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columna del lector

Maquiavelo en el trópico

Arturo Sarabia, presidente del comité intergremial del Atlántico, critica a los "príncipes" costeños que, por tratar de despegarse de quienes los subieron al poder, se olvidan de gobernar.

Arturo Sarabia Better
12 de diciembre de 2004

Los príncipes o gobernantes, decía Maquiavelo, son por lo general de dos tipos: los que llegan al poder con fuerza propia, y los que arriban apoyados en un poder prestado. A los primeros, según el florentino, las cosas les resultan difíciles al principio, pero mucho más fáciles después. Una vez logran montarse en el potro por sus propios medios, y desbancar desde el arranque a los demás competidores, lo que les queda después es un margen de maniobra amplísimo, casi ilimitado.

No ocurre así con los segundos -con los príncipes que llegan apalancados por otros-, pues con éstos la cuestión funciona a la inversa: llegan sin mayores problemas -les basta con asegurar la bendición inicial de uno o varios patrocinadores poderosos-, pero una vez encaramados en el trono no tienen sosiego alguno. A partir de ese momento lo que en sus casos sigue es una sorda, lenta y encarnizada lucha intestina, que sólo acaba cuando éstos logran desembarazarse de sus incómodos y usualmente ávidos protectores.

Estas sacudidas de los gobernantes, que algunos llamarían traiciones y otros maniobras indispensables para el buen gobierno, y que no siempre resultan exitosas -hay algunos que ascienden con amarres inconfesables e indisolubles-, eran bastante comunes en la arrogante Florencia de los Medicis y en la Italia de los Borgias. Y lo siguen siendo en estos tiempos, sobre todo cuando quienes ganan, lo hacen apoyados en endebles y efímeras coaliciones. Son muy pocos los que en estos casos, pudiendo hacerlo, escapan a la tentación de sacudirse de ese estorboso fardo y quedarse así con el control autónomo del gobierno.

En Barranquilla sí que hemos tenido experiencias de esta índole. Aquí todos, o casi todos, los que han llegado en esas limitadas condiciones al remodelado Palacio Distrital del Paseo Bolívar, han intentado y por lo general conseguido, sacudirse de sus patrocinadores, sobre todo de los políticos, puesto que de los económicos les ha costado más trabajo.

La mayoría de nuestros últimos mandatarios ha despachado rapidito al asfalto a sus veleidosos aliados, e incluso a sus propios copartidarios. Ninguno de ellos, que se sepa, llegó solo al poder, pero todos terminaron gobernando a su antojo, o en favor de su reducida camarilla. Una faena que el florentino jamás les habría criticado, por supuesto. Si pueden hacerlo, háganlo, les habría seguramente aconsejado.

Lo que sí advertía Maquiavelo, era que estas batallas intestinas, que son las más encarnizadas y crueles de todas, debían resolverlas los gobernantes pronto, porque de lo contrario terminaban paralizando sus gestiones. Este es el tipo de contiendas que no pueden librarse a medias, a cuentagotas, o con guante de seda. Si el actual Alcalde, por ejemplo, quisiera liberarse de algunos de los socios incómodos que lo apoyaron o financiaron, para desarrollar así una más suelta y mejor obra de gobierno, no debería actuar con tantos remilgos. Debería hacerlo de forma más resuelta y clara. Y san se acabó.

Si su propósito, supongamos, fuese el de devolverle a la ciudad unas rentas que ésta perdió por cuenta de unas concesiones en mala hora otorgadas por amigos suyos, contratos que hoy tienen al Distrito maniatado y postrado, no debería en ese caso nuestro burgomaestre darle tantas vueltas a este asunto. Herramientas para desatar ese enrevesado nudo tiene varias. No es sino aplicarlas. Y si lo hace, otra podría ser su suerte, y la de Barranquilla. ¿Lo hará?

A los buenos gobernantes se les mide por su capacidad para enderezar entuertos. La mejor prueba de que esas concesiones estuvieron mal concebidas y peor redactadas, como bien lo anotó el diario EL HERALDO en su atinado editorial del pasado lunes, es que en esos contratos no se dispuso con suficiente claridad la obligatoriedad para los concesionarios de suministrar, en forma oportuna y permanente, la información indispensable para que pudiera evaluarse su desempeño.

Es tal el desamparo del Distrito en esta materia, que el Alcalde tuvo esta semana que amenazar con que acudiría a la tutela "para que se obligue a estas empresas a suministrarnos estos informes". Unos reportes sin los cuales, valga anotar, ni Fundesarrollo ni Uninorte podrían darle curso al estudio que el propio Distrito, con el apoyo de la Cámara de Comercio, contrató con esas entidades hace ya más de cuatro meses.

Si Maquiavelo recalara hoy en el trópico, y se diera una vuelta por Barranquilla, muy seguramente se sorprendería al enterarse que nuestro mandatario, que lleva ya un año despachando, no haya terminado aún de sacudirse. Y le recomendaría, a sotto voce, claro está, que se cuidara más de algunos de sus amigos, que de los que él cree son sus enemigos.

* Ex ministro y actual presidente del comité intergremial del Atlántico