinta de Bolívar, estábamos acompañados por dos tipos que habían sido rateros en una época y que nos manifestaron que se querían reformar, eran muy buenos para escalar muros. Llegó el día en que dije 'no más, ya es el momento de realizar el operativo, pa'dentro, no aguantemos más frío aquí'. Raúl montó su pistola, una 45, se va corriendo hacia los muros, se enreda en una rama y pum, se le escapa un tiro. Entonces los ladrones (que no era cierto que se quisieran regenerar) salieron corriendo, los tranquilicé asegurándoles que los sacaba de allí".
La espada del Libertador mide aproximadamente 85 centímetros de largo y tiene en su empuñadura grabados de oro y plata y el escudo real de la Corona Francesa. Le fue entregada a Bolívar a los 15 años cuando recibió el grado de subteniente.
Lo acompañó en las batallas de Boyacá y del Pantano de Vargas, en su travesía por el páramo de Pisba, y con ella entró a Santafé de Bogotá cuando la derrota de las tropas realistas. En la historia de la guerrilla urbana en América Latina se presentaron casos similares, en donde las organizaciones retomaron símbolos vinculados a la historia y a la nación. El primer hecho que se recuerde lo protagonizaron los Tupamaros, cuando en 1969 sustrajeron la bandera del prócer José Gervasio Artigas con la que desembarcaron los 33 orientales que le dieron la independencia al Uruguay; de esa acción, narrada en Las Actas Tupamaras, surgió en el M-19 la idea de la espada del Libertador Simón Bolívar. En Argentina en 1971, la unidad de combate Evita de los montoneros ocupó la histórica Casa de Tucumán, donde en 1816 se declaró la independencia y en donde Juan Domingo Perón declaró la independencia económica en 1946. En el mismo año de 1970, los montoneros habían intentado apoderarse de la espada del general San Martín que se encontraba en el cuartel de Los Olivos, sede del gobierno argentino. Continuando con la analogía de las acciones vinculadas a hechos históricos, el 30 de mayo de 1980 el comando Javiera Carrera de las Milicias de la Resistencia Popular del MIR chileno, rescató la bandera nacional sobre la cual los padres de la patria juraron la independencia de Chile. En Ecuador, el 8 de julio de 1983 el grupo Alfaro Vive, Carajo -AVC-, se llevó del local del Partido Liberal el busto de Eloy Alfaro, paladín del liberalismo radical, quien a comienzos del siglo encabezó la revolución; un mes más tarde, el 12 de agosto, sustrajeron del Museo de Guayaquil la espada del general Alfaro"(...).

EL CRIMEN DE TACUEYO
"(...)A las tragedias del Palacio de Justicia y de Armero se sumo una nueva: desde mediados de diciembre de 1985 comenzaron a aparecer, enterrados en fosas comunes, los cadáveres de decenas de hombres y mujeres que habían pertenecido al Frente Ricardo Franco. Con visibles huellas de torturas y mutilaciones, fueron encontrados cerca de 160 guerrilleros, asesinados por sus propios comandantes. El crimen ocurrió en predios de la finca Miraflores, entre las veredas Chimicueto y Barrizal, del corregimiento de Tacueyó, en el departamento del Cauca. Hacía casi un mes se estaba presentando una purga interna en el Ricardo Franco por supuestas infiltraciones del Ejército. Gustavo Arias Londoño, 'Boris', quien venía de su difícil campaña por el Valle, pasó por el campamento de los Francos cuando se realizaban los 'juicios revolucionarios'; al darse cuenta de lo que sucedía, increpó a los dirigentes Javier Delgado y Hernando Pizarro quienes, personalmente, interrogaban, torturaban y mataban a los sindicados de infiltración. El M-19 intentó actuar para detener a los genocidas pero ya era tarde; Carlos Pizarro se colocó al mando de una comisión y asistió a un encuentro en el que se esperaba capturar a Delgado, pero éste no llegó. El mayor crimen en la historia de las guerrillas de América Latina se había consumado. La intolerancia, el autoritarismo, la arrogancia y la antidemocracia fueron las verdaderas raíces de un holocausto que no debemos olvidar...
