Home

Nación

Artículo

VIEJO EN PLAZA

'Los Aranguito` son la única familia en el mundo que vive hace 50 años en una plaza de toros -La Macarena, de Medellín-. Su lista de amigos va de Manolete y Luis Miguel Dominguin a César Rincón.

28 de febrero de 1994

EN HONOR A LA VERDAD, Y a la autonomía de bolsillo, los Arango Gómez podrían perfectamente entregar mañana su peculiar residencia en las entrañas del célebre circo de toros de la capital antioqueña. Pero la afición y la vida los mantienen allí, aferrados como picador sobre corcel taurino, porque no cambiarán la "modestia de este lugar por la más cómoda casa del mundo".
En un país con pocas y desapreciadas tradiciones, los Arango Gómez son piezas de museo, historia viva de una de las herencias españolas más arraigadas en buena parte de las viejas colonias, pero muy especialmente en Colombia. El año entrante, cuando Medellín celebre el cincuentenario de la plaza de La Macarena y el centenario de la muerte del primer toro de lidia (que se saludó con sombrero en pecho y marcha fúnebre), la familia de Juan Gabriel, Consuelo y Angela Arango Gómez cumplirá medio siglo de pertenecer al inventario del coso taurino. Nunca conocieron la vida de vecindario. Por eso su ancho universo fueron la plaza, sus calles, sus graderíos; y sus mayores, toreros y gente famosa. En la noche, se entregaban al sueño bajo el tendido 9 de sol, cerca de la puerta de cuadrillas, la capilla y la sala de enfermería, donde la misma Angela vio la primera luz.
Dentro de la vivienda -hecha para su padre, Gabriel Arango Gutiérrez 'Aranguito', en su calidad de primero y único conserje de la edificación -hay un extraño ambiente español con fotos de corridas, muebles de estilo, esculturas, candelabros, espejos, estampas de santos y vírgenes, viejos carteles, y cabezas de astados amenazantes.
De niños, los 'Aranguito' correteaban por el ruedo, jugaban a las escondidas detrás de los burladeros, practicaban con capotes y muletas, despertaban de sus siestas con las ovaciones del público y se iban a dormir por la noche con el dolor de haber visto la muerte y la derrota, la victoria y la chispa de la vida, todo en una tarde de sol. Sus amiguitos de juego fueron los descendientes de insignes familias de la sociedad antioqueña, como la de Carlos Ignacio Molina, hombre de negocios y cabeza de un clan que ha hecho historia por su prestancia y excentricidades.
Para Molina y otros socios fundadores, nadie más indicado que 'Aranguito' para manejar La Macarena. Además de torero, era ebanista. Hoy sobrevive el extenso trabajo en madera labrado por sus manos y causante de sus hernias.
'Aranguito' y su esposa, Ana Gómez Restrepo, llegaron con sus hijos a cuidar la plaza y prepararla para las grandes fiestas. Juan Gabriel, heredero de estas pasiones, llegó tan pequeño que toda la corrida de Manolete -en abril de 1946, al año de inaugurarse la plaza- la pasó tirado en el sofá. "Imaginense: Manolete haciendo historia y yo durmiendo", recuerda ahora.
Para Juan Gabriel, apodado también 'Aranguito', la plaza fue el imán de sus desvelos. Las clases de kínder en La Presentación y las de primaria en el colegio de la Universidad Pontificia Bolivariana no pudieron mantenerlo en el pupitre. Sus escapadas para ver entrenar diestros o desembarcar los toros en los corrales se hicieron frecuentes. 'El Macareno', como lo llamaban sus compañeros de clase, sólo esperaba con interés las actuaciones de torero en el liceo. Todavía sin cambiar de voz, exigía "toros de verdad". Se creía tan macho que, a diferencia de sus hermanas, jamás saludaba ni se despedía de beso de Luis Miguel Dominguín, el célebre matador español, cuando era huésped de honor en la casa.
La fiebre pudo más que los libros, y 'Aranguito Jr.', inspirado por las verónicas que logró el día de su primera comunión frente a un eral, se propuso hacer la carrera completa para llegar a matador. Pasó de maletilla a experto novillero, con estilo original, con el apoyo incondicional de su papá y los consejos de su empresario, Jerónimo Pimentel. "Me gustó el miedo de enfrentarme a un animal", dice. En marzo de 1959 vistió traje de luces y dio vueltas por los ruedos de Colombia. Pero cuando lo animaron a viajar a España para tomar la alternativa, le faltó valor y entró en un trance de medellinitis aguda.
Esa indecisión de estar jugándosela toda con la muerte también echó por tierra la carrera de un amiguito suyo y alumno de su papá: el pintor Fernando Botero. "Lo que más recuerdo es que mientras los demás tomaban clase, Fernando garrapateaba dibujos en cualquier trozo de papel", dice 'Aranguito'.
Este hombre se defiende hoy de los afanes cotidianos como asesor taurino, dueño de tasca y, lo principal, como documentalista y poseedor de una de las principales filmotecas y videotecas de toros en Colombia. No hay prácticamente ninguna corrida de toros de las temporadas colombianas que no sea filmada por él. Es más: no sólo los comentaristas de varios programas radiales que se transmiten después de las corridas confirman sus apreciaciones mientras ven los videos de 'Aranguito', sino que algunos ganaderos guardan celosamente copia de estas cintas para analizar la forma como embisten sus toros.
La lista de personajes que han desfilado por la posada de los descendientes del conserje es voluminosa, no importa si a tomar el refrigerio, almorzar o rematar corrida con vino o aguardiente. Allí han estado desde toreros como Manolete, Luis Briones, El Viti, los Dominguín, El Cordobés, Pepe Cáceres, Joselillo de Colombia y César Rincón hasta artistas como Alfonso Ortiz Tirado, Pedro Infante, Cantinflas, Vicente Fernández y Carlos Vives, pasando por ex presidentes como Alfonso López Pumarejo y Belisario Betancur, amén de todos los alcaldes y gobernadores desde mediados de siglo. Entre los más asiduos visitantes está la hermosa modelo Paula Soto, nieta del fundador Carlos Ignacio Molina. "Para mí, venir aquí es como llegar a donde los abuelos", dice. Astrid Molina de Soto, su madre, vio también por los ojos de 'Los Aranguito', adoró la torería y suspiró ante la guapeza de Luis Miguel Dominguín.
Pero la dicha es flor de un día. La suerte de los habitantes de los bajos del tendido de La Macarena está en entredicho como resultado de una compleja batalla legal derivada de contratos entre una entidad benéfica -la Corporación San Vivente de Paúl, dueña de la plaza- y Jaime Arango Vélez, un conocido empresario taurino. El temor de fondo -"nada más apartado de la realidad"- es que, por el tiempo de ocupación, los residentes puedan reclamar derechos de propiedad. Si eso llegara a ocurrir, las tarifas de valorización y el impuesto predial serían impagables.
Los jueces fallarán pronto. Sin embargo, al margen de quién tenga la razón 'Los Aranguito' han sido, en cierto modo al igual que el fotógrafo Manuel H. Rodríguez en la Santamaría, de Bogotá, protagonistas de excepción de la historia taurina de Colombia. Por eso para muchos su salida equivaldría a una certera estocada contra un museo de la vida.