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La sierra de los kankuamos

22 de agosto de 2004

La Sierra Nevada de Santa Marta es el corazón del mundo. Cuatro grupos étnicos la vigilan y la cuidan, y del equilibrio de éstos depende la estabilidad de la Madre Tierra. Como patas de una mesa, la relación entre los kankuamos, los wiwa, los arhuacos y los kogi debe ser armónica. Eso les dijeron los dioses, eso han tratado, pero desde la colonización española las patas tambalean, y con ellas, la humanidad entera.

El primer obstáculo que encontraron los kankuamos para cumplir su misión de guardianes de la Tierra fue la colonización española. Allí perdieron su vida miles de indígenas de esta etnia -se calcula que hoy en día son entre 6.000 y 10.000-, pero sobre todo perdieron su cultura. Los misioneros capuchinos impusieron el castellano, los despojaron de sus vestidos y de sus ceremonias religiosas tradicionales por considerarlas satánicas. La tregua de esta sangrienta conversión llegó cuando los indígenas adoptaron el Corpus Cristi, culto característico de la religión católica que aún mantienen.

Después de la colonia y de los años posteriores a la independencia perdieron también su sistema de gobierno. Los mamos, responsables de la adivinación para determinar el futuro del pueblo, cedieron el poder a los cabildos menores y al gobernador del cabildo que rige en la actualidad los destinos de los kankuamos.

Atánquez es el centro del resguardo alrededor del cual están las 11 comunidades que componen el grupo. En ese corregimiento se congregan para celebrar los pagamentos, donde expresan toda su cosmovisión mediante música y danzas características como el Chicote de la Sierra y la Casa María. Con las gaitas, los carrizos y tambores entran en contacto con la Madre Tierra.

Los kankuamos desde hace 13 años han emprendido un proceso de recuperación de su identidad indígena para reconocerse de nuevo. Están aprendiendo su lengua kaktukua y han vuelto a usar su vestimenta ancestral. Las mujeres tejen otra vez y los hombres lucen el poporo, que sirve para mambear la coca. Pero necesitan la ayuda de sus hermanos menores. Por lo menos, que los dejen vivir en paz. No se trata sólo de su propia salvación, sino del bienestar del mundo entero.