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Los años polacos<br>(1982-Hasta nuestros días)

<i>«He aquí que los impíos tensan el arco, ajustan la saeta a la cuerda para disparar en la oscuridad contra los rectos de corazón.»<br>(Salmos 10, 2.)</i>

Eric Frattini
26 de diciembre de 2004

Los años ochenta fueron extenuantes para la Santa Alianza por las operaciones en marcha en el extranjero. El mayor número de sus efectivos estaban destinados en Polonia y un grupo más reducido en Centroamérica. Es por estas fechas cuando monseñor Luigi Poggi pidió al Sumo Pontífice ser relevado de «tan alta responsabilidad», pero Juan Pablo II no estaba dispuesto a perder a su jefe de espías en un momento tan crucial. La petición de Poggi fue rechazada hasta en ocho ocasiones por el Papa.

En Polonia las cosas iban de mal en peor, casi hacia el desastre. El 4 de noviembre de 1981, Jaruzelski propuso a Walesa y al cardenal primado de Polonia, Josef Glemp, la creación de un llamado «Frente de Acuerdo Nacional» para negociar el fin del caos que reinaba en el país. Walesa se negó debido a que lo único que pretendía Jaruzelski era ahogar a Solidaridad entre un gran grupo de sindicatos oficiales.

La Santa Alianza informó entonces al papa Juan Pablo II, aún convaleciente, al cardenal Casaroli y a monseñor Poggi sobre una carta de protesta que había escrito Brezhnev a Jaruzelski. El texto de la carta había sido filtrado por el agente del espionaje pontificio y ayudante de Jaruzelski, el coronel Ryszard Kuklinski, a quien el espionaje del Vaticano conocía con el nombre clave de Gull. La carta del líder soviético al general Jaruzelski terminaba diciendo: «le advierto del consiguiente desmantelamiento del socialismo si se da a Solidaridad y a la Iglesia papeles importantes en el ejercicio del poder». Sin duda era, más que un análisis, una premonición 1.

En la mañana del 30 de noviembre, el embajador especial de Ronald Reagan, Vernon Walters, se reunió con el Sumo Pontífice. En el encuentro el diplomático estadounidense mostró al Papa una serie de fotografías tomadas desde satélites espía. En las imágenes en blanco y negro podían observarse las torretas de los astilleros y muelles de Gdansk y a menos de cuarenta kilómetros varias columnas de vehículos; realmente eran tanques de fabricación soviética que se acercaban a las instalaciones. El Papa sabía mejor que Walters lo que aquello significaba.

El agente Gull había informado al contacto de la Santa Alianza que el general Jaruzelski y el Estado Mayor polaco preparaban la operación militar para decretar la ley marcial; el problema era que no se sabía ni el cuándo ni el cómo. Después de aquella comunicación, el contacto con Gull se cortó. Por la mañana, Kuklinski asistió a una reunión en el despacho del jefe adjunto del ejército polaco, encargado de planear la aplicación de la ley marcial. En el gran salón plagado de mapas y fotografías, el general dijo a Kuklinski que no sabía cómo, pero que el Vaticano y los estadounidenses conocían los planes 2.

En realidad, había sido el propio Kuklinski quien había pasado la información. Durante la reunión mantuvo la calma, pero comprendió que estaba bajo sospecha cuando descubrió que a la salida del cuartel general del Estado Mayor polaco era seguido por agentes de los servicios secretos. Gull estaba en el punto de mira y no cabía ya la menor duda de que había que ayudarle a escapar.

Según parece, alguien, desde dentro del Vaticano, había informado al KGB, y estos a sus homólogos polacos, de que un agente de la Santa Alianza, posiblemente un militar cercano a la cúpula de poder, estaba pasando información a los servicios secretos estadounidenses y vaticanos.

El coronel Ryszard Kuklinski, nombre clave Gull, corrió a su casa en busca de toda su familia. A los pocos días pudo contactar con su enlace del Vaticano e informarle de que necesitaba escapar con todos los suyos y que para ello necesitaba un pasillo seguro. Monseñor Luigi Poggi puso en movimiento a toda la maquinaria del espionaje papal para crear una vía segura de escape para el ex espía.

Gracias a los contactos con la Curia canadiense y debido a que Kuklinski pasaba cada mañana frente al edificio diplomático de aquel país en Varsovia, la Santa Alianza preparó el plan de evasión. El día previsto para ello fue el viernes siguiente, día festivo en toda Polonia.

