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De la euforia por la firma del acuerdo en Cartagena los colombianos pasaron a las lágrimas y el limbo del No. | Foto: César Carrion / Nélson Cárdenas

CRÓNICA

Una semana en Macondo por cuenta del Nobel y el plebiscito

Difícilmente el país volverá a vivir una semana tan intensa en la que los colombianos pasaron de la esperanza del Sí al limbo y la incertidumbre del No. La realidad volvió a demostrar que en la tierra de Gabo cualquier cosa puede pasar.

8 de octubre de 2016

Ni Gabriel García Márquez, quien hasta el viernes era el único nobel criollo, hubiera sido capaz de imaginarse el gigantesco huracán que sacudió en la última semana las vidas de todos los colombianos. Y no se trataba de Matthew, que la semana pasada afectó a cientos de habitantes en el Caribe e hizo que una persona pereciera ahogada en Uribia, en medio del seco desierto de La Guajira.

Difícilmente en la historia del país los colombianos pasaron en tan poco tiempo de la esperanza de la paz, al limbo y la desazón de la victoria del No, a la indignación y a la sorpresa del nobel. Como si la realidad se hubiera subido a una montaña rusa que demuestra una vez más que en este país cualquier cosa puede pasar.

Al final de la semana, lo ocurrido el lunes 26 de septiembre en Cartagena parece un cuento ya lejano, casi surrealista: miles de personas, los presidentes más importantes del continente y millones de espectadores de todo el mundo presenciaban la firma del acuerdo de paz entre el gobierno y las Farc. El discurso de Rodrigo Londoño, Timochenko, interrumpido en su momento más lírico por el paso de una desorientada escuadrilla de cazas Kfir, y las emotivas palabras del presidente Juan Manuel Santos, que decretaban el fin de la horrible noche del himno nacional, pusieron a los colombianos a soñar con la paz. Pero ese espectáculo triunfalista muy a la colombiana terminó también por enardecer a quienes no estaban de acuerdo con lo pactado.

Para abrir la puerta al futuro solo faltaba un paso: ganar el plebiscito del 2 de octubre. Pero el destino tenía otros planes. Primero, el huracán Matthew se encargó de pasar por agua la jornada en la costa Atlántica, donde la elevada abstención se multiplicó por la imposibilidad física de los votantes para llegar a las mesas. Pese al llamado para postergar las elecciones una hora en esta región para permitir que muchos llegaran así fuera en canoas o nadando, los comicios se cerraron a las cuatro de la tarde.

Desde los primeros conteos, sorprendió la cerrada diferencia que había entre el Sí y el No, pero todos, tanto los promotores del Sí como los del No, no podían creerlo cuando la Registraduría Nacional, con una eficiencia excepcional, declaró ganador al No por solo 52.000 votos de un total de un poco más de 13 millones. Las caras de asombro comenzaron a aparecer por todas partes. ¿Y ahora qué?, se preguntaban los colombianos. Pero esa noche nadie tenía una respuesta concreta porque ni el gobierno, que llevaba seis años jugándose a fondo por la paz, tenía plan B, ni los ganadores, con Álvaro Uribe a la cabeza, tenían plan A.

El país pasó de la alegría al limbo en medio de una total incertidumbre. En el Palacio de Nariño, el presidente Santos había invitado al equipo negociador, al gabinete y a altos funcionarios para celebrar, pero al final hubo desconcierto y lágrimas. No se sabe, realmente, qué pasó por la mente de Santos. El alto comisionado Sergio Jaramillo, quien había invitado el lunes por la noche a sus colaboradores más cercanos para celebrar, tuvo que cancelar su fiesta.

A las ocho de la noche el presidente, con cara de derrota, salió a aceptar los resultados, pero anunció que persistiría en su propósito de alcanzar la paz. Una hora después habló el expresidente Uribe, quien, rodeado de sus alfiles, dio el parte de victoria y pidió un gran pacto nacional. En privado, en su casa en el oriente antioqueño, reconoció que nunca pensó que ganaría y que ahora tenía una responsabilidad histórica.

A la mañana siguiente se apoderaron del show los voceros del No, muchos de los cuales resucitaron en la política y entraron a la lista de presidenciables para 2018. En un abrir y cerrar de ojos Uribe, que la semana anterior arengaba desencajado al No con megáfono en mano en las afueras de la firma de la paz en Cartagena, renació de las cenizas y demostró que para él la actividad electoral es un rejuvenecedor político. Mientras tanto, los votantes del Sí vivían un lunes negro, de depresión colectiva, como si todos tuvieran un duelo personal.

