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Apoyar o atacar las ideas comunistas fue la cuestión que marcó la geopolítica del siglo XX y polarizó al planeta en la Guerra Fría, el punto de partida del alinderamiento ideológico que creó tanto regímenes cerrados, autoritarios y obtusos, como gobiernos democráticos con políticas de alto impacto para el bienestar de grandes mayorías sociales.

Ana María Ruiz Perea, Ana María Ruiz Perea
17 de octubre de 2017

Este año se conmemoran 150 años de la publicación de la obra cumbre de Carlos Marx, El Capital, y por estos días también los 100 años de la Revolución Rusa. En la noche del 25 de octubre de 1917 en Petrogrado, posterior Leningrado, actual San Petersburgo, los bolcheviques, como se llamaba el partido de Lenin, derrocaron al gobierno de transición instalado tras la caída de la monarquía Romanov, una familia que llevaba 300 años ejerciendo un poder absoluto por gracia de dios en la tierra.

Como en todos los aniversarios redondos de sucesos que marcan hitos para un pueblo, seguramente este primer siglo de la Revolución de Octubre se inscribirá en letras doradas y se conmemorará con paradas militares y discursos oficiales. En esa noche de 1917, cuando todavía faltaban 2 años y millares de muertos más antes de que terminara la Primera Guerra Mundial, un ejército apaleado se unió a los obreros y campesinos rusos que estaban en huelga general, convirtiendo en arrollador el movimiento revolucionario en un inmenso país que moría de hambre, de persecución oficial y de guerra en las trincheras extranjeras.

Se quedaron cortos Marx y Engels cuando a mediados del siglo XIX dijeron que “un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”. Ese fantasma, hecho realidad en los actos revolucionarios que proclamaron el poder para el partido único organizado en soviets, recorrió todo el orbe, se atravesó en cuanto enfrentamiento político hubo en el siglo pasado, estuvo presente en conflictos internos y en guerras entre países, moldeó las relaciones diplomáticas, electorales, bélicas, académicas y de militancia social.

Apoyar o atacar las ideas comunistas fue la cuestión que marcó la geopolítica del siglo XX y polarizó al planeta en la Guerra Fría, el punto de partida del alinderamiento ideológico que creó tanto regímenes cerrados, autoritarios y obtusos, como gobiernos democráticos con políticas de alto impacto para el bienestar de grandes mayorías sociales.

Por la existencia misma de las ideas comunistas, el capitalismo tuvo que encontrar su rostro humano, aceptar por ejemplo la existencia de derechos sindicales y a la huelga, o las regulaciones a los horarios laborales. Un siglo de transformaciones y ajustes, de luchas contra las opresiones, de negociaciones obrero patronales, de acuerdos al interior de todos los entes multilaterales y de participación deliberativa en la mayoría de los parlamentos del mundo.

Para el caso colombiano, la existencia permanente de una guerrilla comunista hizo aun más difícil la interpretación de las ideas vinculadas con los principios del comunismo, que fueron socialmente asimilados con la ilegalidad o la clandestinidad. Los hechos mismos de una realidad violenta hicieron que en Colombia el ogro fuera dos veces ogro.

Muchas cosas han cambiado en este siglo, pero principalmente la velocidad con la que nos comunicamos e interactuamos. Algo va de los panfletos con las Tesis de Abril de Lenin a la masificación del correo electrónico y el acceso casi universal a las redes sociales. Las preguntas que ahora surgen son más complejas que una dicotomía ideológica, nos cuestionamos la permanencia misma de la humanidad en el planeta, las formas de convivencia cuando todos accedemos al grado de información que se nos venga en gana.

Pero en la Colombia retrógrada, arcaica y violenta de 2017, en la que los comunistas en armas ya se desmovilizaron, todavía hay gente que insiste en amenazar y asesinar a los comunistas por comunistas, que creen ganar terreno en su guerra imaginaria si siguen circulando panfletos en los que señalan con nombres propios a la gente que pretenden matar.

Bajo esa lógica, la deformación del odio por los rojos transmutada en los líderes sociales y los políticos de izquierda, se bombardea en Colombia la posibilidad de una reconciliación a punta de asesinatos selectivos y panfletos con listas negras. Con la inercia violenta del paramilitarismo genocida que se creó para arrasar con la Unión Patriótica y con todo el que oliera a ideas de izquierda, hoy las bandas de criminales siguen boicoteando cualquier avance de la paz, como carroñeros que se alimentan de los muertos y del miedo que paraliza a la sociedad; siguen señalando al comunismo como el enemigo a vencer, con un discurso distractor del verdadero reto que tenemos por delante: cerrar las enormes brechas entre los pocos muy ricos y los muchos muy pobres, entre las condiciones de vida de la gente en el campo y en la ciudad, esas diferencias sociales que hacen del nuestro el segundo país más inequitativo del continente.

Señores pistoleros de las autodefensas, amenazar y asesinar comunistas no nos vacuna contra el castrochavismo; vencer la corrupción y acabar con la inequidad, sí. A ver si por una vez somos pragmáticos y desideologizados y nos ponemos un norte común que nos permita dar el salto fuera del atolladero.

@anaruizpe

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