Por la mañana, y estrechamente vigilado, Kuklinski y su familia subieron al coche vestidos de forma informal y con cestas para un almuerzo campestre. En realidad, en su interior llevaban todos los documentos de la familia. Mientras se acercaba a la avenida en donde estaba situada la puerta principal de la embajada canadiense, el vehículo aceleró. Giró bruscamente a la izquierda, mientras un camión cargado de tubos metálicos y conducido por el agente Kazimierz Przydatek interfirió la marcha de dos vehículos negros que seguían de cerca a Kuklinski. Cuando el coche del ex agente entró a toda velocidad en el patio de la legación diplomática, los grandes portones se cerraron tras él. El coronel Ryszard Kuklinski, Gull, el mejor espía de la Santa Alianza en Polonia, dejaba su vida atrás. El largo brazo de Luigi Poggi en colaboración con la CIA habían conseguido poner a salvo a él y a toda su familia 3. El 12 de diciembre el general Wojciech Jaruzelski implantaba la ley marcial en todo el país.

Mientras los pasillos del Vaticano se veían sacudidos por las noticias alarmantes que llegaban desde el país natal del Sumo Pontífice, en las profundidades del IOR Paul Marcinkus preparaba una de las operaciones más beneficiosas en las que se vería implicado hasta entonces el Banco Vaticano. La famosa compañía Bellatrix sería el instrumento.

Para ello, Marcinkus destacó a tres agentes de la Santa Alianza capitaneados por el agente padre Kazimierz Przydatek, que había regresado de Varsovia tras poner a salvo a Kuklinski y su familia, para dirigir la llamada «Operación Pez Volador» a finales de 1981.

Desde el 24 de marzo de 1976, cuando una Junta formada por altos cargos del ejército encabezados por el general Jorge Rafael Videla decidieron hacerse con el poder en Argentina tras derrocar a la presidenta Isabel Martínez de Perón, las relaciones entre Buenos Aires y la Santa Sede se estrecharon. Incluso muchos de los comandantes que formaban parte del «triunvirato», como el almirante Emilio Eduardo Massera, tenían importantes conexiones con la logia P2 de Licio Gelli.

Gracias a este último, y con la cobertura de agentes liberados de la Santa Alianza, Roberto Calvi canalizaría a través de la compañía Bellatrix, propiedad del Vaticano, millones de dólares procedentes de la Junta Militar argentina para la adquisición de misiles Exocet de fabricación francesa. El nombre de esta operación secreta, «Pez Volador», procedía del nombre dado a este tipo de pez, el Exocoetus, que se desliza rozando la superficie de las olas al igual que el Exocet 4. Mientras los militares argentinos intentaban a través de Calvi y los servicios secretos del Vaticano hacerse con el mayor número posible de misiles, la primera ministra Thatcher y el MI6, el espionaje británico, intentaban por todos los medios evitarlo. «Los argentinos solo tenían una cantidad limitada de los devastadores misiles Exocet. Hicieron esfuerzos desesperados por aumentar su arsenal... Por nuestra parte, nosotros estábamos igualmente desesperados por impedir que lo lograran», afirmaría años después la propia Margaret Thatcher en sus memorias, The Downing Street Years 5.

Para ello, Thatcher ordenó al espionaje británico que hiciese todo lo posible para detectar y evitar cualquier intento argentino por hacerse con misiles Exocet o cualquier otro tipo de armamento. En 1981, Argentina había firmado con el Gobierno francés un contrato de compra de catorce Super-Étendard y catorce Exocet. Para el 2 de abril de 1982, Argentina solo había recibido cinco aviones y cinco misiles.

Lo que la primera ministra de Gran Bretaña no sabía en aquel momento era que quienes buscaban los misiles en el mercado negro no eran los argentinos, sino toda una conspiración orquestada por la logia Propaganda 2, financiada por el Vaticano y ejecutada por agentes liberados de la Santa Alianza.

Según se desprende de un informe del MI6, la Junta Militar argentina, sin saberse cómo, consiguió hacerse hasta con seis misiles Exocet. El resultado de la «Operación Pez Volador» vería sus frutos por parte argentina cuando el 4 de mayo de 1982 despegaron de la base aeronaval de Río Grande dos Super-Étendard armados con un Exocet cada uno. Luego descenderían para entrar en la zona muerta del radar y evitar ser descubiertos por los británicos. Ambos pilotos detectaron un blanco grande y tres medianos, «engancharon» sus Exocet al objetivo más grande y cuando estuvieron a unos cincuenta kilómetros lanzaron los misiles. El destructor HMS Sheffield había sido golpeado mortalmente 6.

