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Canciller Gerlein: salve usted los cayos

Como buen uribista, creo que los fallos se obedecen solo cuando lo favorecen a uno.

Daniel Samper Ospina
24 de noviembre de 2012

Me niego a tramitar la doble nacionalidad con Nicaragua para poder acceder a las islas colombianas, tan enclavadas como Dania Londoño después de la Cumbre de las Américas. Me niego. Antes que ser gobernado por Daniel Ortega, prefiero votar por Luchito Garzón, que también es zurdo, informal y bueno para empinar el codo, como él. Por eso, ahora que la canciller Holguín dice que renuncia si con ello se soluciona el problema, creo que llegó el momento de cogerle la caña, así ya no tengamos dónde pescar, y reemplazarla por alguien que tenga los pantalones bien puestos. Y esa persona es el senador Roberto Gerlein, que incluso los tiene a la altura de las tetillas, una zona muy sensible en la que por fortuna ya hizo callo.

No nos digamos mentiras: el fallo se veía venir. Nuestros abogados daban para defender, por mucho, a San Andresito; no a San Andrés. Y lo digo con toda consideración por Julio Londoño Paredes, un hombre que, como salta a la vista, es todo oídos, todo. O por Guillermo Fernández de Soto, abogado vivaz y enérgico que incluso estuvo despierto durante varios pasajes de la alocución presidencial. Pero seamos francos: acá el único experto en asuntos soberanos es Raimundo Angulo. Y nadie fue capaz de defender a la isla y todos sus atractivos, como Dania Londoño y su hoyo soplador. El hoyo soplador de la isla, quiero decir.

De nada nos sirvió haber juntado en la comisión asesora a los dos grandes bastiones intelectuales del país, Noemí y Pastrana, ambos azules como el mar del meridiano 82, y tan hondos e insondables como él. Resultó infructuoso que, mientras conversaban en el palco del Santiago Bernabéu, ambos trazaran juiciosamente la estrategia de defensa de nuestra soberanía, inspirados en el esquema defensivo de Millonarios. Todo fue en vano: Pastrana nos sometió a la competencia de la Corte durante aquellos años en que todos estábamos sometidos a la incompetencia de Pastrana, y terminamos perdiendo grandes bancos de peces. Bancos que de todos modos habría comprado Sarmiento Angulo.

Algunas personas piden que acatemos el fallo, como Luchito Garzón, que lo pide de rodillas: "Vamos a catarlo -clama-; me pido de primeras". Pero no, yo no pienso hacerlo. Como buen uribista, creo que los fallos se obedecen solo cuando lo favorecen a uno, y que debemos mandar las millas que están en juego a Panamá o la clandestinidad. Por eso, invito a defender con sangre el mar de la patria y nuestra fauna marina: no es justo que ejemplares preciosos, como el señor registrador, aquel Bocachico escurridizo, vean reducido su hábitat de semejante manera.

Merecemos un canciller recursivo pero capaz de echar bala; un canciller que les mande al exministro Holguín cada vez que reclamen Roncador; un canciller que muestre fotos del presidente Santos descalzo ante los mamos cuando pretendan un cayo colombiano. Necesitamos, en fin, un canciller valiente, que disponga de los submarinos que flotan en los vasos de Angelino para declarar la guerra naval.

En un inicio creí que el personaje ideal para estas circunstancias era el expresidente Uribe. Para un rufián de barrio, como Ortega, otro rufián de barrio, como Uribe: el Paspi de canciller sí sabría cómo tratar a la Corte y les daría en la cara a todos esos magistrados por maricas. Y perdónenme el vocabulario, pero es que a veces se me pega el lenguaje del expresidente: insulta con palabras de tan grueso calibre, que uno ya no sabe si está atacando a un enemigo o ejerciendo una sana autocrítica.

Pero entonces surgieron las famosas declaraciones del senador Roberto Gerlein, según las cuales el sexo entre varones es asqueroso y excremental, y no tuve dudas: he ahí el hombre que necesitamos. Ese debería ser nuestro ministro de relaciones. De relaciones entre heterosexuales, al menos.

Siempre he creído que el sexo sucio se da entre dos varones, es cierto, pero entre dos barones electorales, como el senador Gerlein y el concejal Marco Fidel Ramírez. Y aún hoy sostengo que para referirse a asuntos excrementales no es necesario hablar de sexo: con comentar la gestión del doctor Gerlein como senador era suficiente. No en vano lleva décadas enteras clavando al pueblo colombiano.

Más allá de eso, sin embargo, el episodio muestra su talante: el talante de un hombre limpio, de cuyas declaraciones se desprende que no ha probado el pecado nefando con su mujer inane, pese a que los estatutos del Partido Conservador lo permiten, siempre y cuando sea en la santa alcoba conyugal; el talante, en fin, de un hombre macho, capaz de incumplir no solo los fallos, sino la ley, empezando por la de antidiscriminación: menos mal el procurador es un santandereano arrecho contra los homosexuales él también, y sabrá guardar silencio.

El doctor Gerlein puede terminar enamorándose de Daniel Ortega, yo lo sé: la homofobia, finalmente, es una extraña y reprimida variación de la homosexualidad. De ahí que el senador viva imaginándose lo que hacen dos varones en un catre. Pero corramos el riesgo. Al fin y al cabo, nadie, como él, puede ponerle el pecho a la actual situación. O al menos las tetillas, cuyos callos compensan los que perdimos en La Haya.

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