De acuerdo con la versión del Frente Ricardo Franco, capturaron a 164 infiltrados, uno de ellos -menor de edad- fue perdonado y los restantes 163 fueron fusilados. En mayo de 1986 circuló el libro al que se ha hecho referencia; en una edición de 156 páginas los Francos cuentan sus principales acciones y cómo éstas eran frecuentemente saboteadas por los supuestos infiltrados en sus filas; incluyen algunos de los interrogatorios y los nombres de los 163 asesinados (¡91 del B-2 y 72 suboficiales o soldados profesionales, de acuerdo con lo señalado en el texto!), entre quienes estarían cabos, sargentos, tenientes, capitanes, mayores, tenientes coroneles, coroneles y brigadieres.

El M-19 fijó públicamente su posición el 17 de diciembre en un comunicado dado a conocer a través de los medios de prensa y reproducido posteriormente en su boletín de enero de 1986. De inmediato convocó para el 20 de diciembre a una asamblea guerrillera que se realizó en el sitio conocido como Campo América; el objetivo era analizar las causas, implicaciones y respuesta a la masacre de Tacueyó. Carlos Pizarro, segundo comandante del M-19, presentó los hechos ante los combatientes allí reunidos:
"Cuando nos enfrentamos a la gran verdad de la masacre de Tacueyó, ordenada y ejecutada por la dirección del Ricardo Franco, decidimos darla a conocer al país, pero también iniciar una gran discusión sobre el hecho mismo, sus causas y profundas implicaciones.
"Es doloroso para revolucionarios enjuiciar a otro grupo al que tratamos de entender y con el que tratamos de compartir el proyecto de democracia, dándole una perspectiva diferente a la de esa lucha intestina que tenían con las Farc, y por fuera de su lumpenismo -a veces terrorista- hacia el país. No es fácil enfrentar en estas circunstancias a hombres que fueron nuestros amigos y aun, como es mi caso, nuestros hermanos: enfrentar una situación que lo degrada a uno en su sangre, en su espíritu, en su concepción de la vida y de la revolución. Y no es fácil decirle a un país que los 100 o mas muertos torturados y asesinados desafortunadamente no son víctimas de los grupos terroristas de esta oligarquía, sino el fruto de las manos ensangrentadas de hombres que se reclaman revolucionarios y que, además combatieron a nuestro lado.
"Muy rápidamente, y por encima de la indignación que a veces se lo traga a uno, entendimos que si bien el problema inmediato era la acción de los Franco, esto no era lo único. Lo que está en juego es nuestro porvenir como Nación. El porvenir de esta revolución, de nuestros ideales y el sentido profundo de la democracia, que estos hechos nos llevan a ver con mayor claridad y en toda su dimensión. (...)
"No pensemos que esta discusión nos soluciona el problema No nos sintamos nosotros los puros y los otros los culpables. Somos parte de un país que nos ha formado en su alegría, en su manera de ser, pero también nos ha arrojado el lastre del pasado, de la oligarquía Por eso, en medio de nuestros errores lo fundamental es hacia dónde avanzamos cómo le vamos abriendo camino a la democracia en este país y entre nosotros mismos. (...)
"Lo más fácil, lo que hemos vivido por tantos años en Colombia, es que en nombre de la revolución se termine asesinando a los principios que la han inspirado. Al punto en que un grupo humano se convierte en un núcleo regido por una profunda cobardía. Cómo puede entenderse que ciento y pico de hombres armados se dejen asesinar, uno tras otro, se dejen torturar uno tras otro, sin que nadie se rebele sin que nadie enfrente tamaña indignidad. (...)
