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Este lunes, Bogotá era una ciudad con miles, millones de puntos blancos. Eran los seres anónimos que se iban a integrar a los puntos de encuentro. | Foto: Paola Castaño

Mi panorámica

La marcha desde el cielo

Andrea García Osorio, de Helicol S.A., sobrevoló a Bogotá durante la marcha y esto es lo que vio.

4 de febrero de 2008

La gente vio en la televisión una multitud. En la calle 72 con carrera Séptima, en la Plaza de Bolívar, en la Avenida de Las Américas. Esas concentraciones, por lo monumentales, eran las más vistosas para las cámaras. Pero había otros símbolos que representaban en toda su dimensión la majestuosidad de esta jornada.

Desde el helicóptero, se veía un puntico en la distancia. Era una persona vestida de blanco, que bajaba desde los cerros, por las escalinatas de los barrios más empinados. Otro más allá, en la distancia, que se movía hacia el Parque Simón Bolívar, y otro y otro. Era una ciudad con miles, millones de puntos blancos. Eran los seres anónimos que se iban a integrar a los puntos de encuentro.

Por eso, es difícil estimar cuántas personas participaron. Porque en solo breves espacios la concentración se estuvo quieta. Siembre se movía. Llegaba alguien distinto, con una pancarta, con una bandera. Simultáneamente, otros se iban. Pero era hermoso. El cielo diáfano, con algunas nubes en la lejanía. Y por todas partes, se veían a los marchantes. En los colegios, los niños batían pañuelos. En los buses, los pasajeros sacaban banderas. Desde los edificios, volaban papelitos. Y en el corazón de esta inmensa ciudad, en el centro mismo, en la Plaza de Bolívar, como una sábana blanca, se extendía la muchedumbre.

Hacia el mediodía, Bogotá era una ciudad de parches blancos. Cada retazo era una expresión de libertad. Al ver esto, sentí mucha felicidad por poder tener el derecho de expresar, de tener la libertad de salir y decir las cosas que pienso.

Me emocionó sentir el murmullo de la gente que gritaba lo que sentía, libre, desahogándose.

“No mas secuestro”, decía una inmensa pancarta con letras negras. Los edificios vestidos de blanco, la gente de la oficina fuera, las banderas de Colombia, los campus de las universidades, todos en una voz. No importaba el sitio, ni el estrato, si era calle principal o una esquina distante, eran millones expresando no más terrorismo, sí a la libertad de los secuestrados. Una manifestación cuyo eco llegó al cielo. Ojalá haya llegado, igual de nítida, transparente, a las selvas en donde están los cautivos con sus secuestradores.