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¡Quien dijo porro!

¡Quien dijo porro! "Bienvenido a San Pelayo, sede permanente del Festival del Porro", dice el letrero que recibe a los visitantes de esta fiesta. CONEXIÓN COLOMBIA llegó hasta allá para ser testigo de la fiesta.

Andrés Wiesner
11 de diciembre de 1980

"Bienvenido a San Pelayo, sede permanente del Festival del Porro" dice un letrero donde aparece un grupo de campesinos y campesinas que, vestidos de blanco y de flores, parecen bailar con el eco de una música lejana y que se convierte en la primera imagen al llegar a esta población amiga de la fiesta y el folclor.

Ubicado a la derecha del río Sinú, San Pelayo es un pueblo de 35.000 habitantes que en época de festival se duplican. Durante cuatro días con sus noches y amaneceres, bandas de diferentes lugares de Colombia compuestas por 18 músicos que han dedicado su vida a tocar instrumentos de vientos y percusión, se dan cita en sus tierras y sacuden la región al son del ritmo más tradicional del caribe colombiano.

Se podría decir que al festival se llega a lomo de caballo. Una cabalgata que parte del municipio de Carrillo, a escasos kilómetros de Pelayo, es el primer acto de la verbena. El sonido que emite el trote de las bestias se combina con el de las tamboras y el silbido de los clarinetes que ya se afinan para la faena. Y aunque éste es considerado el comienzo del feriado, con la llegada de las bandas, una semana antes, ya se fritaron las primeras carimañolas, se preparó el suero costeño y se brindaron los primeros rones.

A las siete de la noche del viernes 2 de julio, en la Iglesia de San Juan de Pelayo, santo cómplice y testigo de los pecados que se cometen en estos días, un atípico concierto de la Orquesta Sinfónica interpretando las canciones más tradicionales del porro y el merengue declaran la inauguración oficial. Los bullerengues* y las décimas interpretadas por los grandes maestros de la Sinfónica no sólo son una antesala de lo que se apreciará este fin de semana, sino también una clara muestra de que esta importante entidad resucita con el tiempo.

Mientras en la iglesia se lleva a cabo la sobria ceremonia el resto del pueblo destapa las botellas. A las ocho de la noche se abren las puertas de la caseta donde Peter Socarrás, el vallenatero de moda, y las bandas más tradicionales de porro darán un concierto al mejor estilo de Jorge Barón.

Bajo una temperatura de más de 30 grados, 15.000 personas, procedentes de diferentes municipios de Córdoba y de todo el país, ocupan las mesas de la caseta y bailan tímidamente. Al sonar de canciones como María Barilla, Los sabores de mi porro y El 20 de enero, las más tradicionales, ya nadie cree en nadie en San Pelayo. La aparición de Socarrás en la tarima produce el éxtasis del público y a los pocos segundos sólo un mar de sombreros vueltiaos girando sobre la rosa del moño de las mujeres se ve a lo largo y ancho del Complejo Cultural los Fundadores. Las que hacen algunas horas fueron las mesas del ron y los diabolines* ahora se convierten en tarimas personales para bailar al ritmo de la orquesta Maria Barilla, que reemplaza a Socarrás en el escenario. "Mi porro me sabe a todo lo bueno de mi región; me sabe a caña, me sabe a toros; me sabe a fiestas, me sabe a ron ", suena un coro a mil voces que se escucha en toda la sabana caribeña y que da la bienvenida a la alborada*.

A las cuatro de la mañana se retira el público de la caseta con un ánimo de fiesta que no concuerda con el fin de un espectáculo. Todos caminan hacia el parque central de San Pelayo para darse cita con las treinta bandas que llegan con el alba. Alrededor de los músicos comienza un carnaval por las calles de pueblo bajo, uno de los cuatro barrios, y ni siquiera la estatua que rinde honor a las múcuras* se salva de bailar con los más entonados. La fuente del parque central se convierte en una piscina bailable y la Maizena, prohibida este año, hace de las suyas en las cabezas de los músicos y bailarines que pasan moviendo su cuerpo como si los hubiera cogido la corriente. En este momento más que nunca los pelayeros sienten el folclor de su tierra. Es difícil que los habitantes de un pueblo donde uno de cada diez es músico no sientan las canciones por sus venas. El festival les recuerda que su esencia está en ese ritmo musical que nació a principios del siglo XX con los cantos de trabajo que hacían en las extensas sabanas de esta región y que luego pasaron a alegrar las fiestas, carnavales y verbenas populares.

El rumbo que toma el desfile conduce al río de extasiados nuevamente hacia la caseta. Lentamente, la banda 6 de agosto, la María Barilla, la Vallenata y las otras veintisiete suben a la tarima. En un acto musical sin precedentes en el mundo todas las bandas, que suman más de 600 músicos, se unen para tocar las mismas canciones. El abuelo y la sobrina; el alcalde y la mesera; el cachaco y la cereteana y todos los asistentes se unen en un mismo baile al son de las maracas, los bombos, las tamboras y los clarinetes que entonan el Arranca teta, otra de las canciones más populares. Limpio de quejumbres de nostalgia, de lloros y de penas, el porro muestra la realización de un pueblo que vive y goza por su música. Ni el caliente sol de las nueve de la mañana puede contra el júbilo del festival y aunque sería grato parar el tiempo y grabar la cara de miles de colombianos desbordantes de alegría, hay que guardar energías porque esta fiesta apenas comienza.

