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Entrevista: "Las feministas no han entendido nada"

A sus espléndidos 86 años, la célebre autora de El cuaderno dorado y candidata al Premio Nobel se va lanza en ristre contra las mujeres estúpidas y se apiada de los hombres que tienen que aguantarlas.

Annette Levy-Wyllard
2 de febrero de 2006

Annette Levy-Wyllard: Su novela El cuaderno dorado (Premio Médicis en 1976) fue y sigue siendo el libro de culto
de la liberación femenina en el mundo entero. Pero ahora usted decide denunciar a las feministas...

Doris Lessing: Siempre me ha molestado que Elcuaderno dorado se haya convertido en la biblia de la liberación femenina, porque jamás quise hacer un ensayo feminista, sino escribir sobre la vida de las mujeres. La gente piensa todavía que se trataba de un manifi esto político y no es así. Me llegaron montones de cartas de lectoras que hablaban sólo de política y cartas de hombres que me explicaban que el libro había sido liberador para ellos. Acabo de recibir una carta de un brasileño que le dio la novela a su esposa para que entendiera que puede haber vida fuera de la casa y de la crianza de los hijos.

Además,  hay que recordar que en Francia, durante mucho tiempo, ningún editor quiso publicar El cuaderno porque les parecía muy radical.  Hoy puedo decir que las feministas han fracasado. Y es verdad. Hoy en día se puede decir, más o menos,  que existe igualdad entre los sexos en campos como el salario y lo profesional.  Mujeres inteligentes y formidables ocupan empleos clave. En los países occidentales ha habido verdaderos progresos para las mujeres de ciertas
clases sociales... Las jovencitas de hoy no se dan cuenta de que sólo hace dos generaciones que podemos controlar,  como mujeres, nuestra propia vida, que ya no tienen de qué preocuparse cuando quedan embarazadas. Esas muchachas creen que todo esto es normal, y ésa es la verdadera revolución de nuestro tiempo; han tenido mucha suerte. Las mujeres modernas ahora pueden hacer de todo, pero lo único que quieren es encontrar un hombre; sólo hay que ver El diario de Bridget Jones o la serie Sex and the City para darse cuenta...

Sin embargo, sobre todo en el tercer mundo, esa evolución no la puede disfrutar la mayoría de las mujeres. Si digo que las feministas han fracasado,  se debe a que no pudieron capitalizar sus propuestas en los años sesenta y setenta. Lo que en absoluto me sorprende, pues no esperaba demasiados cambios. Era una época muy emocional.  Podrían haber sido más calmadas y haber hecho más esfuerzos para trabajar junto a los hombres. Siempre he pensado que no se puede avanzar haciendo separaciones radicales, y no hay que olvidar que muchas de las grandes feministas fueron hombres...

A.L.W: En 2001, usted protagonizó un escándalo cuando defendió a los hombres al decir: "Las mujeres estúpidas, ignorantes y malas atacan a los hombres más inteligentes y más atentos y nadie dice nada. Desafortunadamente,  los hombres tienen aire de perros abatidos incapaces de contestar." Y luego llamó a la revolución: "¡Es tiempo de que contraataquen!"

D.L: Me encontraba en la tribuna del festival de Edimburgo, en Escocia, y me preguntaron algo sobre las feministas. Contesté que no me gustaba la manera de tratar a los hombres, que debía de ser terrible ser un varón. De inmediato, el diario The Guardian tomó las declaraciones,  y se levantó una polémica nacional,  con un montón de cartas a favor y en contra mío. Quería decir que cada día estaba más irritada por la locura en contra de los hombres, de manera persistente, sin que nos diéramos cuenta.  Me preguntaba por qué debíamos pelear por la igualdad despreciando sistemáticamente a los hombres. Un día, en una escuela primaria, le escuché a una profesora joven decirles a sus alumnos  (hombres) en clase: "¡Todo es su culpa!" Un pequeño se puso a llorar. Me pareció espantoso aquello. Nunca me gustó el feminismo, ni en los años sesenta y setenta, ni ahora. Siempre detesté ese lado antihombres de esas muchachas de izquierda que odiaban a los tipos, al matrimonio y a los hijos. Eso es una tontería y una pérdida de tiempo.  Han debido hacer las cosas de otra manera. El movimiento de liberación femenina fue, de hecho, un error, con mucha energía mal encaminada. Y desde que se volvió político explotó en pequeñas facciones. Era inevitable, pero las feministas no comprendieron nada.

A.L.W: Usted atacó también al ícono mundial de la liberación femenina: Simone de Beauvoir.