"Hay que entrar a buscar cuál es el origen de esa cobardía, dónde está la piedra individual de esos combatientes, qué les impidió entender cuál debía ser su comportamiento en el momento más difícil. Me parece que el totalitarismo en que se ha formado la izquierda colombiana, la justificación de cualquier comportamiento amoral en el seno de la revolución, supuestamente en aras de la revolución misma, ha destruido fibras importantísimas y vitales de nuestra revolución. (...) Así fue como los que comenzaron torturando, terminaron torturados y asesinados, y los que hoy torturan y asesinan, tendrán ese mismo fin. Se hace cierto lo que dice la Biblia de que el que a hierro mata, a hierro muere".


EL SANCOCHO DE LA PAZ
EPILOGO POR ANTONIO CABALLERO
CASI TODOS los protagonistas de este libro están muertos. Y no de viejos, ni en su cama, sino de muerte violenta. En accidente, como Jaime Bateman; o en combate, como Iván Marino Ospina y 100 más; o asesinados, como Fayad, Pizarro, Toledo, Quevedo, mil más; la mayoría. La que cuenta Darío Villamizar es una historia de muerte. La de la acción política y militar del Movimiento 19 de Abril -M-19-, uno de los arroyos de sangre que confluyen en el río violento de la historia contemporánea de Colombia.
Es también, a primera vista, la historia de un fracaso. El que va del robo simbólico en 1974 de la espada del Libertador -para llegar "con las armas al poder"-, a la igualmente simbólica fundición de las armas en 1990 -para resignarse a hacer política en las urnas electorales-. Quince años de agitación sangrienta, de 'propaganda armada', de 'acciones político-militares' (e incluso 'leguleyo-militares'), de ilusiones, de tragedias, de sacrificios, para salir (en 1992) al mismo llanito del que se había partido (en 1970): la derrota electoral. Y en un paisaje más devastado aún y más confuso, en el que el caos de la violencia colombiana se ha expandido y se ha complicado y ha multiplicado sus agentes: guerrillas, militares, paramilitares, narcotraficantes, DEA, CIA, servicios de inteligencia. La guerra es hoy más generalizada y más sucia que cuando se formó el M-19, a principios de los años 70, o que cuando, en el 82, anunció Bateman en su VIII Conferencia: "El 17 de agosto de 1982 será recordado como el día en que una organización decretó una vez más la lucha revolucionaria en este país". En apariencia, pues, la historia del M-19 es sólo un avatar más en el eterno ciclo de la inutilidad. Y sólo deja un reguero de muertos enterrados y de esperanzas fallidas, como la de tantas otras organizaciones que en tantas fechas olvidadas decretaron una vez más la guerra en este país, para no ganarla nunca.
Sin embargo, hay una diferencia. Como tantas otras organizaciones, el M-19 tampoco ganó la guerra: pero ganó la paz . O. más exactamente, más parcamente, ganó la precondición política necesaria para lograr la paz, que era el reconocimiento de los alzados en armas como interlocutores legítimos de las demás fuerzas políticas y sociales del país. El M-19 no tuvo éxito como organización armada que buscaba el poder: fue primero diezmado en la guerra, y luego se ha deshecho en la paz. Pero en cambio logró hacer triunfar su paradójico y heterodoxo postulado político: que la guerra se hace para buscar la paz.
Paz que, por ahora, sigue siendo apenas un deseo, como es más que evidente para cualquiera que mire lo que sucede en Colombia. Pero ya es un deseo no sólo de los que padecen la guerra, sino también de quienes la hacen. Quedan los recalcitrantes, de lado y lado: los que hacen la guerra para la guerra y se complacen en ella, tanto del lado guerrillero (las Farc, el ELN), como del lado del sistema y el establecimiento (los servicios de inteligencia militar, muchos altos mandos del Ejército, la ciega ultraderecha civil militarista). No la van a ganar ni los unos ni los otros, y sólo han conseguido volverla más costosa, más sucia y más cruel. Pero la suya es una acción de retaguardia: sirve para prolongar las cosas, pero no basta para cambiarlas. La que cumplió el M-19 durante sus 15 años de existencia fue, por el contrario, una acción de vanguardia: su 'guerra para la paz' cambió muchísimas cosas en Colombia.