Noche de Fandangos

En Cereté los de San Pelayo, en Ciénaga del Oro los de Montería, en San Antelmo los de Lorica, en "donde la suegra que no me quiere" y "en dónde estoy que no me acuerdo" son los despertares del sábado al medio día. Un queso bien "amasao", un par de yucas con suero costeño y un buen jugo de mamey en casa ajena y que siga la parranda.

Conciertos de tradición oral donde se pueden apreciar desde niños de 4 años que ya afinaron su garganta con el canto sabanero, hasta abuelos de 90 que expresan el sentir de aquel campesino cuando laureaba la tierra, como una muestra de felicidad, entretienen la tarde de los enguayabados. Detrás de la tarima los pik ups* de las fondas enrumban con champetas, vallenatos, merengues y bullerengues a los que decidieron empezar la fiesta desde temprano. El concurso de bandas sigue rodando en el escenario y a las diez de la noche, a lo largo del complejo, sobre unas tarimas redondas, se van ubicando los músicos para continuar su toque. El pueblo baila alrededor de ellos con unas velas que simbolizan el fandango* popular que se enraíza en las tradiciones religiosas del Sinú heredadas de España. Otra vez la rumba va hasta el amanecer bajo la luz de las velas y hasta los integrantes de una banda de París se dejan llevar por la energía del ritual.

"La múcura está en el suelo hay mamá no puedo con ella?" A ritmo de danzas y gaiteros se vive un domingo de festival. El desfile de las "Aguadoras", en honor a aquellas mujeres que recogían en múcuras el agua del rió Sinú, parte de un barrio de casas bajas llamado La Encañada. Las 65 bandas de porro de diferentes partes del país, los cumbiamberos de la zona costanera, los descamisados que con antorcha en mano bailan mapalé*, el palmoteo de los palenqueros, los garabatos colados de Barranquilla, los pitos y tambores y el guapirriar* del pueblo convierten San Pelayo en todo un carnaval. Cubiertos por la sombra de una bonga*, un grupo de niños que no pasan de los diez años acompañan el desfile con el repique de sus cueros. Una parada de danzas y comparsas da fin al desfile y en la noche nuevos fandangos esperan a la población.

Y cómo en el Festival del Porro la rumba es hasta que aparezca el copetón rayado*, el amanecer sorprende nuevamente a lo pelayeros. Barrio bajo será el lugar escogido para recibir el alba con la compañía de algunas bandas. Mientras unos contemplan la alborada, Migue Coy, hijo de compositor fallecido, segundo de cuatro hermanos clarinetistas y padre de un niño orador, propone hacer una parranda también pa los que se fueron. En un desfile con todas las bandas, que al son de un toque nostálgico entonan canciones de antaño, la muchachada toma rumbo al cementerio para tocar una del alma a los músicos muertos. Las lágrimas ruedan por las caras de algunos participantes de la póstume serenata mientras suenan los porros dedicados a los compadres de siempre. En la gran caseta la premiación a las mejores bandas y un último fandango con fogatas encendidas dan fin a cuatro días de jolgorio, donde sólo hubo espacio para el folclor y la alegría.

Con la resaca de un guayabo terciario se despiertan el martes los pelayeros. El lento apagar de las velas del último fandango acompaña el despedir de los músicos, que guardan los instrumentos en su estuche y se preparan para volver a su tierra. En alguna tienda del pueblo suena un soneto tradicional que recuerda todo lo que falta para que vuelva el festival. Los que no se resignan a irse cantan sus últimas estrofas dejando el eco del porro que en San Pelayo nunca para de sonar.

Glosario pelayero

* Porro: Género musical por excelencia. Su nombre proviene de un tambor pequeño llamado porrito.
* Alborada: Tiempo de amanecer.
* Diabolines: Bolitas de queso que venden en las calles.
* Pick up: Parlantes de gran tamaño que colocan en las fondas y afuera de las casas.
* Fandangos: Celebraciones religiosas españolas. Generalmente se utilizan banderas, velas y billetes.
* Bulllerengues: Ritmo en el cual no participan las gaitas. Los instrumentos que entran en su ejecución son: Tambores machos y hembras. Gauche y tablitas.
* Mapalé: baile de movimientos ágiles y fuertes como si los bailarines estuvieran poseídos por espíritus burlones y sensuales.
* Bonga: Árbol millonario típico de Córdoba
* Múcura: Ánfora o vasija de barro.
* Guapirriar: El grito de júbilo cuando cantando el porro se alegra el público y gritan guipirri, guipirri, guipirri se conoce cono guapirriar.
* Copetón rayado: Es el término pelayero cuando la rumba va hasta el amanecer.