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Daniel Santos: el cantante del Nobel

En momentos en que Colombia conmemora los 20 años del Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez, RCN reprodujo una declaración suya en la que reconoció su devoción por el bolerista puertorriqueño Daniel Santos. Gabo comentó que muchos intelectuales callaban en público su devoción secreta por Daniel. El periodista colombiano Oscar Domínguez escribe una fascinante crónica sobre el ex miembro de la Sonora Matancera.

Oscar Domínguez G*
28 de octubre de 2002

Convertido en una especie de Quijote con orquesta, el "Inquieto Anacobero" Daniel Santos anduvo por la vida desfaciendo entuertos sentimentales a punta de boleros y guarachas. Y a la manera de un Cid Campeador musical sigue ganando y perdiendo batallas después de muerto.

En su prontuario artístico figuraron más de 3.500 canciones que siguen llegando por igual al corazón... y a los pies, que se encargan de convertirlas en ritmo. Un bolero en la voz del Jefe será siempre un editorial sentimental que se baila.

Con 600 canciones de su propio cacumen, fue el biógrafo obligado de enamorados de varias generaciones que sufren y se alegran en los distintos idiomas. Fue La Voz (Sinatra caribe) de los dos que no tenían más voz que la suya para confesarle su amor o desamor a su dulce enemiga.

El bolero es el esperanto de los enamorados. O desenamorados. "Tengo canciones, grandes, chiquitas, bonitas, feas; son como mis hijitas", las definió con ternura de abuelo el Jefe, como lo apodó la bohemia del café Perro Negro, en el Guayaquil medellinense de los años 50.

Por la misma época, a Daniel lo alcanzó un baculazo lanzado por "Nos" Miguel Angel Builes, obispo de Santa Rosa para toda Colombia. Builes puso el grito en el cielo en un oficio a través del cual convocó a sus ovejas a no caer en las redes de la música caribe profana del anacobero y del pecador del mambo, el diminuto don Dámaso Pérez Prado.

Seguramente pesó en el ánimo de monseñor la fama de Daniel de quien se decía que tenía autorización policial para meterse un cacho de marihuana cuando la yerba apenas crecía en la aceptación de los rumberos. Tal vez a esa fecha se remonte el estigma que durante años pesó sobre el cigarrillo Lucky Strike que, decían, se utilizaba como "soda" o pasante de la marachafa cuyas virtudes pregona ahora madame Florence Thomas para escándalo de los builes modernos.

En un baño del Coliseo Cubierto el Campín improvisado como camerino, Daniel Santos Betancur - nada que ver con los dueños de El Tiempo ni con el ex presidente Belisario- aceptó la noche del concierto un diálogo fugaz con reporteros. Antes de entrar en materia exigió que no se plantearan cuestiones políticas.

Atrás quedaba su viejo activismo político de cuando invitaba a los gringos a irse a casa y dejar quieto a su Puerto Rico del alma. Eran los tiempos en los que Daniel no se resignaba a que la bandera de su país "fuera una estrella más en la bandera americana". Y se quitaba el sombrero ante la revolución cubana.

De "sus hilos de plata", como el Inquieto Anacobero bautizó su cabello blanco en alguna de sus melodías, numerosas gotas de sudor hacían fila (en Colombia hay que hacer cola para todo) para correr por sus mejillas septuagenarias, en una demostración de que sudó sus honorarios.

Según Luis Villarder, un experto en música antillana, lo de anacobero viene de una voz africana, "ñañinga", que quiere decir diablillo. Lo de inquieto, cuenta Carlos E. Serna S., en un libro que editó Discos Fuentes (La Sonora Matancera), nació del hecho de que en el escenario Daniel parecía con mal de San Vito.

Me encontré en la vida con...

Conocí al Anacobero en los pianos sin cola del barrio Aranjuez, de Medellín, de los años 50. En esa época mi madre soñaba con conocer al Papa. Yo me transaba por Santos de quien me preguntaba con El Trío Matamoros "de donde son los cantantes". (El era del barrio Trastalleres, Puerto Rico, donde nació en febrero de 1916. Otros dicen que "acigüeñizó" en junio del mismo año).

Esos pianos no eran precisamente de los que traían a lomo de barco y de mula para las solteras prolongadas de Envigado como los que menciona García Márquez en "El Amor en el amor en los tiempos del cólera". (Gabo le haría a Santos el homenaje póstumo de confesar su devoción por su arte. Y lo hizo en público, no en voz baja, como lo hacían algunos intelectuales vergonzantes. Santos aspiró en vida que Gabo fuera su biógrafo pero finalmente el asunto no cuajó).

Tampoco se trataba de esos pianos que funcionaban con un concertista que suele arrancarles música accionando el braille del teclado. A los viejos pianos, marcas Wurlitzer o Seeburg, bastaba con echarles una monedita y empezaban a extrovertirse por orden cronológico.

Para los muchachos de ahora que tampoco usan gomina, hay que decir de una vez por todas que los pianos son las mismas rokolas o traganíqueles que se conocen en muchas partes.

El hombre orquesta

La noche de autos que lo conocí, Santos volvió a lucirse como dominador nato del escenario. El dueño del balón. La orquesta, el micrófono, su cuerpo, su ritmo, todo conspiró para que las cosas salieran como ordenan los cánones de la rumba antillana. Conocía su oficio. Fue honrado con él.

