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Uribe, segundo tiempo

¿Qué pueden esperar los colombianos del segundo mandato del Presidente reelecto?

27 de mayo de 2006

El próximo 7 de agosto Álvaro Uribe Vélez llegará por segunda vez a la Presidencia de Colombia, con un poder ampliamente refrendado en la urnas. Con 99 por ciento de los votos escrutados, iba ganando con más de 62 por ciento de los votos, un triunfo arrollador que le otorga un respaldo decisivo a su gobierno. La contundencia de una victoria de más de siete millones de votos le imprime un sello histórico al liderazgo que ha ejercido este antioqueño de 54 años en el país.

Además de la sólida legitimidad, su segundo mandato contará con varias ventajas. Tiene la experiencia de haber llevado el timón de este difícil país durante cuatro años. Su permanencia en el poder refuerza la confianza que trajo su política de seguridad democrática y, con ella, el aumento de la inversión y el crecimiento económico que le siguieron. También cuenta con respaldo político que se traduce en una cómoda mayoría en el Congreso y un firme liderazgo sobre los gobiernos regionales.

Popularidad renovada, credibilidad económica, maniobrabilidad política. Parecería que el segundo gobierno de Uribe será más fácil. Más, si se tiene en cuenta que el terreno de la guerra y la paz se ve menos abrupto que hace cuatro años: las Farc a la defensiva, el ELN sentado en la mesa de negociación y las AUC desmovilizadas. Sin embargo, una mirada más reposada revela que los desafíos que tiene Uribe por delante son, quizá, mayores que los de su primer mandato.

Para empezar, tiene el reto de batallar contra su propio carácter. Tienen razón algunos críticos uribistas cuando dicen que quien ha dado los más duros golpes de opinión contra Uribe ha sido él mismo. Si bien es obvio que la gente aprecia el estilo gerencial del Presidente reelecto, por trabajador y exigente, que fija metas y demanda resultados, éste tiene sus efectos nocivos. El principal es que corre el riesgo de quedar rodeado sólo de quienes le obedecen sin cuestionarlo. En este segundo y último tiempo, Uribe tendrá afán, y se puede tornar todavía más exigente e intolerante con las críticas y las malas noticias. Es más, como tendrá que manejar una oposición de izquierda más radical y también refrescada con el récord histórico de 2,6 millones de votos, el reto de no descomponerse ante la crítica y la protesta social será mayor.

El segundo desafío de Uribe va a ser, paradójicamente, mantener contentas a sus propias huestes uribistas. Cuando ganó la Presidencia en 2002, les quedó debiendo favores a pocos políticos. Por eso pudo contener, por lo menos por un tiempo, la demanda clientelista, e incluso logró proponer la meritocracia en unas entidades. En esta elección, la deuda con los parlamentarios es mayor. De ahí que en su segundo mandato, si bien tiene la mayoría en el Congreso, ésta no respaldará automáticamente sus proyectos, sino que deberá negociar al menudeo cada apoyo.

A los congresistas los ha unido el hecho de que buscaban la meta común de prolongarle el mandato a Uribe. Pero, como éste no puede ser reelegido de nuevo, es de esperar que emerjan las diferencias entre ellos, y agendas propias que no siempre coincidirán con la del gobierno. Dicho de otro modo, jefes como Germán Vargas Lleras o Juan Manuel Santos estarán mas preocupados por su propio futuro que por el de Uribe.

Aunque la agenda legislativa del Presidente en este segundo tiempo ya no será tan crucial para adelantar su tarea de gobierno, necesitará al Congreso para aprobar proyectos tan definitivos como el Tratado de Libre Comercio, y reformas en las que está empeñado, como la tributaria y el ajuste a las transferencias a las entidades territoriales. Y no hay que olvidar que habrá iniciativas legislativas polémicas, como alguna que busque ponerle palos en la rueda a la extradición de colombianos a Estados Unidos.

Otros retos, en seguridad y en lo social, provendrán de lo que coseche en el primer cuatrienio. Serán éxitos en lo que sembró bien, y tempestades en lo que quedó mal cimentado. Y en este sentido, los hechos, vistos en detalle, contradicen en parte, el lugar común.

La seguridad democrática

A partir de agosto de 2006, en seguridad, los ciudadanos pondrán la vara bastante más alta de lo que estaba en 2002. Por eso, el gobierno tendrá no solamente que mantener, sino ir mucho más allá de los logros que alcanzó a lo largo del primer cuatrienio (principalmente la baja en secuestros, homicidios, ataques de las Farc a poblaciones y seguridad vial). La gente querrá ver a los jefes de las Farc capturados; aspirará a tener movilidad en todo el país, sin cierres nocturnos de carreteras que aún no se controlan; y esperará ver a los secuestrados políticos libres. Atender estas exigencias le va a ser bastante más difícil al presidente Uribe, y el desgaste, si no lo logra, puede ser alto. Aun si el gobierno lograra convencer a las Farc, o a una fracción de ellas, a negociar la paz, tendrá que hacerlo en condiciones de fortaleza, porque ni Uribe ni el país aguantarían otro Caguán. Si lo consigue, será aplaudido por un país cansado de guerra.

Conducir al país hacia la paz, sin embargo, le requerirá un mayor esfuerzo para culminar el proceso con los paramilitares. Condujo un proceso de desmovilización que frenó la barbarie paramilitar, pero fue improvisado y dejó problemas en el camino. La reinsersión de los 38.000 desmovilizados es azarosa y ya están asomándose nuevas generaciones de narcoparamilitares en zonas donde hubo desmovilizaciones masivas, como, por ejemplo, en el Catatumbo. Y tiene que enfrentar además la aplicación de la Ley de Justicia y Paz, que incluye atender los derechos de las víctimas.

