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La escultora Doris Salcedo fue quien organizó la instalación de 25 mil velas que evocaron la memoria de los 11 diputados del Valle asesinados durante su secuestro.

“Chévere que fuera una mentira y ellos estuvieran vivos”

La escultora Doris Salcedo convocó a una acción de duelo en memoria de los diputados de la Asamblea del Valle. La Plaza de Bolívar se cubrió con 25 mil velas.

César Paredes
4 de julio de 2007

Poco a poco se fue llenando la Plaza de Bolívar, de Bogotá, de lo que parecía un ejército de torrecitas blancas. Artistas, académicos, algunas personalidades y transeúntes llegaron a las 5 de la tarde del martes, con la intención de ayudar a instalar y a encender las 25 mil velas en toda el área. Se trató de un acto simbólico de repudio por el asesinato de los 11 diputados del Valle. Se encendieron las velas y cada uno interpretó a su manera el significado de su tarea.

La escultora Doris Salcedo convocó al evento. Con rodilleras y ánimo dispuesto fue quien organizó la instalación de las velas. No quiso hablar a los medios, quizás como una muestra de su silencio frente a la violencia. Sus apariciones en la escena pública han sido actos así, marcados por una enigmática forma de deplorar el horror con tal elocuencia que no necesitan palabras. Fue un “acto comunal”, como ella describió la ocasión en que llenó de rosas las paredes de la casa del humorista Jaime Garzón en 1999. Todo con la intención de mantener viva la memoria de las víctimas del conflicto.

Los que llegaron a tomar fotos, o como espectadores, pronto se unieron a la causa. Es el caso de Gerardo Vargas que fue con un grupo de amigos con la intención de ver qué pasaba y terminó comprometido: “Uno siempre se queja de las cosas que pasan, pero ¿uno por qué no pone un granito de arena? Yo sé que prender velas es una bobada, pero puede ayudar en algo. Por lo menos es como decirle a los demás: oiga, aquí hay un país que piensa otra cosa y no está de acuerdo con lo que los grupos armados hacen”, comentó.

La tarde estaba soleada y tardó en apreciarse el brillo de las velas. Como una metáfora esperanzadora, niños, jóvenes y adultos hincados en el piso, continuaron encendiendo velas hasta que cayó la noche fría. No faltó quien dijo: “¡Qué cantidad de velas!, cuánta plata se habrán gastado en esto”. No obstante la mayoría no lo entendió así, sino que pudo interpretar, entre el frío y las llamitas encendidas, un significado más profundo:

“Me parece muy válido el esfuerzo de muchas personas que están aquí, prendiendo velas, diciéndole al país que hay una necesidad de buscar nuevas luces para salir al conflicto colombiano. Puede que estemos encendiendo velas, pero en el fondo lo que estamos haciendo es un llamado muy grande a toda la comunidad colombiana para buscar alternativas que nos saquen de una ola de violencia tan tenaz, como la que estamos viviendo estos días. Para mí es una metáfora. No estaría aquí inclinado prendiendo velas, sino creyera que con esto puedo cambiar algo”, dijo Julio Rodríguez, un profesor de antropología que acudió al evento.

El viento de vez en cuando apagaba una vela, pero pronto había alguien dispuesto a encenderla de nuevo. Así se hizo justicia al concepto de “resiliencia” que en Colombia cada día más personas tienen que aprender.

Juan Carlos Lecompte, el esposo de Ingrid Betancourt, estuvo allí, en lo que él consideró, no sólo un acto de solidaridad con los familiares de los diputados asesinados, sino con las víctimas del secuestro: “Yo creo que actos como estos son necesarios para mantener viva la llama de los secuestrados que tienen en la selva y deplorar la masacre de los diputados del Valle. Yo creo que estos eventos se deberían repetir más a menudo para que la gente se solidarice, y estos crímenes no queden impunes, como si nada hubiera pasado, porque me parece que son muy graves”.

Estar frente a las velas fue como estar frente a miles de historias, unas conocidas como las de los diputados, y otras no tanto. Una suma de memoria y esperanza, o de memoria y olvido, como la misma Doris Salcedo ha pretendido en sus obras:

“Un país como Colombia que lleva más de cuarenta años soportando un conflicto armado necesita una extraña mezcla de recuerdo y olvido. Por esa razón el tipo de memoria que más me interesa es memoria olvidadiza, con lo que quiero decir una memoria que puede ser mediada, que puede evolucionar, que es capaz de establecer distancia, y no sumirse en un circulo vicioso de venganza inútil”, dijo en una entrevista concedida a la revista Crimes of War.

Y es que la memoria fue la invitada de honor en esta noche. Algunos de los que visitaron la plaza estaban convencidos de que su acto simbólico traería el recuerdo de las víctimas del conflicto armado, como en una invocación milenaria. Pia Mazzili, una joven asistente al evento dijo mientras encendía las velas que “un acto como este, hace que uno no se olvide. Y cuando lo hacemos juntos, no sólo uno no se olvida, sino toda una comunidad. Así se crea la memoria colectiva”.

Las almas de los muertos, encendidas, recordadas, brillaron en la noche. Por un momento el ejército de llamitas pareció vivo, desfilando en el escenario público con la intención de dejar encendido en la memoria un recuerdo cercano. Aunque hubo quien hubiera preferido no tener que hacer un homenaje y que todo fuera una ilusión, como en el caso de Sebastián Vanegas un niño de 11 años que opinó:

“Chévere por que es un homenaje a los difuntos que mataron por allá en la selva.
Pero más chévere, que eso fuera una mentira y que ellos estuvieran vivos”