informe especial
Ruptura en Bogotá
En Bogotá se pasó de una democracia gobernada por unas élites ilustradas a una democracia basada en la negociación entre grupos de poder. ¿Qué ayuda más a los pobres?
Lucho Garzón no se siente un iluminado. Lucho Garzón siempre parte del supuesto que el otro tiene un poco de razón. Por eso en Bogotá desde que él llegó al poder se está dando un cambio mucho más profundo de lo que la gente se imagina. El gobierno de la ciudad ha pasado de estar en manos de un grupo de expertos, de unas élites ilustradas con una clara visión de la ciudad ideal, a estar en manos de un equipo con mayor representación política y gremial que considera que las mejores decisiones para la ciudad son aquellas que surgen de una negociación entre los diferentes sectores de poder. Esta diferencia en concepción política y estilo de gobierno tendrá repercusiones profundas sobre el futuro de Bogotá. La historia personal de Lucho y la forma cómo llegó al poder definen en gran parte las diferencias en el estilo de gobierno respecto a las dos anteriores administraciones. Antanas Mockus y Enrique Peñalosa llegaron al Palacio Liévano con una larga trayectoria en la academia. Mockus, con maestría en matemáticas y filosofía y Peñalosa, con doctorado en administración pública, privilegiaron a la hora de tomar decisiones el criterio técnico. Ambos se rodearon de expertos en quienes recayó la responsabilidad de gobernar, obviando en la medida de lo posible, a los políticos y sin ceder ante la presión de los gremios. Al fin y al cabo, ambos llegaron sin un partido político, montados exclusivamente en el voto de opinión. Tanto Peñalosa como Mockus le quitaron poder a los alcaldes de las localidades y a las juntas administradoras locales, pues creían que a través de ellas se organizaba el clientelismo que había impedido que las cosas avanzaran en Bogotá. Durante las tres administraciones pasadas las deliberaciones se daban alrededor de proyectos y visiones de ciudad en el recinto del Concejo. Peñalosa creía sobre todo en los resultados y Mockus en la racionalidad pública de los argumentos. Con Lucho la cosa cambió. Garzón, hijo de una empleada doméstica, llegó a la alcaldía sin un título universitario pero con una larga trayectoria en el sindicalismo. Sobrevivió sus años en la conflictiva Barranca gracias a su talante conciliador. "Lucho por su formación y por su pasado considera que hay siempre cierta razón en el otro", afirma Francisco Miranda, asesor cercano del alcalde. Por eso pasa gran parte de su día escuchando a los ciudadanos y a los diferentes gremios: él dialoga con los transportadores pequeños, negocia con los sindicatos de la salud y la educación, escucha a los grandes empresarios, trata de acordar con los vendedores ambulantes una fórmula para usar el espacio público. "Yo creo en el contacto personal", dijo a SEMANA.COM el alcalde. Por ejemplo, el viernes pasado se la pasó toda la mañana en el barrio Restrepo escuchando con todo su gabinete al alcalde de la localidad Antonio Nariño, a sus ediles y a los representantes de los zapateros y comerciantes del sector. "Puede que en estos encuentros no se resuelva nada pero cuando Lucho llega a una localidad la percepción que queda es que llegó uno de los nuestros y que nos sentimos reconocidos", afirma Edgar Ruiz, su secretario privado y mano derecha. "La gente se acostumbra a vivir en la pobreza. Lo que la gente no soporta es que los ignoren". Y Lucho no ignora a nadie. No sólo eso. Mientras que Mockus insistía en los deberes ciudadanos Lucho los alienta a ejercer sus derechos. Por eso el anterior alcalde gastó gran parte de su administración convenciendo a los ciudadanos de la importancia de pagar impuestos. "Bogotá logró el desarrollo y una mayor equidad con base en que las elites eligieron a Mockus a sabiendas de que les iba a cobrar impuestos para hacer justicia social", dice Alicia Eugenia Silva, la secretaria privada durante la pasada Alcaldía. "Esa caridad no es sostenible". Para los tres alcaldes la solución de las necesidades de los más pobres fue una obsesión. El 80 por ciento del presupuesto de Mockus se fue en inversión social, la proporción más grande en la historia de la ciudad. Peñalosa invirtió 1,2 billones de pesos en llevar agua, luz y calles pavimentadas a 316 barrios que se encontraban completamente marginalizados. Y Garzón ha concentrado toda su gestión en sus programas bandera de Bogotá Sin Hambre y Salud a su Hogar, con los que pretende reducir los niveles de desnutrición y prevenir enfermedades de la población más pobre. La diferencia, quizás, es que Mockus y Peñalosa se concentraron en cubrir las necesidades básicas insatisfechas de la población mejorando los hospitales, la educación y la infraestructura de servicios públicos. Lucho ha optado por programas de atención más directos a la población más pobre garantizando que los que lo necesiten coman bien por lo menos una vez al día y vean un médico, sin importar si están afiliados al régimen de salud. La pregunta es cuál modelo de democracia beneficiará más a los pobres. Aún es muy pronto para saberlo. Ambos tienen ventajas y desventajas. Tener en el poder alcaldes apolíticos, ilustrados e 'iluminados' con una visión clara de ciudad permitió que tomaran decisiones radicales en beneficio de toda la población. Sin embargo algo faltó porque la gente, pese a reconocer los logros, optó por un cambio de modelo al elegir al candidato que proponía una alternativa diferente con la votación más alta de la historia. Y otro modelo les ha dado el alcalde. Su filosofía de concertación y de la importancia de democratizar las oportunidades de negocio que la ciudad genera llevan a que esté tomando decisiones radicalmente diferentes a las de sus antecesores. En educación, por ejemplo, Lucho ha privilegiado el punto de vista de los maestros organizados en el sindicato de FECODE, de donde salió el actual secretario de Educación. Por eso decidió no expandir el esquema de colegios por concesión en donde colegios privados de alto nivel 'adoptaban' escuelas públicas y optó por ampliar la planta de maestros vinculando a más de 2.500 profesores provisionales, que no es más económico ni necesariamente beneficia más a los niños. "Si no fuera por el compromiso de los maestros no hubiera sido posible aumentar 86 mil cupos", replicó Ruiz. La política del gerente de Metrovivienda, Germán Ávila, es que la vivienda de interés social sea principalmente construida por las organizaciones populares, de cuyo gremio Fenavip él era antes el director, y no, como fue antes, por grandes empresas privadas con una mayor capacidad de crédito. En el tema del espacio público, Lucho está concertando con los vendedores ambulantes una fórmula para ocupar los ándenes porque cree que la calle es un espacio de producción económica. "Nosotros reconocemos que el escenario de la política es la confrontación de intereses", afirma el secretario de gobierno Juan Manuel Ospina, el conservador del gabinete. La ventaja de eso es que por lo menos en teoría las decisiones son más democráticas e incluyentes y gente que jamás ha tenido poder ha comenzado a tenerlo. El riesgo es que en la práctica sólo las minorías que representan unos intereses muy particulares son capaces de organizarse y por lo tanto de influir. Los pequeños transportadores se agrupan e imponen más fácilmente su punto de vista sobre el transporte público que los pasajeros que toman el bus todos los días. Eso a la larga puede resultar malo para los pobres, que son una mayoría desorganizada.