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¿Qué pasa si usted deja un día de beber?

Felipe M.
5 de junio de 2005

Cada alcohólico tiene ese momento. Ese instante donde se suman todas las razones para beber y las ilusiones de no hacerlo, y ganan las últimas. Es algo parecido al moribundo que al salvarse cuenta que no sólo vio la luz sino que toda su vida pasó en frente de sus ojos. La diferencia es que al alcohólico rehabilitado le vienen como en proyección de cine los peligros, las embarradas, las discusiones, las lagunas mentales de años y años de tomar. En sentido estricto, este moribundo del alcohol no se salva, la película pasa y él muere para renacer en otro estado.

Para unos este momento se presenta al mediodía en una habitación sucia y rodeado de cuerpos desnudos. Para otros en la mitad de una golpiza en las puertas de un bar y para otros ante el llanto de la mujer o el hombre amados con una maleta bajo el brazo y un hijo en la otra mano. También tuve yo ese instante y no lo contaré porque no importa. Al fin de cuentas, los alcohólicos rehabilitados somos una familia de desconocidos. Un grupo de anónimos que marcamos cada día sin beber como una victoria contra una de las adicciones más fuertes y más negadas de la sociedad.

¿Qué pasa si usted lector un día de estos decide no beber una gota de alcohol más? En primer lugar la sola pregunta es impactante. A pesar de que la información de los efectos del alcoholismo como enfermedad es masiva y fácil de adquirir, muy pocos se atreven a considerar si sus niveles de consumo de trago son altos. ¿Altos con respecto a quiénes? ¿A mi amigo Tomás que siempre que salimos se emborracha hasta bailar sobre la mesa? ¿Más alto que Juan, el compañero de trabajo que en cada fiesta anual de la empresa le promete amor eterno a una compañera diferente? Siempre habrá alguien que tome más, o para los mismos efectos que haga un ridículo mayor o más escándalo en una fiesta.

Colombia es un país de alto nivel de consumo de alcohol, donde los niños y niñas de 13 años toman su primer trago; donde los colegios patrocinan fiestas que promueven el consumo y donde, entre clase y clase, los universitarios caminan cien metros a una cantina. Esta es una sociedad donde las drogas para el dolor de cabeza o la acidez estomacal se publicitan por sus "efectos sobre el guayabo"; donde en los actos políticos se reparten botellas de aguardiente y donde los anuncios legales contra el abuso del alcohol se leen tan rápidamente en los comerciales de radio que ni se entienden.

Deje de beber un día en Colombia y no tendrá dónde ir a divertirse. El negocio de bares y discotecas depende del margen del trago así que automáticamente se convierte en el peor cliente del establecimiento. Si entró, tiene que consumir y no es permitido cambiarlo por refrescos o agua. En ocasiones he tenido que comprar el mínimo trago y dejarlo servido para poder disfrutar de bares de la Zona Rosa y el Parque de la 93. Los "cocteles zanahorios" de la rumba sana se perdieron en el tiempo y sería bueno recuperarlos del baúl de los recuerdos. 

Deje de beber un día en Colombia y será un paria en el mercado. Sólo hay dos cervezas sin alcohol importadas -una de ellas con letras árabes para venderse en el mundo islámico- y cuestan lo que valen tres colombianas. Es agradable salir del país y entrar a un restaurante europeo para encontrar cinco o seis opciones de marcas desalcoholizadas. El día en que Bavaria lance su cerveza "sin" recuperaré mi confianza en el sector empresarial colombiano. Se los aseguro: somos un mercado creciente y confiable que recibiría con agrado nuevas opciones.
Siga sin beber un par de días y sus amigos y colegas del trabajo sospecharán de usted. Está bien dejar un día de tomar. "Hermano, no hay que abusar", dirán. A la tercera negativa de una "pola" para bajar el almuerzo o el consabido energizante en una noche de rumba, la sospecha se transformará en desconfianza. Su novia, una nueva religión ó "alguna pendejada" será la culpable de sus "cambios". Llegará el momento en que algunas de sus amistades se irán como se fue por su garganta el último trago.

Deje de tomarse un trago y perderá la mejor manera de socializar en nuestro país. Hacer negocios se le complicará así como entablar una conversación con una mujer en un bar. "No, gracias, no bebo" marca una distancia que en el mejor de los casos otorga prudencia y control. Pero en el peor da un halo de rareza al abstemio. La omnipresencia del alcohol en nuestra sociedad sólo se hace visible y opresiva en el momento en que se piensa en ella: desde vallas y anuncios publicitarios hasta imaginarios del éxito, la buena vida y la sensualidad.

Decida convertirse en un abstemio y entrará a una clase distinta. En este país existe una sanción social para quien no bebe. Este país modera su racismo y mitiga su miedo al diferente pero la discriminación al no bebedor es directa y sin tapujos. "¿Estás en Alcohólicos Anónimos o qué?", espetarán como si fuera un estigma. Más bien es un orgullo pertenecer a una comunidad de hombres y mujeres luchando por mantenerse sobrios que buscan ayudar a los otros a alcanzar su sobriedad sin lazos políticos o religiosos.

Cuando le confesé a una amiga que asistía a reuniones, no bajó de "el grupo de lunáticos" o "adictos a las terapias grupales". Me impresionó no sólo la ignorancia sobre A.A., sino también sobre las distintas opciones de tratamientos y métodos para el alcoholismo. Ser alcohólico se asocia indistintamente con abusos, violencia intrafamiliar y una baja situación educativa y cultural. Los "traguitos" son despreciados cuando se los toman los pobres pero al subir la escalera de ingresos ya son más aceptados, tolerados y hasta requeridos. El alcoholismo y sus efectos son los mismos, vengan del aguardiente o del whisky. 

Más que una enfermedad que requiere tratamiento, ser alcohólico es visto como una trasgresión. Muy pocos alcohólicos obtienen cobertura de salud y los cupos en los centros de atención son limitados y costosos. Tampoco hay mucha información disponible sobre cómo tratarlo y nunca serán suficientes las charlas pedagógicas en colegios y universidades para identificar el abuso.

Reconocer mi alcoholismo ha sido uno de los momentos más importantes de mi vida. Me permitió entender mi adicción y luchar cada 24 horas por mantener mi sobriedad. Ayudar a otros a reconocerlo es una tarea muy difícil por el manto de silencio que cubre el consumo en las familias, los hogares y los sitios de trabajo. Además, los detalles más pequeños de la diversión, la vida nocturna y el trabajo se complican cuando no se bebe. Es increíble experimentar que la oferta de una ciudad como Bogotá gire en torno en su gran mayoría del alcohol y no tanto de la música o de la comida misma.

Dejar de beber es una opción que recomiendo a quienes sienten que no lo controlan. Si bien muchos toman sus tragos sin inconvenientes hay una parte de aquellos que no podemos parar. Al principio encontrarán los inconvenientes que relaté en esta columna y muchísimos más. Pero vale la pena preguntarse si esos tragos de más se están volviendo muy frecuentes y si considera imposible dejar de beber por un par de meses. Recuerden que cada alcohólico tiene ese momento.