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Quiero ser judío sefardí

Ah, suspiraba: ¿cómo será comer jamón ibérico y no salchichón cervecero, señalar con los dedos y no con la boca, hacer mercado con vestido y no con sudadera?

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
4 de julio de 2015

Tan pronto leí que el gobierno español entregaría el pasaporte español a los descendientes de los judíos sefardíes que fueron expulsados hace 500 años de la península ibérica me froté las manos: dentro de la descendencia sefardí abundan apellidos comunes en Colombia, como García, Gómez, Álvarez, Escobar, y de inmediato supuse que de alguna parte de mi rama genealógica podía colgar un apellido sefardí luminoso como un fruto que me permitiera convertirme en ciudadano español.

Ah, suspiraba: ¿cómo será comer jamón ibérico y no salchichón cervecero, señalar con los dedos y no con la boca, hacer mercado con vestido y no con sudadera?

Antes debo decir que soy de los que procuran hacerle buena prensa al país; que cada vez que me enfrento a un noticiero, por ejemplo, procuro manejar ante los presentes una versión de las noticias que no resulte desestimulante. Pero no es fácil. El otro día me vi a gatas para justificar ante mi mujer el efecto Angelino Garzón, a quien, después de maltratar de manera infame durante su enfermedad, Roy acogió con entusiasmo en el Partido de la U:

– ¿Pero este Roy no fue el mismo que intentó examinar a Angelino durante su cáncer de próstata para obligarlo a renunciar?- me preguntó.

–Bueno –lo disculpé-: Roy es médico y esos temas le preocupan: habrá pensado en examinar la vicepróstata en persona por generoso: quería ser el Gonzalo Jara colombiano. Y que Angelino fuera Cavani.

– ¿Y la hija no era liberal?

– Sí, así como Angelino fue del Polo.

–Pero ahora ella aspira al Concejo por el partido de Uribe: ¿eso no es contradictorio?

– No. Los Garzón van rotando, ellos no son sectarios. Ni sectarios ni zarrapastrosos.

El hecho es que, con mi pasaporte español en la mano, ya no tendría que soportar situaciones semejantes: las observaría a la distancia, con conmiseración, como un extranjero sigue las noticias de Ruanda o Venezuela, pero sin dolor: ¿que nombran como ministro de Defensa a la reencarnación misma del payaso Bebé?: no me importa, ya tengo mi pasaporte español; ¿que el alcalde Petro inauguró un interconector que no está terminado?, no me importa, ya tengo mi pasaporte español; ¿que un concejal de Piedecuesta se emborracha con sus escoltas y bailan descamisados, pistolas en mano, como mafiosos?: no me importa; soy español, mis hijas son españolas, mi mujer es española. Somos judíos sefardíes. Ya perdonamos a España por habernos expulsado.

Por instantes pienso que ser colombiano no paga, al igual que mi tío Ernesto cuando estamos en un restaurante y aduce que no tiene la Visa. Y ese, justamente, era otro aspecto alentador de mi nueva ciudadanía: que podría viajar sin pedir visa. Pobres de aquellos que no tienen apellido, como Norberto, suspiré; y pobres de aquellos cuyo apellido no es sefardí, como Fanny Lú, cuyo apellido, Lú, ha de ser chino.

Llegué, pues, a la embajada española. Una interminable fila de camionetas con guardaespaldas invadían el andén. Adentro no cabía un alma: la clase dirigente en pleno había leído la noticia, y adelantaba el trámite con celeridad. Me encontré con Christian Toro; con Poncho Rentería; con Saulo Arboleda. Tutina reclamaba formulario por el lado Rodríguez; Yamid Amat Junior, por el Junior. El magistrado Leonidas Bustos decía que los suyos eran de los Bustos sefardíes, y estaba dispuesto a demostrarlo.

Algunos prestantes jóvenes de la alta sociedad, reseñados en la revista Jet-Set durante un torneo de caza, se hicieron presentes con trajes camuflados y rifles al hombro, y todos les abrimos paso pese a que no parecían adscritos, qué va, a grupo paramilitar alguno.

Pedían formulario Pum Pum Espinosa, Armandito Benedetti, las hermanas Sanín, los hermanos Mattos, los hermanos Cardona, los hermanos Monroy. Suponiendo que le sumaría puntos, Roy Barreras se amarró un turbante en la cabeza. Suponiendo lo mismo, Piedad Córdoba se lo desamarró. Doña Amparo Canal de Turbay declamó un poema sobre los etruscos. Gloria Luz Gutiérrez organizó una tertulia de poesía judía.

Jean Claude llegó tarde, pero llegó:

–Pero si tú no necesitas ciudadanía extranjera…

–¿Cuál ciudadanía? ¿Esto no es un coctel?

Entonces un funcionario consular aclaró que, para demostrar que uno es judío sefardí y reclamar el pasaporte español, era necesario entender ladino, el idioma de los sefardíes; tener certificado de judío practicante; y constatar descendencia directa de una familia sefardí expulsada de España después de 1492.

La frustración fue general. Abelardo de la Espriella amenazó con demandar. Melissa Bermúdez pechó al cónsul como si fuera una agente de tránsito. Algunos tiraron platos. El concejal de Piedecuesta disparó al aire. Hubo conato de violencia. Tuvieron que llamar al Esmad.

Desalojé pacíficamente porque supe que no tenía nada que hacer: hasta hace poco creía que el sefardí era un tipo de tela. El único ladino que conozco es Juan Manuel Santos. Y lo más parecido a un rabino que he visto últimamente es la versión barbada de Angelino Garzón.

Rumié durante el camino de regreso la frustración de seguir soportando a Andrés Pastrana y no a su versión española, que es Aznar, pero una vez llegué a la casa subí el ánimo, me puse una sudadera y salí a hacer mercado.

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