Al final de la contienda, los misiles facilitados por los hombres del Vaticano habían impactado en los destructores británicos HMS Sheffield y HMS Glamorgan, y el portacontenedores SS Atlantic Conveyor, provocando cincuenta y cinco muertos y más de un centenar de heridos.

Al final de la «Operación Pez Volador», la compañía financiera perteneciente a la Santa Sede había conseguido canalizar más de setecientos millones de dólares, de los que once millones acabarían en la caja «B» del Estado Vaticano. Según una investigación posterior, este dinero sería destinado por el cardenal Luigi Poggi, jefe de la Santa Alianza, en connivencia con monseñor Paul Casimir Marcinkus, responsable del IOR, el cardenal Agostino Casaroli, al frente de la diplomacia vaticana, y con la autorización del Sumo Pontífice, Juan Pablo II, a financiar al sindicato polaco Solidaridad. Pero una oscura mano estaba decidida a acabar con los cabos sueltos que aún quedaban pendientes del escándalo del Banco Ambrosiano, y Roberto Calvi, a quien llamaban «el banquero de Dios», debía ser el primero en ser atado.

Desde el 31 de mayo de 1982, Calvi había estado quejándose a un grupo de cardenales, entre los que se encontraba Pietro Palazzini, prefecto para la Congregación para la Beatificación. Calvi les dijo en tono amenazante que si caía el Banco Ambrosiano, caería con él el Banco Vaticano. Desde hacía años, Roberto Calvi exigía a Marcinkus resolver de forma conjunta el problema de la enorme deuda acumulada en las empresas transatlánticas del entramado formado por el IOR y el Banco Ambrosiano. Pero una vez más el intento de reconciliación falló. Calvi amenazó entonces a Luigi Mennini, director del IOR, con contar todo lo que sabía sobre el Banco Vaticano a las autoridades monetarias de Italia 7.

El lunes 7 de junio, Roberto Calvi expone ante el consejo de administración la situación dramática que vive el banco y afirma que si el Banco Vaticano no devuelve los créditos, tendrán que presentar el expediente de quiebra. Al día siguiente, el banquero recibe una extraña visita, un tal Alvaro Giardili, quien según la policía puede tener conexiones con la mafia y con la Santa Alianza vaticana. Giardili revela a Roberto Calvi que su mujer y sus hijos están en peligro de muerte. Al parecer, también Giardili tenía relación con un hombre llamado Vincenzo Casillo, un matón de la mafia que había hecho algún que otro trabajo para Marcinkus y para los servicios de espionaje del Vaticano. Casillo sería identificado posteriormente por la Fiscalía del Estado de Roma como uno de los ejecutores directos de Roberto Calvi. Posteriormente, Vincenzo Casillo sería asesinado el 23 de enero de 1983 8.

Las quejas de Roberto Calvi se hacen cada vez más peligrosas no solo para el IOR, sino también para las operaciones de la Santa Alianza en Polonia. «El banquero de Dios» se queja abiertamente de que Paul Marcinkus, para evitar ser investigado por orden pontificia o por los hombres del contraespionaje vaticano, el Sodalitium Pianum, al mando de monseñor Luigi Poggi, ha cogido de la caja sin permiso cien millones de dólares destinados al sindicato Solidaridad de Lech Walesa 9.

El lunes 14 de junio, a las once de la mañana, monseñor Paul Casimir Marcinkus presenta su dimisión como miembro del Consejo de Directores del Banco Ambrosiano Overseas Limited (BAOL), con sede en Nassau. A través de este banco, el IOR sacó fondos sin control por un valor cercano a mil millones de dólares, que taparían el agujero del Banco Ambrosiano.

El martes 15 de junio, Roberto Calvi llega a Londres y se registra en el Chelsea Cloisters, en la habitación 881. El Cloisters es un hotel decente para un viajante de comercio, pero no para el presidente de uno de los bancos católicos más importantes y poderosos de Europa. El miércoles 16 de junio, Calvi desconfía de todo el mundo e incluso asegura a su esposa Clara, en conversación telefónica, que teme a «los hombres negros [agentes de la Santa Alianza] que rodean siempre a Paul Marcinkus. Ellos saben siempre cómo localizarme».

