Home

Nación

Artículo

La familia Vives Lacouture asegura que más de un centenar de sus familiares de apellido Lacouture o Dangond han sido secuestrados en los últimos años, especialmente en Cesar y La Guajira. A la izquierda, doña Rosita Lacouture de Vives, quien ya ha perdido dos hijos por la violencia: Mauricio y José Benito

testimonio

Un drama sin fin

La muerte de Mauricio Vives Lacouture es la última tragedia que ha tenido que enfrentar una de las familias más tradicionales de la Costa Atlántica.

2 de junio de 2007

"Yo creo que el caso de la familia Vives refleja el drama de la violencia de esta Colombia tan sufrida", dijo la semana pasada el vicepresidente, Francisco Santos, al lamentar la muerte del empresario Mauricio Vives Lacouture, (hermano del detenido senador samario Luis Eduardo Vives), quien falleció en circunstancias aún no esclarecidas, luego de haber permanecido casi 19 meses en poder del ELN. Y es que éste es sólo el último de una larga serie de episodios violentos que involucran a miembros de una de las familias más tradicionales de la Costa Atlántica, una familia con la que se han ensañado el secuestro y el asesinato en la última década.

Uno de los golpes más duros para doña Rosita Lacouture de Vives, la matrona de la familia, se presentó en 1997, sólo seis meses después de la muerte de su esposo, José Benito Vives Campo, víctima de una complicación de su diabetes. José Benito, el mayor de sus 10 hijos, no sólo había heredado el nombre del patriarca, sino la responsabilidad de convertirse algún día en el jefe de la familia. Ante las circunstancias Pepe, como le llamaban, no tuvo reparos en volver al país, del que había salido luego de dos intentos de secuestro en 1992 y 1993. Y al regresar, le hicieron el tercer intento, pero esta vez lo asesinaron. Dejó huérfanos a tres hijos, de 9, 7 y 4 años y, una vez más, la familia Vives Lacouture quedó acéfala.

La violencia también alcanzó a otras ramas de la familia. Ese mismo año, Rafael Francisco Zúñiga, esposo de Marta Lacouture, prima hermana de los Vives, murió en un atentado contra el general Manuel José Bonnett, entonces jefe de las Fuerzas Armadas, en cercanías de Santa Marta. Una esquirla de una de las tres bombas que explotaron las Farc lo alcanzó en la vena aorta.

De otro primo hermano de la familia, Carlos Miguel Vives Lacouture, no se sabe nada desde el 3 de noviembre de 2001, cuando fue secuestrado por un grupo que nunca se identificó. El joven, sordomudo de nacimiento y de nacionalidad estadounidense, se había trasladado a Santa Marta con la idea de montar un negocio de televisión por cable, que por entonces no se conocía en la ciudad. "Su madre, Inés Lacouture, sigue esperándolo todas las noches. Ella tuvo que revivir todo su calvario con el secuestro de Mauricio, pero a él por lo menos tuvimos el consuelo de darle cristiana sepultura", afirma Silvia Vives, hermana de Mauricio.

Sin embargo, a la familia le quedan muchas dudas en torno a la muerte de este último. Desde el mismo momento de su secuestro, el 8 de noviembre de 2005, se comenzaron a hacer toda clase de contactos para lograr que fuera liberado, y la ilusión de volver a ver a Mauricio nunca había estado tan cercana como en los últimos dias. "Teníamos grandes esperanzas de que lo iban a devolver dentro de las promesas que han aparecido en la prensa en los últimos días y los acuerdos que creo que se están cocinando en La Habana", asegura Gustavo Castro, suegro de Mauricio. Pero una llamada de los captores le quitó a la familia las esperanzas de un final feliz.

Gracias al aviso, los Vives Lacouture descubrieron que este había muerto el 22 de mayo en un enfrentamiento entre el ELN y el Ejército y que había sido enterrado como NN en una fosa común, a pesar de tener su argolla de matrimonio marcada con el nombre de su esposa, y una medalla de la virgen Milagrosa heredada de su familia. Para Castro, lo más triste es que Mauricio no haya alcanzado a conocer al menor de sus tres hijos, Sebastián, quien nació cinco meses después de su secuestro. "Tenemos la esperanza de que haya alcanzado a ver unas fotos que le mandamos, pues cuando lo encontraron llevaba puesta la ropa que le habíamos enviado con éstas".

Entre tanta tristeza, a la que doña Rosita se enfrenta con su infaltable camándula y su férrea fe en Dios y la virgen Milagrosa, la matrona sólo tiene una petición: "Yo ofrezco todo el sufrimiento que tengo en el alma por mis hijos para que me devuelvan a Luis Eduardo. Él es el mayor, es mi apoyo y me hace una falta tremenda".