Los dos días siguientes vinieron la incertidumbre y las primeras renuncias. Humberto de la Calle le dimitió a Santos, pero este no lo aceptó. Por el contrario, lo ratificó y le pidió salir con Jaramillo para La Habana a tratar de arreglar los términos de una posible renegociación con las Farc. En cambio, a la ministra de Educación, Gina Parody, le aceptó inmediatamente. En Bogotá, los impulsores del Sí se desaparecieron en medio de un gran vacío copado por Uribe, quien hablaba con aire presidencial a pesar de que más de la mitad de los que votaron no son uribistas.

Y cuando todo hacía prever que los resultados del plebiscito echarían por tierra las negociaciones de cuatro años en La Habana, surgió una luz de esperanza cuando el expresidente aceptó reunirse con Santos y llamó personalmente al conmutador de palacio a pedirle una ‘citica’. Otra selfi para la historia, como en los tiempos del ‘articulito’, la ‘encrucijada del alma’ y los ‘tres huevitos’.

El martes a las 11:30, tras seis años de distanciamiento, enemistades y odios, Uribe llegó a la Casa de Nariño con su séquito, acompañado de Óscar Iván Zuluaga, Iván Duque, Carlos Holmes Trujillo García, así como del saliente procurador Alejandro Ordóñez y la excandidata Marta Lucía Ramírez. Minutos antes, Santos se había reunido con el expresidente Andrés Pastrana, con quien también tenía profundas diferencias. A su salida, Pastrana dijo que el 98 por ciento de los colombianos quería y apoyaba la paz, no se sabe si con la misma calculadora de los tiempos del Caguán.

Pero tras el encuentro Santos-Uribe, los ánimos volvieron a decaer. Mientras el gobierno decía estar dispuesto a estudiar algunos ajustes, el Centro Democrático insistía en que se necesitaba hacer cambios de fondo a 68 puntos del acuerdo. Sin embargo, ese mismo miércoles, a pocos metros, en la plaza de Bolívar, la esperanza volvía a surgir cuando miles de jóvenes universitarios se movilizaron con velas y antorchas para abogar por la paz. Sin embargo, la angustia volvió unos minutos después cuando en una alocución televisada el presidente Santos anunció que el cese del fuego iría solo hasta el 31 de octubre.

El jueves, la euforia del Centro Democrático recibió una grave estocada proveniente de sus propias huestes. Los medios reprodujeron una entrevista que el exsenador Juan Carlos Vélez, gerente de la campaña del No, concedió al diario La República. En el texto afirmó que parte del éxito de la jornada del domingo fue el resultado de una “campaña muy barata”, financiada por unos pocos empresarios, y describió en detalle las estrategias basadas en impulsar por estratos las percepciones populares, muchas de ellas falsas, y en promover la indignación antes que el conocimiento del acuerdo. Aún hoy nadie entiende las razones que llevaron a Vélez a cometer semejante harakiri. Y ahí fue Troya. Vinieron cuestionamientos de todos los frentes y el Centro Democrático quedó contra las cuerdas. Inclusive Vélez, quien renunció al partido, quedó en la mira de la Fiscalía por presunto fraude al sufragante.

En medio de este panorama de locos, el jueves en la noche los colombianos volvieron a emocionarse con el triunfo de la Selección Colombia. Cuando parecía que el partido contra Paraguay quedaría empatado, en el último minuto Edwin Cardona le dio el triunfo al equipo y levantó los ánimos de quienes pensaban que la selección estaba lejos de clasificar.

Y entonces, cuando muchos pensaban que solo el fútbol sacaba la cara por el ánimo de los colombianos en esta semana de infarto, a las cuatro de la mañana del viernes las esperanzas resurgieron cuando la Academia de Noruega anunció el Premio Nobel de Paz para Juan Manuel Santos, por su persistencia en alcanzar la reconciliación de los colombianos. Un espaldarazo al optimismo.

¡Qué semana! Entre los colombianos quedó la sensación de que solo García Márquez sería capaz de entender a este país, y lo recordaron con un pasaje de Cien años de soledad que circuló por las redes sociales: “Los habitantes de Macondo estaban en un permanente vaivén entre el alborozo y el desencanto, la duda y la revelación, hasta el extremo de que ya nadie podía saber, a ciencia cierta, dónde estaban los límites de la realidad”.