El jueves 17 de junio de 1982, Calvi sigue haciendo llamadas desesperadas a su familia para que viajen desde Suiza y se pongan a salvo en los Estados Unidos.

A las cinco de la tarde, Calvi es destituido de la dirección del Banco Ambrosiano. Al enterarse, «el banquero de Dios» sabe que está acabado y que sus horas de vida son escasas. Hacia las diez de la noche, según consta en los documentos de la Fiscalía de Roma, dos hombres de habla italiana -pueden ser agentes de la Santa Alianza o asesinos de la mafia- recogen a Roberto Calvi en el hotel. Salen por la puerta trasera, fuera de la vista del recepcionista, y se montan en una limusina negra. Roberto Calvi sería encontrado colgado por el cuello bajo el puente londinense de Blackfriars (Frailes Negros) al día siguiente.

El cadáver de Calvi fue sometido a tres autopsias. Las tres coinciden en señalar que la hora de la muerte fue las dos de la madrugada del 19 de junio de 1982. El famoso forense Antonio Fornari asegura en su informe que, sin duda alguna, Calvi fue asesinado. Si se hubiese suicidado, Calvi tendría que haber bajado por una escalera húmeda con una fuerte pendiente, después tendría que haber dado un salto de casi un metro para alcanzar la plataforma bajo el puente, todo ello con el agua hasta más arriba de las rodillas debido a la pleamar y encima con casi cinco kilos de piedras que tenía en los bolsillos de su pantalón y su chaqueta. Es más: una vez sobre la plataforma, hubiera tenido que trepar unos siete metros hasta llegar al extremo donde se habría ahorcado 10. No cabía la menor duda de que Roberto Calvi había sido asesinado, y lo que nunca supo es lo que había sucedido en Milán horas antes de su asesinato.

Esa misma tarde del 18 de junio, dos hombres que se identificaron como «enviados del Vaticano» llegaron hasta la sede del Banco Ambrosiano con el fin de entregar una serie de documentos procedentes del IOR. Los recién llegados subieron en el elegante ascensor hasta la cuarta planta del solemne edificio. Al fondo de un pasillo estaba el que había sido el despacho del poderoso Roberto Calvi, aún vivo en Londres. Los dos hombres llegaron hasta un pequeño despacho que estaba conectado por una puerta con el de Calvi. Allí estaba trabajando Graziella Corrocher, la fiel secretaria del «banquero de Dios» y una de las que más secretos conocía de su hasta entonces todopoderoso jefe. Minutos después saltaba por la ventana «suicidada» 11. La nota encontrada por la policía responsabilizaba de todo lo ocurrido en el Banco Ambrosiano a su jefe, Roberto Calvi. Ni una sola mención a su familia, a su vida o a sus amigos; tan solo una oportuna acusación contra su jefe.

En el mes de septiembre, Licio Gelli fue acusado de espionaje, conspiración política, asociación criminal y fraude. En un primer momento se salvó de la detención, pero el día 13 del mismo mes, el gran maestre de la logia P2, el hombre al que todo el mundo llamaba il Burattinaio (el Titiritero), fue detenido en Ginebra cuando intentaba retirar en una maleta 50 millones de dólares de una cuenta de un banco.

Un mes más tarde, el 2 de octubre de 1982, Giuseppe Dellacha, uno de los altos ejecutivos del banco, también se «suicidaría» saltando por la ventana desde la sexta planta de su despacho en el mismo edificio del Banco Ambrosiano en Milán. Al parecer, Dellacha era el «correo especial» de los asuntos entre Roberto Calvi y monseñor Paul Marcinkus. El «delicado» trabajo de Dellacha era llevar mensajes que no debían ser escritos en ningún lugar de la sede del banco al Vaticano. Giuseppe Dellacha sabía demasiado y también debía morir.

Poco a poco, los cabos estaban siendo atados por una mano misteriosa. Clara Calvi, la viuda del «banquero de Dios», diría entonces: «El Vaticano asesinó a mi marido para ocultar la bancarrota del Banco Vaticano [IOR]». Desde la caída de Michele Sindona, Roberto Calvi había asumido sus funciones lavando dinero de la mafia; reciclando dinero de la P2; traficando con armas; desviando dinero de altas personalidades, evadido al Fisco italiano, hacia paraísos fiscales; o financiando regímenes dictatoriales en Nicaragua, Uruguay, Argentina y Paraguay.

