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Una larga impunidad

Todos los presidentes de Colombia han tenido, como es natural, enemigos políticos, desde Simón Bolívar hasta hoy. Y sin embargo a ninguno lo han acusado sus enemigos de tan numerosos y tan variados desafueros como a Álvaro Uribe

Antonio Caballero, Antonio Caballero
24 de febrero de 2018

Las dos últimas acusaciones que le han caído al senador y expresidente Álvaro Uribe le han resbalado al parecer sin dejar mancha, como todas las anteriores. Esta vez fueron la de violador de mujeres subalternas y la de promotor de falsos testigos: la primera, insinuada por una de sus víctimas y repetida por varias publicaciones del país y del extranjero; la segunda, consignada en un fallo de la Corte Suprema de Justicia.  

A la primera contestó Uribe rehuyendo las preguntas de los periodistas, y sacando luego un trino electrónico en el que decía que siempre había sido “decente con las mujeres” y que omitía “comentar sobre el burdo ataque político”. Es decir, se negó a contestar, como suele, tal vez para no autoincriminarse. A la segunda tampoco contestó: se limitó a repetir su habitual cantinela sobre el inveterado “ánimo persecutorio” que tienen los jueces contra su persona.

Sobre una y otra sus calanchines del Centro Democrático sacaron sendos comunicados diciendo que, como siempre, se trata de calumnias de sus enemigos políticos.

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Pero es curioso. Todos los presidentes de Colombia han tenido, como es natural, enemigos políticos, desde Simón Bolívar hasta hoy. Y sin embargo a ninguno lo han acusado sus enemigos de tan numerosos y tan variados desafueros como a Álvaro Uribe. De violación sexual, de invención de testigos falsos, de desaparición de archivos, de falso testimonio, de calumnia e injuria, de cohecho para obtener votos parlamentarios, de colusión con paramilitares, de fundación de bloques paramilitares, de protección a estos y de colaboración en sus masacres de campesinos cuando era gobernador de Antioquia, y de favorecimiento cuando era presidente, de colaboración con narcotraficantes cuando, como director de Aerocivil, les daba licencias de vuelo y de pistas de aterrizaje, e incluso de homicidio en el caso de su antiguo compinche y luego contradictor Pedro Juan Moreno. Sin hablar de su responsabilidad en crímenes de Estado tan atroces como los miles de asesinatos llamados “falsos positivos” cometidos durante su gobierno y con su complacencia sardónica: “No estarían recogiendo café”, comentó cínicamente cuando salieron a la luz los primeros casos de Soacha, para justificar que los hubieran matado aunque no fueran guerrilleros en combate.

Algunas de esas acusaciones han sido probadas, y los cómplices de Uribe en tales casos han sido condenados: nunca habían ido a la cárcel tantos ministros, viceministros, secretarios de la Presidencia, jefes del DAS, jefes de la Casa Militar, altos comisionados y demás funcionarios de un gobierno. Lo cual, por extraño que parezca, no despertó ninguna sorpresa en el propio Uribe, que los conocía bien. Por eso, a los parlamentarios de su bancada no vaciló en recomendarles sonriente que votaran por sus proyectos antes de que los jueces se los llevaran presos. Otras han quedado en el aire y siguen a la espera de que se adelanten las investigaciones correspondientes, o han caído en el limbo del encarpetamiento en el despacho de un magistrado, o se han ahogado en la Comisión de Acusaciones del Congreso.

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Y ningún presidente ha tenido tampoco a tantos allegados y parientes que hayan sido investigados, o acusados, o condenados, o que anden prófugos de la justicia. Su padre, sospechoso de compartir helicópteros y negocios con los mafiosos del narcotráfico. Su hermano Santiago, investigado por la conformación de una banda de asesinos. Sus hijos, socios de un negociante en chatarra acusado de lavado de activos. Su cuñada, viuda de su hermano Jaime, y su sobrina, condenadas en los Estados Unidos por tráfico de drogas. Su primo Mario, condenado por nexos con el paramilitarismo. Sus sucesores designados, Andrés Felipe Arias y Óscar Iván Zuluaga, condenado el uno por peculado y celebración indebida de contratos y el otro investigado por espionaje ilegal. Sus amigos… Pero ¿tiene amigos el senador y expresidente Uribe?

Dicen que el difunto Pedro Juan Moreno era su amigo. En resumen: el caso es que al senador y expresidente Uribe lo han acusado de todo, pero no le pasa nada. Ahí sigue prosperando. Como observó una vez el maestro Darío Echandía, a quien llamaban la conciencia jurídica de la República, “en Colombia no hay nada más respetable que una larga impunidad”.