D.L: Era una feminista que odiaba ser una mujer y todos los aspectos de la feminidad. Por ejemplo, tener la regla. Es claro que ella quería ser un hombre. Estúpida. Es como estar furiosa con el clima. Me gusta más Woody Allen cuando dijo: "Me da igual morir pero no quiero estar allí cuando pase." Nunca me convenció ese modelo de pareja "ideal" Sartre-Beauvoir, enseguida pensé que era falso. Sartre se portó como todos los hombres siempre se han portado. Y Beauvoir como todas las mujeres. Mientras que en sus libros ella trataba de mostrarnos que se trataba de una relación moderna, de amores múltiples, sin celos. Pero mientras que Sartre tenía sus historias de amor por su lado, ella se quedaba casi siempre en casa. En mi recopilación de ensayos Time Bites, que apareció en 2005, recuerdo cómo nosotros, en Londres, esperábamos impacientes la publicación de la novela de Beauvoir Los mandarines, porque sabíamos que el libro hablaba de la vida sexual junto a Sartre y de la vida de su grupo de lumbreras de Saint Germain-des-Prés. Francia siempre ha fascinado a los ingleses. Los hombres estaban, naturalmente, seducidos por esa pareja que funcionaba como matrimonio, sin la pesadez legal y las obligaciones, con compañeros libres de tener todas las aventuras sexuales. Las mujeres siempre eran más escépticas. Y, fi nalmente,  tenían razón. Además, en la novela, el personaje de Anne Simone es presentado como una mujer seca y sola en un matrimonio de amigos, resignada.  Francamente, Beauvoir hubiera hecho mejor marchándose con Nelson Algren, su amante americano.  Al final de su vida, Sartre estaba un poco loco, como Bertrand Russell:  los hombres mayores no tienen defensas contra las mujeres jóvenes. Y las mujeres mayores se dejan influenciar por los jovencitos, como Jean Rhys nos lo contó en Ancho mar de los Sargazos, un libro magnífico. Ella se volvió famosa tarde, al final de su vida, y no pudo resistirse al poder de un jovencito.

A.L.W: En su última novela, Las abuelas, se cuentan justamente los amores entre mujeres mayores y jóvenes: dos amigas se acuestan cada una con el hijo de la otra. A sus 86 años, ¿usted sería una de esas viejas indignas?

D.L: Eso no me ha pasado... ¡Lástima!  (explota de risa). Las abuelas no es un título afortunado, porque las dos madres tienen más o menos cuarenta años, no son mujeres viejas. Un jovencito, el compañero de uno de los dos hijos que se acuesta con la amiga de su madre, fue el que me contó la historia. Y lo hizo emocionado: "Me encantaría vivir algo como eso", me dijo. Quedé fascinada y me pregunté qué podría hacer una escritora con esa historia de amor con la cual, además,  podía identificarme. Las críticas en Francia se fueron por el lado "desagradable", pero yo no entiendo esa actitud voyerista. No obstante, ese tema no es nuevo en Francia; acuérdese de que Colette ya contó la historia.

ALW:Después de la Segunda Guerra Mundial, usted se fue de su Rodesia natal para instalarse en Inglaterra y abandonó a sus hijos, que fueron criados por su padre. Impactante, ¿no?

D.L: Mi hijo John me dijo un día: "No comprendo muy bien por qué dejaste a papá, pero eso no quiere decir que
no te ame." Me lo dijo sin agresividad,  porque hablamos cuando él ya era un adulto y vivían todos en Sudáfrica,  cuando allí ya no había problemas.  Lo volvería a hacer si fuera el caso. Estoy feliz de haber tenido el coraje de partir.  Yo odiaba Rodesia (Zimbawe);  era un lugar provinciano en donde nadie quería hablar de política. Me hubiera ido antes, si la guerra no hubiese estallado. No había barcos, así que debí esperar, esperar, esperar...  hasta 1949.  Londres era un ciudad genial llena de artistas e intelectuales. Allí encontré a toda esa gente interesante que venía, como yo, de todas las antiguas colonias inglesas, de todo el imperio británico. Después de la Segunda Guerra Mundial, había una especie de locura en nuestro grupo de amigos;  era como vivir el final del Imperio Romano. Yo hice parte porque en esa época creía que íbamos a construir un mundo mejor. No puedo creer cuán estúpida era.

A.L.W:Además, en sus últimos ensayos le declara la guerra a lo "políticamente correcto".

D.L: ¡Odio lo políticamente correcto!  Es la visión de un mundo dividido en Bien y Mal. Se encuentra por todos lados en la lengua inglesa. En particular cuando usted habla de las razas:  no puede decir ni Blanco ni Negro. Y luego lo vigilan en caso de que se le suelte algo así. El fenómeno es terrible,  sobre todo en las universidades norteamericanas,  porque los norteamericanos llevan siempre todo al extremo.  Es un país histérico y me pregunto por qué. Así descubrí que mi novela La buena terrorista sucedía en los campus norteamericanos, para subrayar todo lo que en ese libro no es políticamente correcto.Por ejemplo, el personaje del músico es un chico negro: es "políticamente incorrecto". El comunismo está muerto, sin embargo, la herencia de ese lenguaje vacío, que siempre debe inventarse un enemigo, se ha perpetuado entre los intelectuales. 