En octubre de 1982, Juan Pablo II nombró una comisión especial para investigar el papel desempeñado por el Vaticano, el IOR y sus servicios secretos en el fraude del Banco Ambrosiano. Las investigaciones del caso Calvi, la quiebra del banco y las conexiones con el IOR continuaron coleando hasta 1989. Por ejemplo, el 22 de marzo de 1986, Michele Sindona sería envenenado con cianuro mezclado con el café en la prisión italiana de Voghera, en donde había sido recluido tras ser extraditado por los Estados Unidos. El que fuera banquero de la mafia moriría en su celda sin que nadie acudiese a socorrerle y tan solo dos días después de que un jurado le condenase a cadena perpetua y declarase que si nadie le ayudaba «decidiría contar todo lo que sabía sobre las relaciones de la mafia y el Vaticano y el papel desempeñado por algunos departamentos papales como el IOR o los servicios secretos». El 20 de febrero de 1987, el juez de Instrucción de Milán Antonio Pizza ordenó la detención y encarcelamiento de monseñor Paul Casimir Marcinkus, Luigi Mennini y Pellegrino de Strobel, los tres más altos cargos del IOR. Hasta ese momento, Juan Pablo II los mantuvo en sus respectivos cargos, tal vez porque sabían demasiado y era mejor no revolver las enfangadas aguas financieras vaticanas. En torno a San Pedro y en todas las salidas del Estado Vaticano esperaban agentes de la policía para ponerle las esposas a toda la cúpula de la banca vaticana y al presidente del Gobierno del Vaticano. Marcinkus no solo presidía el IOR, sino también el Consejo de Gobierno del Vaticano.

El cardenalato estaba ya casi al alcance de la mano de monseñor Marcinkus cuando estalló el escándalo, lo que obligó a Juan Pablo II a retenerlo dentro del Vaticano para impedir que fuese detenido por las autoridades italianas y posteriormente enviarlo de vuelta a los Estados Unidos. Hoy vive retirado en la pequeña ciudad de Sun City, en Arizona, bajo la protección de su pasaporte diplomático del Estado Vaticano, lo que le hace intocable ante las autoridades estadounidenses.

Gracias a las presiones ejercidas por Juan Pablo II, un alto tribunal italiano dejó sin efecto la orden de detención y a los banqueros del Vaticano se les declaró inmunes en Italia, dada su calidad de «directivos de un banco extranjero».

El Banco Vaticano tuvo que pagar por la responsabilidad contraída en la quiebra del Ambrosiano más de 240 millones de dólares a los acreedores. En el juicio por la quiebra del Banco Ambrosiano, que concluyó en 1998, las mayores condenas recayeron en los jefes de la logia Propaganda 2. Licio Gelli fue condenado a dieciocho años de cárcel, y Umberto Ortolani, a diecinueve.

En 1988 se abrió el juicio por el asesinato de Roberto Calvi. En 1993 fueron condenados por complicidad el obispo monseñor Pavel Hnilica, miembro relevante de la Santa Alianza y persona de suma confianza del Papa, Flavio Carboni y Giulio Lena, con lo que se dio por concluida la investigación y los cabos sueltos del «Vaticano S.A.»; pero un nuevo caso de corrupción financiera va a estallar en el corazón del Estado Vaticano.

Leopold Ledl era un ex carnicero que había estado implicado en varios negocios fraudulentos del Vaticano y que había realizado extrañas operaciones para la Santa Alianza. El ex agente de los servicios secretos pontificios había hecho de intermediario entre el Vaticano y la mafia para una operación de títulos y bonos falsificados. Al destaparse el asunto, Ledl fue no solo el organizador, sino también la víctima.

El negocio, según parece, consistía en que Ledl consiguiese para alguien del Vaticano títulos falsificados por valor de mil millones de dólares. La función del ex espía papal consistía en hacer de intermediario entre el Vaticano y la mafia estadounidense para conseguir no solo falsificar los títulos de Boeing, Chrysler, General Motors o ITT, sino también colocarlos. La operación por parte del Vaticano era dirigida en persona por monseñor Marcinkus y de vez en cuando asistían a los encuentros con Ledl los cardenales Tisserant y Benelli 12.

