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Rodrigo Pardo.

ANÁLISIS

La voz de la calle

¿Entienden las FARC a la opinión pública? El proceso regresó al punto en el que se encontraba a finales del 2014, cuando se decía que iba bien en La Habana y mal en Colombia.

Rodrigo Pardo García-Peña
23 de abril de 2015

La rutina cambió. Las convencionales declaraciones de Humberto De La Calle y de Iván Márquez, frente al Palacio de Convenciones de la Habana al terminar el ciclo 35, esta vez no se limitaron a cuantificar los avances de los diálogos, sino que registraron el impacto que produjeron las muertes de 11 soldados por un ataque de las FARC.

El texto leído por De La Calle tiene como columna vertebral el argumento de que las FARC golpearon su credibilidad y la del proceso. Dijo: “La indignación no es un fenómeno mediático”, “es una reacción limpia, auténtica, espontánea”, “el problema de las FARC hoy es con la gente. No con los militares. No con la llamada oligarquía. No con los políticos”.

Varios expertos, como Gustavo Duncan y Joaquín Villalobos, han puesto de presente que la guerrilla actuó en contra de sus propios intereses. Pusieron a la opinión pública en contra de un proceso y debilitaron a Santos cuando está más presionado para que no les haga concesiones a ellos. ¿Lo entienden? ¿Están desconectados de la realidad nacional?

Estas preguntas estaban en pleno furor el año pasado: el 20 de septiembre, para poner una fecha. Se había vuelto un lugar común decir que el proceso iba bien en La Habana y mal en Colombia. Se criticaba un día sí y otro también a la guerrilla por su “anacronismo”, y al Gobierno por su carencia de una campaña didáctica y de información.

En lo que se refiere a las FARC, esa visión tenía algo de cierto, pero mucho de simplismo. Es cierto que, según su visión estructuralista, la opinión pública, los medios y las encuestas, para ellos están manipulados por los intereses del gran capital. No ven matices ni diferencias en el establecimiento, que sí existen. En el texto leído por Iván Márquez retoman su argumento de siempre y explican la tragedia de Cauca como una acción de “esas clases que conforman el régimen. Y (que) con el poder de los medios en sus manos envenenan al país sin permitir que se establezca con serenidad la verdad de lo ocurrido”.

Pero también es verdad que la delegación de paz de las FARC en La Habana vive al tanto de todo lo que pasa en el país. Información no le falta y análisis tampoco: viven 24 horas al día en función de averiguar y examinar todos los detalles de la realidad nacional. Y reciben decenas de visitas y delegaciones, nacionales y extranjeras, que les insisten en que deben convencer, con actos y no con palabras, a una opinión pública incrédula y escéptica.

Parecía que la visión más pragmática y menos ideológica había ganado terreno entre diciembre del 2014 y abril del 2015. Una lista de acciones ciertas e importantes de las FARC alimentaron la confianza: el rápido retorno del general Rubén Darío Alzate, el ofrecimiento de perdón por la masacre de Bojayá, el cese el fuego unilateral e indefinido, la suspensión del reclutamiento de menores de 17 años. A esos gestos se sumaron tres acuerdos con el Gobierno que también mejoraron el clima: el establecimiento de una comisión técnica con presencia de generales y militares activos, las visitas de grupos de víctimas a La Habana y un programa de desminado.

Las cifras de las encuestas registraron un aumento en el apoyo al proceso, y el presidente Santos reconoció que las FARC habían cumplido el cese el fuego y respondió con una suspensión de los bombardeos. Estaba retoñando la esperanza.

Pero con la masacre de Cauca, y como en el cuento de la Cenicienta, todo volvió a ser como antes. La ilusión se esfumó. Y en los días que siguieron reaparecieron las preguntas que estaban vigentes el 20 de septiembre: ¿Se puede creer en las FARC? ¿Controlan todos sus frentes? Si se firma un acuerdo, ¿qué porcentaje de la guerrillera se desmovilizará? Y otra vez: las delegaciones de las dos partes en Cuba afirman que quieren seguir, pero el malestar en la opinión pública lo puede dañar.

Volver a septiembre 20 es una calamidad. Para “recuperar la confianza” –como pide De La Calle-, ya no están disponibles las cartas que se jugaron entre diciembre y marzo. Peor si, como se deduciría de algunas de las declaraciones de las FARC posteriores al ataque en Cauca, se impone la visión idológico-estructuralista, en vez de la aproximación pragmática.

Porque hay datos –objetivos, reales- que demuestran que hay decisiones de las FARC que están desfasadas de la realidad política. Debilitar a Santos, en momentos en que está fustigado por una oposición que quiere endurecer el proceso de paz, es un tiro en el pie. O pedir una Constituyente, que seguramente produciría una Constitución mucho más autoritaria que la del 91. Y con una presencia cuantiosa del uribismo para reabrir allí la negociación de lo que ya han pactado en La Habana. Estas posiciones son equívocas, a todas luces.

Y es un error, de peligrosas consecuencias, negar que la reacción negativa al ataque en Cauca es real, es de la gente y está en la calle. Un error que podría poner en peligro el proceso y que nos podría llevar, no ya a septiembre 20, sino a los tiempos de la confrontación total.

Las FARC deben escuchar con atención a De La Calle, sí, pero también las voces de la calle.