En todo caso, lo políticamente correcto toca a la crítica literaria que sigue infiltrada por esos vestigios de la moda del pensamiento comunista. Cada escritor ha pasado por la experiencia de escuchar preguntas de los periodistas como "¿Piensa usted que los escritores deberían...?" y eso termina con una declaración política con la palabra "compromiso".  O bien se lee el libro de uno diciendo que se trata evidentemente de "un tema". Como sucedió con mi libro El quinto hijo, que etiquetaron como un tratado sobre el problema palestino, o la investigación genética o el feminismo,  o el antisemitismo. Finalmente,  un periodista francés vino a mi casa y me dijo, antes de que pudiera decirle cualquier cosa: "¡Es evidente que El quinto hijo es un libro sobre el sida!" Si hubiera querido hablar de los palestinos o del sida, hubiese escrito un ensayo,  no una novela.

A.LW:Usted fue comunista. ¿Lo lamenta hoy en día?

D.L: Yo fui comunista hace medio siglo. Cuando llegué a Inglaterra todo el mundo era comunista, o lo había sido. Estábamos en plena guerra fría, el enfrentamiento era muy duro.  Continuó hasta el final de los años cincuenta, hasta que dejaron de interesar Trotski o Stalin, pues encontrábamos todos sus discursos  aburridos, y comenzamos a burlarnos de la jerga política. Nos divertíamos, teníamos humor. Sobre todo, ya discutíamos sobre la cuestión de los hombres y las mujeres, y eso fue mucho antes de la liberación femenina. No esperamos para hacer nuestra revolución sexual.  Me pregunto por qué todo el mundo piensa que el sexo se lo inventaron en los años sesenta... Gracias a Dios ¡hubo algo de eso en los cincuenta!  Cuando digo esto, siempre me miran con estupefacción o incredulidad.  Como cuando digo que lo único importante en las relaciones entre hombres y mujeres es que sean divertidas.  Por eso ahora escribo una comedia.
©Libération


Airada respuesta de Florence Thomas

A propósito de Doris Lessing sobre el supuesto "fracaso de las feministas" habría que tener claro de qué estamos hablando.  Porque esta modita, que viene de los países desarrollados, de denigrar del feminismo
ya está perdiendo credibilidad, incluso en Europa. Elizabeth Badinter, ya algo senil,  había denigrado del feminismo en Francia en una operación más mediática-editorial que otra cosa. Pero para responder algunas de las denuncias de Lessing, diría que hoy el feminismo es una teoría y una práctica plural,  es decir que no hay un solo feminismo sino varios feminismos, como tampoco hay una sola práctica del feminismo sino una enorme variedad de formas de compromisos desde unos acuerdos mínimos de todas las feministas del mundo. En otras palabras,  es muy distinto haber participado de las primeras luchas feministas en los años 50 a ser feminista hoy. Y es muy distinto hablar desde Europa que desde América Latina y,  específicamente, desde Colombia. En ese sentido hablo de un feminismo situado y de feministas que siguen trabajando en contextos muy distintos las unas de las otras.
Pero, incluso cuando Lessing habla de las mujeres en Europa, exagera, tergiversa y manipula. Creer que la mayoría de las mujeres europeas se comporta igual que las muñequitas de Sex and the City es un exabrupto que se cae por su propio peso.  Miles de mujeres del viejo continente se han beneficiado de las luchas feministas y siguen haciéndolo. Sin embargo, esta revolución pacífica está inconclusa. Las legislaciones, las prácticas cotidianas, los derechos sexuales y reproductivos están ahí. ¡Pero la condición femenina aún no es, ni mucho menos, un jardín de rosas!  Los ámbitos político y económico siguen siendo campos de hegemonía masculina.  Subsisten, en especial en los países mediterráneos,  estadísticas espeluznantes de violencia contra las mujeres; y el desempleo sigue siendo mayoritariamente femenino,  entre otros estragos de la discriminación. Su condescendencia con los hombres victimizados daría para un debate más amplio.  En cuanto a las críticas que hace contra Simone de Beauvoir, verdadero ícono de mi generación, son simplemente injustas. Esta humanista, con su libro El segundo sexo, publicado en 1949, fue la primera mujer,  por lo menos del siglo xx, en poner en palabras el malestar de millones de mujeres.  Por supuesto, lo hizo desde donde podía hacerlo en ese momento, es decir, desde un feminismo de la igualdad radical que hoy puede ser discutible pero que en su momento develó los mecanismos que generaban la discriminación de las mujeres del mundo patriarcal. Lo demás es literatura.