Crónica 5
“Estamos de regreso a la tierra prometida”
Sincelejo, dic. 23 (Colprensa).- "Doña Orlinda, ayúdeme a apagar la casa de mi papá". "No mijo, volémonos que nos van a matar". Esa era la conversación de Sergio Luis, un niño de 9 años, con una de las vecinas del caserío de Saiza (en Tierralta, Córdoba), donde se vivió la incursión de paramilitares que dejó 8 campesinos muertos, entre ellos Elkin, un niño de 14 años que murió aferrado al cuello de su padre, también víctima. Además hubo dos indígenas heridos, saquearon e incendiaron 14 locales comerciales y despojaron de las pertenencias: relojes, aretas y dinero.
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También
dieron la orden de “tres días” para que desocupáramos y, “si no, no se
responde”. Era el inicio del desplazamiento de 1.049 familias, 3.960
personas.
Recuerda Sergio que en la huida con Orlinda, en las
afueras del pueblo, un paramilitar los paró y llorando les dijo:
“señora, que Dios y ustedes nos perdonen por esto, pero es orden de los
jefes”.
Ya se había presentado un altercado entre los
asaltantes porque cuando iniciaron la quema del pueblo, algunos de los
muchachos de las AUC, que eran de allí, se opusieron, contrariando las
órdenes.
Unos de ellos incluso desaseguró el fusil y sin
ocultar su rabia dijo al comandante: “vinimos aquí fue a pelear con la
guerrilla y no a hacer lo que se está haciendo. Yo aquí no veo siquiera
un miliciano. Yo conozco la gente, muchos de ellos son mi familia”.
Pocos
días después, a varios de los insubordinados los mató la organización
en Urabá o los mandaron para otras zonas del país donde igual murieron.
Quedan pocos, que se desmovilizaron y no quieren saber de guerras.
Salimos
dejando atrás los recuerdos, la historia y el fruto del trabajo de
medio siglo, trabajo no solo nuestro sino también de instituciones y
ONG que nos han acompañado. Carretera, aeropuerto, transporte fluvial,
centro de salud bien dotado, iglesias, 21 escuelas dotadas, 1.049
viviendas dignas, 600 fincas, 55.000 hectáreas (2.500 de producción
agrícola y 5.000 de pastos), 9.000 reses, 28.000 cerdos y 50.000 aves
de corral.
La producción era para la seguridad alimentaria y
lo que quedaba lo exportábamos a Urabá, al occidente antioqueño y
Medellín. Éramos la despensa agrícola y pecuaria de esa región de
Colombia. Después de un consejo de seguridad en Carepa, Urabá, entró el
Ejército mientras que podíamos sacar algo. En los pocos meses en que
los campesinos estaban tratando de recoger cosechas, llegó un tal alias
‘Cortico’ de las Farc y masacró a seis personas, se llevó un ganado,
extorsionó a otros y ahí fue el final.
Solo unos siete
campesinos se quedaron dispersos, escondidos en sus fincas. Decían:
"para salir y sufrir en el pueblo, y padecer hambre pobreza y
humillación, mejor que cualquier ‘hp’ nos pegue un tiro y salimos de
una".
Ellos fueron los que, al nosotros ir regresando, nos
dieron semillas y cría de animales, nos prestaban o regalaban lo que
necesitábamos. La decisión o valentía de ellos nos sirvió mucho. ¿Será
que eso nos faltó a nosotros? Qué va, los cinco años que estuvimos
comiendo mierda (en "Playa Baja", una población cercana) en el desierto
del desplazamiento también nos sirvieron.
La cogimos por el
lado amable. Aprendimos otras cosas que en Saiza (playa alta) no
hubiéramos aprendido. Salieron muchos ‘Moisés’ (salvadores) y también
Dios nos dejó caer maná y codornices del cielo, a través de otros
humanos solidarios, afectuosos, que aportaron lo que podían.
Ya
retornamos a nuestra tierra prometida, con muchas lecciones aprendidas
y a la espera de que Dios, y no sé quién más, nos ayude a reparar los
corazones, el alma y el espíritu de 1.049 viviendas. Que haya justicia
y paz. Queremos vivir dignamente, pues esta tierra ni siquiera la
guerra nos la quitó.
* Los nombres han sido cambiados por petición de los autores alegando protección