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Por qué no nos vamos a volver Venezuela

En este acuerdo de paz, si se les entrega el poder a las FARC, su acción se vería resumida a ser apenas una de las cuerdas que jalonan al Estado colombiano.

Ana María Ruiz Perea, Ana María Ruiz Perea
5 de septiembre de 2016

En la contienda entre el ‘Sí‘ y el ‘No‘, esta campaña electoral atípica en la que estamos inmersos, una de las razones de quienes piensan votar por el ‘No‘ es el temor al castro chavismo. El término, acuñado por el Centro Democrático para señalar el peor de los males posibles, el gran coco, tiene como referente la caótica situación económica, política y social de los vecinos venezolanos, bien conocida a este lado de la frontera.

En el fondo, ese efecto de miedo es el mismo que desató la guerra fría que polarizó al mundo y levantó muros durante medio siglo pasado. Como si la historia no hubiera transcurrido y las sociedades pudieran traslaparse unas sobre otras para repetirse en sus tragedias, los que creen que votar por el ‘Sí‘ ponen a Colombia ad portas del stalinismo, caen inocente o perversamente en la trampa del miedo colectivo, que cierra emocionalmente las vías a la razón y al discernimiento.

Los países que vivieron por décadas las consecuencias atrofiantes de tener a su población radicalmente dividida entre buenos y malos, comunistas y demócratas, han ido cerrando las brechas y apaciguando los temores para aprender a convivir en el pluralismo, en la permanente discusión entre las diferentes maneras de pensar la política. Desde la España que se desangró en una guerra civil contra los rojos, hasta los Estados Unidos que bloqueó a Cuba por más de 50 años, pasando por los montoneros en Argentina o los Tupamaros de Uruguay, muchos países pasaron la página y el comunismo dejó de ser su enemigo.

Pero claro, tenemos aquí al lado el peor ejemplo de lo que la zurda puede hacer en el poder, una fuente de espantos que sirve para mantener atizados los miedos atávicos de la gente en Colombia. La asociación ligera entre el desastre venezolano y el proceso de paz con las FARC, adobada con falsedades de la peor calaña, logra su cometido.

¿Por qué con el acuerdo de La Habana no nos vamos a convertir en Venezuela? Porque las diferencias históricas, la vocación económica, la correlación de fuerzas políticas y la estructura institucional son radicalmente diferentes entre los dos países, vecinos y hermanos de sangre, pero cada uno con sus propias realidades.

No nos vamos a volver Venezuela porque en Colombia las fuerzas militares nunca han sido deliberantes, y en Rojas Pinilla tuvimos apenas el asomo del poder y el impacto social de Pérez Jiménez. No en vano siempre se ha dicho, y no entro a calificar la idea, que la independencia de estos territorios se dio por la confluencia de los militares venezolanos con el legalismo colombiano.

No tenemos tampoco tradición en el populismo (que los hay de izquierda y derecha), unas nostalgias peligrosas que hacen a los pueblos caer en discursos hipnóticos que a la larga salen caros.

Colombia no tiene una única gran fuente de riqueza nacional, como ha sido la historia económica de Venezuela. No dependemos de ninguna exportación única como ellos del petróleo, y en esos casos quien se hace a la fuente adquiere todo el poder para zarandear a su antojo al país. Timochenko no va a estar sentado en la Junta del Banco de la República, el ente autónomo que regula la economía del país, una entidad inexistente aun antes de la llegada de Chávez a Miraflores.

Con todas sus carencias y deficiencias, en Colombia hay entes de control, veedurías de la ciudadanía, contrapesos institucionales, control constitucional que privilegia los derechos de la gente, realidades de a puño que nos diferencian del vecino.

El multipartidismo que tanta brega ha costado domar, no se parece en nada al régimen pre chavista el que copeianos y adecos se repartían la torta. Así nos parezca que las alianzas entre partidos solo son mangualas políticas, hay demostraciones de que en Colombia no toda la política es mermelada.

En este acuerdo de paz no se le está entregando el poder a las FARC, y suponiendo que así fuera, su poder se vería resumido a ser apenas una de las cuerdas que jalonan al Estado colombiano. Asociar la paz con las FARC con la posibilidad de convertirnos en Venezuela es una estrategia burda pero efectista que solo resulta eficaz para mantener el miedo atávico, para polarizar, para autorizar la estigmatización y mantener intactas las razones para el odio al comunista. Flaco favor el que nos hacen.

No sirve para nada más porque el ‘Sí‘ va a ganar en el plebiscito. Este paso democrático será un mandato para que en Colombia intentemos ser capaces de convivir comunistas y godos sin matarnos de lado y lado. Porque, a la larga, lo que este acuerdo grita es que se acabó en Colombia la justificación de la violencia como vía política. No lo vamos a permitir más, y punto. #ObvioqueSI

@anaruizpe