Al final, monseñor Pavel Hnilica avisó a Marcinkus sobre el peligro que tendría colocar en los mercados financieros tal cantidad de títulos falsos. Aquello supondría enfrentarse al Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, y Hnilica recordó a Marcinkus su nacionalidad estadounidense. «Si Reagan quiere, puede pedir al Santo Padre su extradición», explicó el oscuro agente de la Santa Alianza a Paul Marcinkus. El todavía responsable del IOR no estaba dispuesto a arriesgarse a cometer un delito federal en su país natal, sabiendo cómo las gastaban sus paisanos.

En mayo de 1992, Licio Gelli, detenido en su propia residencia, recibe la notificación de la sentencia por su implicación en la quiebra del Banco Ambrosiano. Seis años después de recurrir, el que fuera gran maestre de la logia P2 recibe la ratificación de la sentencia por el Tribunal de Apelación, que hace que la del Tribunal Superior de Casación sea por fin firme. El miércoles 20 de mayo de 1998, Gelli huyó de su casa ante la vista de los policías que lo vigilaban. Casi cuatro meses después, el jueves 10 de septiembre, Licio Gelli es nuevamente detenido en la Costa Azul, según parece por una filtración de los servicios secretos vaticanos a la DST, el contraespionaje francés 13.

Durante el interrogatorio en 1990 del masón y miembro de la logia Propaganda 2 Umberto Ortolani, reveló que los servicios secretos del Vaticano habían actuado durante unos meses para intentar rescatar unas fotografías comprometedoras del mismísimo Juan Pablo II.

Un día de abril de 1981, Licio Gelli enseñó a un miembro del Partido Socialista Italiano algunas fotografías que mostraban al papa Wojtyla completamente desnudo en la piscina de Castelgandolfo. Gelli suponía que si se habían hecho esas fotografías con teleobjetivo sería sencillo disparar al Sumo Pontífice con un rifle con mira telescópica 14.

Poggi decidió poner manos a la obra a los agentes de la Santa Alianza con el fin de «rescatar» los negativos desaparecidos. El jefe de la Santa Alianza bautizó la misión como «Operación Imagen».

El responsable de los espías papales sabía que el mayor paquete de imágenes estaba ya en poder de Rizzoli, a través de Licio Gelli y de este hacia Giulio Andreotti. Las fotografías fueron entregadas en mano al Sumo Pontífice en presencia de monseñor Poggi 15.

Seguidamente, el jefe del espionaje vaticano convocó a dos sacerdotes que pertenecían al Sodalitium Pianum. Poggi, como siempre, fue claro, corto y conciso en sus órdenes. Debían localizar los negativos perdidos por dos motivos: el primero, para evitar su publicación y el posterior escándalo; y el segundo, y de mayor importancia, para saber cómo los fotógrafos autores de las imágenes pudieron disparar sus cámaras sin ser detectados por los servicios de seguridad pontificios. No cabía la menor duda de que unos simples fotógrafos habían conseguido burlar los anillos de seguridad en torno al Papa.

Los agentes comenzaron a trabajar en los laboratorios de Roma que se dedicaban a revelar el material de los profesionales. A finales de esa misma semana, el S.P. detectó a un hombre que intentaba vender unas imágenes bastante comprometedoras sin decir de qué se trataba.

El hombre en cuestión era un ayudante de laboratorio de una firma famosa por trabajar con fotógrafos de prensa del corazón, por lo que debían revelar el material con bastante velocidad. El hombre vivía en un pequeño apartamento de las afueras de Roma y un día cuando regresó del trabajo se encontró con todo revuelto, los cajones tirados por el suelo, el colchón rajado y los sillones totalmente destripados. Al parecer, alguien buscaba algo, y el hombre sabía qué era.

Cuando se dirigió hacia el pequeño baño del apartamento descubrió que los intrusos habían encontrado lo que buscaban. Una de las cañerías de plomo había sido cortada y de su interior habían extraído un rollo de plástico en donde estaban envueltos los negativos. Los hombres de Poggi habían hecho bien su trabajo, y la «Operación Imagen» nunca existió. Posteriormente, monseñor Luigi Poggi destruiría todo el material.

El Sodalitium Pianum descubriría que en la historia de las fotografías había estado involucrado un agente de la Santa Alianza y sacerdote llamado Lorenzo Zorza. Este agente había estado relacionado con el expediente de quiebra de la Banca Ambrosiana y en una operación junto al ex agente del SISMI, el servicio de inteligencia militar italiano, Francesco Pazienza. Zorza sería también investigado por sus presuntas relaciones con asociaciones mafiosas involucradas en el tráfico de drogas y obras de arte.

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