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Duque, el despolarizador

Tres meses son muy poco para pedirle que solucione los males de Colombia, pero han sido suficientes para bajarle el tono a la histeria política que reinaba en el país. Ese es su mérito.

José Manuel Acevedo M., José Manuel Acevedo M.
10 de noviembre de 2018

Ni los tiempos eran normales ni Iván Duque parecía un presidente normal. Él mismo lo sabía cuando el pasado 7 de agosto asumió en medio de un fuerte vendaval la primera magistratura de la nación, entre cientos de voces que lo llamaban desde “títere” hasta “pollo” o que, en el mejor de los casos, lo consideraban como ‘el que dijo Uribe’. Aquellos vientos capitalinos anticipaban la dificultad que implicaría mantenerse de pie en medio de sus malquerientes y de los más radicales de sus copartidarios que pretendían que desde el primer día echara para atrás el acuerdo de paz con las Farc.

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En su discurso, el primer mandatario –por el que pocos apostaban un año antes de su elección– sorprendió con un tono conciliador, propositivo y sereno que contrastaba con la intervención chabacana del presidente del Congreso. Sin embargo, lo mismo que ocurrió esa tarde ha seguido sucediendo en estos primeros 100 días de gobierno: la narrativa de los ‘Macías’ de Colombia sigue capturando la atención de las redes y de los medios, mientras que el sosiego que le imprimió Duque a la política nacional es considerado ‘tibio’ por algunos de sus electores y tildado por sus opositores como una estrategia de la derecha para ponerle una cara nueva a su manera de ver el mundo, sin que nada pase y sin que nada cambie.

Tres meses son muy poco para pedirle que solucione los males de Colombia, pero han sido suficientes para bajarle el tono a la histeria política que reinaba en el país. Ese es su mérito.

No obstante, Iván Duque ha resultado distinto: su intento por aproximarse a la gente y ser un presidente que se conecte con las realidades regionales en un país de regiones es altamente positivo. Si no tiene la ayuda de los políticos enmermelados, le queda bien recurrir al constituyente primario para ganarse su apoyo y su aprecio.

Pero además nadie puede acusarlo, 100 días después, de seguir el libreto que le dicta Uribe y no era fácil desprenderse de ese estigma de niño obediente como lo ha logrado hacer el presidente en este poco tiempo. De hecho, su mayor dolor de cabeza está hoy en el Centro Democrático, pues, por cuenta de su independencia, se ha ganado a varios enemigos que sotto voce lo desprestigian y se declaran decepcionados de él. En ese sentido, Duque cuenta con otra victoria a su favor: se le ha abierto a los más radicales del CD sin que ello quiera decir que haya peleado directamente con Uribe con quien sigue teniendo una relación de respeto, pero no de sumisión. Es evidente que conserva las banderas esenciales de la seguridad democrática, pero ha renunciado con inteligencia práctica a los dogmas más dañinos que todavía sostienen algunos de los cerreros uribistas.

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Es cierto que todavía le falta, pero es que tres meses son muy poco para pedirle que solucione los males de Colombia y, en cambio, han sido suficientes para bajarle el tono a la histeria política que reinaba en nuestro país. Ese es su mérito: ser un dirigente despolarizador que sobresale entre los que gritan mucho y no dicen nada. Un presidente que logra acuerdos con los rectores de las universidades públicas y que tendrá que hacer lo propio con los políticos y los sectores productivos de la economía cuando hablen de reforma tributaria o de salario mínimo.

Puede que necesite comunicar mejor, claro que sí. Puede que tenga que llamar al orden con autoridad a sus funcionarios más díscolos, por supuesto. Puede que necesite afianzar su concepto de gobernabilidad transparente sin llegar al extremo de tirarle la puerta al Congreso y puede que antes de que comience la legislatura de marzo de 2019 tenga que ajustar su gabinete en función de esa misma gobernabilidad que hoy no tiene, pero debe proceder sin traicionar su idea de hacer política por encima de la mesa.

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Lo que nadie puede negarle a Duque es que llegó al poder con espíritu componedor a gobernar un país que no resistía un día más de polarización y eso no es poco. Aplacar los ánimos, demostrar que no vino con ánimo de vendetta para, paso a paso, ir convenciendo a los colombianos sobre la importancia de generar consensos alrededor de algunos temas clave es su mayor logro en estos primeros tres meses, y repito, eso, en Colombia, no es poco.

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