"Qué lindo tocó la Sonora Matancera esta noche", comentó Daniel quien al final de su recital se confundió en un abrazo con el director de la orquestación, el eterno Rogelio Martínez, y con Carlos Manuel Díaz, Caíto, otra eterna segunda voz de la orquesta que arrancó en Matanzas con el nombre de Tuna Liberal, luego ascendió Estudiantina Sonora Matancera y, finalmente, devino en Sonora Matancera, a partir de 1932.

Cuando estuve en Cuba pasamos por Matanzas pero nuestro taxista habanero se aculilló y no nos permitió bajarnos en ese Vaticano de la Sonora. El afable y dicharachero hombre del volante puede sumar las nuestras, a las dosis de madrazos que se ha ganado en vida. Nunca me había dolido tanto pagar 60 dólares por alquilar un vehículo que sólo nos llevó a Varadero cuyo mar arisco no se dejó nadar ese día.

"Soy perfeccionista en mi oficio", confesó cuando le preguntamos por qué en algún momento del concierto se le vio enojado con algunos de los integrantes de la eterna Sonora.

Celia de la Caridad Cruz Alonso, o simplemente Celia Cruz, para los guaracheros, lo sucedió la noche que lo conocí en el escenario bogotano.

No al oxigeno

En algún momento de la charla, un paramédico se asomó al interior del camerino a preguntarle al Jefe si necesitaba un poco de oxígeno. La altura de Bogotá de pronto le podía jugar pilatunas al artista que completó 10 matrimonios, uno de ellos con Luz Dary Padredín, una caleña de 15 años.

El Anacobero le dijo no al oxígeno artificial con una sonrisa y prefirió alzar, a manera de brindis, restos de un vaso de whisky que había empezado a liquidar sorbo a sorbo a medida que transcurría el concierto. No he conocido otro intérprete que se dé semejante licencia etílica en el escenario, ante su público.

Cuando arrancó con: "Vengo a decirle adiós a los muchachos, porque pronto me voy para la guerra", tres reclutas fugados del cuartel, se pusieron firmes y lacrimógenos en las graderías. El Jefe les regaló una inclinación de cabeza en ademán de complicidad.

Empató con su autobiográfico "El preso", inspirado en un canazo que tuvo que pagar en Medellín. La canción provocó gran movimiento en los tendidos (olorosos a cannabis), seguramente ocupados por prófugos de algunas de las cárceles bogotanas, ahora convertidas en quesos gruyer de tantos túneles que las caminan por dentro.

En algún momento, una jovencita se metió al camerino con el ánimo evidente de tentar al viejo con el sexto mandamiento. Santos, curado del demonio del medio día sexual, la desanimó benévolamente y le recordó que podía ser su abuelo. La chica aspirante a convertirse en onceava mujer de Daniel prefirió no insistir.

Un cigarrillo Lucky Strike - con filtro porque todo ha subido- salió de su saco blanco al que le hacían juego pantalones cafés y una camiseta roja que no hizo nada por ocultar su generoso estómago.

La importancia de tener historia

Le pregunté si debía su longevidad al hecho de haber cantado muchas canciones de amor. Respondió que sobre todo cuando era joven le dedicó tiempo al amor pero reconoció que en la vida hay otras cosas interesantes sobre las cuales cantar y escribir.

Ya había escrito sus "Confesiones", el mismo título que San Agustín, el hijo de Santa Mónica, le dio a su biografía. El hijo de don Rosendo Santos, carpintero, y doña María Betancur, costurera, aceptó que el libro estuvo mal planteado pero que de todas formas "sólo escribí sobre cosas ásperas de mi vida. Lo bonito de la vida no tiene importancia. El hombre bueno no tiene importancia. El importante es el malo, el que tiene historia", confesó Santos en tono filosófico.

Metió a Dios en la colada y dijo que "quiera él que yo sea de los buenos. Mi idea es ser bueno pero a veces no se puede", nos confesó el Inquieto cuya voz tantos han imitado. "Como Charles Figueroa, a quien crié en 1941 cuando salió de Puerto Rico. Era un gran artista. No había tenido necesidad de imitarme, aunque agradezco a quienes me imitan".

Insistió: "Creo que Dios cree en mí". No sé por qué la frase se me pareció prestada de una del coronel Aurelio Buendía: "Dios es mi copartidario".

Y entró en detalles:"Lo digo porque siempre me ha ayudado y he tenido fe en él para pedirle cosas. No quiero nada del otro mundo. Sólo cosas chiquitas. Lo que más quiero es tenerlo a él a mi lado".

Me dio la impresión de que lo tenía sin cuidado no haber sido feliz. "No he llegado a ser completamente feliz porque voy de carrerita", comentó Santos quien reconoció que sus 10 matrimonios fracasaron "por culpa mía, claro". Su condición de trotamundos le impidió dedicarse a la dialéctica del pañal y a los boleros de berridos interpretados por los locos bajitos que contribuyó a hacer.

Santos le dio mate al whisky puro que quedaba en su diestra mano que exhibía un tic de tanto empinar etílicamente el codo. "Adiós, chicos", nos dijo al tendido de reporteros.

La leyenda que canta desapareció por una puerta lateral del Estadio y se perdió en los recovecos de la ciudad, de regresó a la soledad de cinco estrellas del Hotel Tequendama a rumiar sus años bien vividos. Y mejor cantados.

*Periodista colombiano