Porque a sabiendas de que no podía vencer, el M-19 supo convencer. Para mostrarlo basta el dato de que, siendo un grupo considerablemente mal organizado y de dimensiones bastante reducidas, su actividad generó en 15 años 10 veces más reportajes de prensa y de televisión, entrevistas y libros que cualquier otra organización armada colombiana -Farc, ELN, EPL- en el doble de tiempo y con mayores efectivos. Su eficacia como 'propagandista armado' fue asombrosa, y en eso superó con creces a sus modelos (los Tupamaros uruguayos o los Montoneros argentinos), mezclando inspiradamente -aunque sin duda casi al azar- las acciones modestas con las espectaculares: el robo de la espada de Bolívar, la toma de algún caserío perdido en la selva, el robo de las armas del Cantón Norte, el reparto de leche en un barrio de invasión, la toma de la embajada, la 'cita con Pacheco', la batalla naval del 'Karina' o la campal de Yarumales, el apocalíptico asalto al Palacio de Justicia, el hábil secuestro de Alvaro Gómez. Gracias a la imaginación, a la audacia y a la terquedad, el M-19 logró en Colombia algo que parecía un milagro: el diálogo. En el año 74 era inimaginable, y en el 90, inevitable. El país, o por lo menos considerables sectores del país, se había convencido de tres cosas: de que la paz es más deseable que la guerra; de que a la paz sólo se llega a través del diálogo; y de que el diálogo sólo se consigue bajo la presión de la guerra. De una guerra que, en el paradójico planteamiento del M-19, no tenga por objetivo la victoria, sino la colaboración.
La colaboración en la diversidad, tan repugnante para las ortodoxias de izquierda y de derecha. El 'sancocho nacional' de que hablaba ese poderoso creador de imágenes que fue Jaime Bateman, fundador del M-19. En el diálogo, y en lo que de él saliera, debían participar todas las categorías y colores de los colombianos, ricos y pobres, obreros y oligarcas, militares y guerrilleros, blancos, indios y negros, curas, campesinos, industriales, banqueros, poetas: todo lo que cabe en el paisaje, del mismo modo que en un sancocho cabe de todo para que salga bueno: cebolla larga y cebolla cabezona, tomates verdes, una gallina entera despresada, mazorcas, ajo, plátano, yuca, cola de res, cilantro, y algo de ají. Del diálogo, con suerte, debía salir la paz: sancocho para todos.
El sancocho tuvo un primer hervor, que fue la Asamblea Constituyente de 1991: por primera vez en la hisíoria de Colombia hubo ahí de todo. Después...
Lo que vino después se sale ya del marco del libro de Villamizar, que se limita a narrar la historia del M-19 desde el robo de la espada hasta la fundición de las armas: de enero de 1974 a marzo de 1990. Cuenta los combates, las anécdotas, las conferencias, las muertes, las traiciones, los éxitos, las discusiones, los fracasos. Y. aunque el autor no pretende nunca dar explícitamente su opinión, se trata obviamente de una versión sesgada: excesivamente ombliguista e indulgente en torno al M-19 (y a lo que podríamos llamar la 'línea oficial' del M-19), y excesivamente esquemática y desdeñosa en lo que se refiere a los demás actores de esos 15 años de historia. Un libro parcial en los dos sentidos de la palabra: sólo cuenta una parte, y toma partido. Es discutible. Esperemos que sea además un libro discutido. Porque precisamente en eso consiste el 'diálogo nacional' por el que dieron su vida tantos jefes y militares del M-19".