Los jefes paramilitares desmontaron sus ejércitos, pero es incierto si también cerraron sus negocios ilícitos, y hay dudas de si su influencia política en las regiones y en el Congreso está asociada a manejos irregulares. Todas estas "colas" del paramilitarismo darán origen a fricciones políticas (inclusive internacionales, cuando se trate de la extradición) y, desafortunadamente, también violencia.

La política frente al narcotráfico puro y llano no ha frenado ni la exportación de droga, ni ha disminuido tajantemente el área de cultivos ilícitos. Es probable que, sin embargo, se siga insistiendo en la misma política más diseñada en Washington que en Bogotá, con las mismas dificultades de corrupción y violencia.

El corazón grande

Suena extraño, pero la mayor cosecha que podrá sacar el gobierno en su segundo tiempo será en las áreas de protección social y educación. Los expertos consultados por SEMANA coinciden en que el gran avance del primer gobierno Uribe fue armar un sistema de funcionamiento del sector social más transparente, con mejor calidad de información, más fácil de evaluar y vigilar. Hoy se sabe, por ejemplo, para la educación de qué niño, en qué colegio, se transfiere el dinero del gobierno central a departamentos y municipios; los maestros entran por concurso de méritos, y el avance escolar se evalúa. Así mismo, ya el gobierno está muy cerca de saber no sólo cuántos son los afiliados a los regímenes contributivo y subsidiado de salud, sino a qué entidad pertenecen, y si también se hacen los aportes correspondientes en riesgos profesionales y pensiones. Se están cerrando las venas rotas que tenía el sistema (por ejemplo, EPS que cobraban subsidios por afiliados inexistentes). La herramienta de seguimiento detallado de cada proyecto de cada entidad del sector central, el famoso Sigob, es un poderoso instrumento de control a la marcha del gobierno, sin antecendentes.

Con la casa en orden, los dineros que se le inyectan al sistema ya comenzaron a surtir resultados. Con seguridad, estos logros sociales se vieron premiados en las votaciones del domingo. Por eso puede ser que el gobierno sea capaz de alcanzar las ambiciosas metas que se ha propuesto, entre ellas universalizar la educación básica (de primero a noveno grado) y la cobertura en salud.

Es innegable que una mejor maquinaria estatal para ubicar y garantizar que los servicios lleguen a los más pobres, contribuirá a mejorar sus oportunidades de progreso en el futuro. Por ello, aunque disminuir la desigualdad no ha sido un objetivo explícito de este gobierno, en el mediano plazo, estas políticas sociales podrán contribuir a cerrar la enorme brecha de desigualdad social que hay en el país, una de las más altas del mundo.

No obstante, es poco probable que Uribe inaugure, en segundo mandato, una agresiva política para estimular la igualdad, creando, por ejemplo, una estructura de impuestos más progresista e impulsando proyectos económicos, según el impacto social. Al contrario, sus planes incluyen disminuir el impuesto a la renta, ampliar el IVA y mantener las exenciones a algunos sectores.

Claro está que los planes sociales, y también la capacidad de responder a los compromisos adquiridos con la reinserción paramilitar, y el combate contra la guerrilla, dependen de que el crecimiento económico siga tan o más vigoroso que el de los últimos años. Y esto, en gran parte, en un mundo globalizado, ya no dependerá del manejo gubernamental nacional, sino del impacto que los ciclos económicos internacionales tengan sobre la economía colombiana.

Uribe arranca a jugar su segundo tiempo con grandes aliados, la mayoría de la tribuna a su favor, y con una condición favorable que no había tenido ninguno de los presidentes colombianos contemporáneos: conoce ya la cancha. Atraviesa una buena coyuntura económica regional, con la ventaja de que Colombia ofrece mayor estabilidad que sus vecinos, para los potenciales inversionistas.

Pero no le será un paseo: se verá asediado por sus propios políticos; presionado por unos paramilitares que quieren salir ganando de la Ley de Justicia y Paz; un narcotráfico boyante, y una exigencias populares más altas frente a los logros en seguridad y sociales.

Por eso hay quienes temen que con su obsesión por resultados, si Uribe no cosecha pronto nuevos triunfos, sobre todo en seguridad, puede -al igual que Fujimori o Menem- volverse cada vez más autoritario, y tratar de quedarse en el poder, o incluso llegue a cerrar el Congreso o intente cercenar la autonomía de la Corte Constitucional.

No es probable que prospere en Colombia una aventura de este corte. Es un país con una larga trayectoria democrática, y en esta oportunidad habrá, además, una fuerte oposición de izquierda. Además, es poco probable que la cola de aspirantes presidenciales de peso pesado se resigne a quedarse esperando otros cuatro años más. Y el propio Uribe ha estado siempre orgulloso de ser un defensor del sistema democrático. No por coincidencia éste fue el énfasis de su discurso de triunfo la noche del domingo.

En suma, la tarea que enfrenta Uribe para su segundo mandato es enorme. Sin embargo, tiene el liderazgo, la popularidad y la coyuntura económica para sacarla adelante. Uribe ha fortalecido aun más la institución presidencial, pero se han debilitado otras, como los partidos políticos, que han sido muy importantes en los últimos 150 años. Si se mantiene firme en su convicción democrática, atempera su estilo y busca resultados de mediano y largo plazo, y no escucha los cantos de sirena de quienes ya postulan su nombre para una tercera elección, podrá alcanzar lo que se ha propuesto: pasar a la historia como uno de los grandes Presidentes de Colombia.