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OPINIÓN

Teatro eterno

Caterina Heyck, especialista en Derechos Humanos, compara los altibajos que ha tenido el acuerdo humanitario entre el gobierno y las Farc con una obra de teatro.

Caterina Heyck
4 de junio de 2007

A veces me siento como una ilusa espectadora más de la obra de teatro titulada: “El eterno secuestro”. Sentados a mi lado están los familiares de los secuestrados, algunos periodistas y muchos colombianos solidarios con la causa. Algunos sacan sus pañuelos para secar sus lágrimas, otros dejan ver sus rostros iluminados de ilusión cuando cambian la escenografía, de actores y protagonistas.

El precio en taquilla de la boleta es bastante caro. Hemos tenido que pagar un alto costo por entrar. Lo peor es que al finalizar la función nos dejan con la expectativa de la próxima y siempre regresamos a comprar la boleta para la siguiente. Algunas veces el teatro ha permanecido cerrado durante varios meses. En esta oportunidad los carteles de la entrada publicitan nuevos actores, nueva coreografía y vestuario. Pareciera que en la próxima escena va a haber bailes y alegría y que el anhelado fin se acerca. Pero como tengo memoria, alcanzo a recordar que esa escena ya la presentaron al público. Creo que están reciclando montajes.

Recuerdo que en uno de los primeros capítulos salió, ni más ni menos, Kofi Annan, el anterior secretario general de la ONU, también apareció James Lemoyne, su representante, incluso en alguna oportunidad anunciaron unos personajes raros que llamaban “cascos azules”, que nunca aparecieron. Hubo mucha expectativa, especialmente cuando se anunció el papel protagónico de aquel diplomático, ejerciendo unos supuestos buenos oficios. Pero como que eran muy costosos esos actores y hablaban fuera del libreto, así que pronto salieron de escena. Figuraron, también, embajadores de distintos países: Brasil, Francia, España y Suiza y personalidades de la política colombiana como ex presidentes, ex procuradores, alcaldes y gobernadores. Todos fueron aplaudidos.

Hoy nos anuncian una nueva escena que, insisto, no es nueva, es repetida, ya tuvimos unas similares. En la función que se llevó a cabo el 18 de agosto de 2004, el Gobierno apareció ofreciendo liberar a cincuenta guerrilleros procesados o condenados por rebelión bajo la condición de que viajaran a Francia o se incorporaran al programa de reinserción. El mismo día salió en escena las Farc diciendo que la propuesta carecía de realismo y de seriedad y que no había intercambio si el Gobierno se quedaba con los guerrilleros. ¡Esas sí que han sido buenas actrices ejecutando su papel de malévolas y despiadadas! Nadie duda de su inhumano rol.

La función de la Navidad del 2004 fue especial, tuvo en vilo y esperanza a los espectadores. El Gobierno ofreció indultar a 23 guerrilleros y no extraditar a Simón Trinidad…el final se veía cerca, pero igual quedó en ‘continuará’. Al siguiente año, el 9 de septiembre de 2005, el Alto Comisionado para la Paz apareció en escena, con bombos y platillos, anunciando el estreno de la Ley de Justicia y Paz con la excarcelación de 38 guerrilleros de las Farc, 19 de los cuales estaban purgando penas por delito de secuestro.

Desde aquel entonces la obra ha continuado con diferentes capítulos y actores. Recientemente apareció un nuevo personaje, que pasó del total anonimato a la fama internacional. Nadie supo de él mientras estuvo en sus 8 años de desgracia, pero ahora, después de demostrar que fue un héroe en la selva, el teatro ha ampliado sus presentaciones y se irá de gira por el mundo, para conseguir más espectadores. Además, ha sido vinculado a la nómina oficial. El problema es que la fama le ha impedido disfrutar de su familia y del merecido descanso. Justamente para evitar tanto paparazzi se le ha rodeado de seguridad.

Quizá, si la internacionalización de la obra acarrea nuevos ingresos, la experiencia pueda replicarse en otros campos. A lo mejor, llevar al exterior a una víctima del paramilitarismo, de aquellas que vieron descuartizar, descabezar o comer por cocodrilos a sus familiares, sirva para conseguir donaciones que surtan el deficitario presupuesto de la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía y el de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación.

Pero volviendo a nuestra obra, lo más seguro es que tengamos escena para rato, que las filas en las taquillas sean muy largas, que el recinto esté lleno de espectadores y haya muchos vendedores ofreciendo dulces y crispetas para aguantar el hambre durante la extenuante sesión. Unos nuevos personajes aparecerán en escena representando un papel muy curioso. Entrarán con sus disfraces de rayas blancas y negras y con sus cuernos de diablo y poco a poco se los quitarán. Pasarán por las límpidas túnicas blancas, que en escena monta el programa de reinserción, y bajarán las escaleras para mezclarse con el auditorio, en señal de conversión. Lo que no se entiende del guión es si en ese capítulo, titulado “la desmovilización de los guerrilleros presos”, éstos dejan, del todo, de ser diablos y se vuelven buenos. Al parecer, algunos de ellos tendrán la función de llevar mensajes al infierno para ver si liberan a los secuestrados para que vengan a clausurar la función. No entiendo cómo en el infierno los dejarán entrar si no llevan el uniforme – o el disfraz-. Lo importante es que, si no lo logran y la obra no se acaba, regresen al teatro para que después no nos vayamos a quedar sin actores.

Acabo de comprar mi boleta para el capítulo de esta semana. Además de los de rayas como que aparece un importante actor francés. Ojalá que sea un personaje valiente e intrépido que corte la monotonía del guión y que, por su prestancia, exija menos repetición de capítulos, más calidad y respeto con el público, que está agotado de nunca ver el final.