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El débil Trump

No es que haya cedido al corazón recién descubierto de Ivanka y de Melania. Sino que se ha conformado a los consejos políticamente correctos de unos asesores de imagen.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
23 de junio de 2018

Con su patraseada en la política de “tolerancia cero” contra la inmigración ilegal, que en el último mes ha llevado a la separación de varios miles de niños de sus padres en la frontera mexicana de los Estados Unidos, el presidente Donald Trump ha perdido de un golpe buena parte de la admiración que le tenían los suyos.

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Sin restarle ni un ápice a la animadversión que le tienen sus malquerientes. Es incluso probable que con ello haya perdido para los republicanos las mayorías parlamentarias en las elecciones de mitaca que vienen, y para él mismo la reelección para su segundo mandato presidencial, habitual y casi obligatoria desde hace un siglo: solo la han fallado un par de presidentes –Jimmy Carter, Bush padre–, y ambos por la misma razón: por parecer débiles.

Y es que en este caso Trump, el más ostentosamente fuerte de todos, el más macho, el que no se dejaba de nada ni de nadie, ni de sus enemigos ni de sus aliados, el que como un redivivo rey Herodes aguantó durante dos semanas sin flaquear ni conmoverse el llanto de los niños arrancados del seno de sus madres para dejar claro el derecho de los Estados Unidos a hacer lo que les dé la gana, pésele a quien le pese, cuéstele a quien le cueste, cedió como… Casi da vergüenza decirlo: cedió como un liberal. Y ni siquiera fue que cediera ante el escándalo y la condena unánimes del mundo. Sino, o eso dijo, ante el enternecimiento visceral de sus propias mujeres: su esposa (actual) Melania, y su hija Ivanka. Diciendo:

–Ivanka feels very strongly… – Ivanka lo siente mucho, mi esposa también lo siente mucho, yo creo que cualquiera que tenga corazón lo siente mucho. No nos gusta ver familias separadas…

"No es que haya cedido al corazón recién descubierto de Ivanka y de Melania. Sino que se ha conformado a los consejos políticamente correctos de unos asesores de imagen.

¿Así que Donald Trump también tiene corazón? ¡Qué ternura…! Y qué sorpresa. Porque toda su carrera triunfal de implacable hombre de negocios inmobiliarios, de feroz presentador de “realities” en la televisión, de candidato presidencial sin escrúpulos del Partido Republicano, de presidente de los Estados Unidos empeñado en hacer que su país vuelva a ser “great again” cueste lo que cueste y caiga quien caiga, se ha basado en que no lo tenía. Y tampoco tenían corazón, ni víscera parecida, su mujer Melania, esa bárbara huna aventurera de rostro inconmovible venida de las estepas dálmatas, o su hija Ivanka, esa valkiria hiperbórea de rostro igualmente inmóvil, como hecha de hielo. ¿Y ahora resulta que las dos son de lágrima fácil, y que Trump es en el fondo tan sensible como un osito de felpa?

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Los que no lo creemos no lo vamos a creer. Sabemos que ni a Melania ni a Ivanka les importan un pito unos cuantos millares de mocosos abandonados de América Central, como acaba de demostrarlo la primera viajando a visitarlos con una chaqueta que llevaba en la espalda el letrero “I really don’t care. Do U?”, que significa “Y a mí qué carajos me importa”. Y sabemos que Trump sigue pensando de ellos que son seres subhumanos que se crían en los que hace unas pocas semanas él llamaba públicamente “shitholes”, países de mierda. Pero en cambio los que admiraban a Trump (y a sus mujeres) por su dureza, se van a sentir defraudados al ver que se ha inclinado ante la corrección política, que tanto había denunciado, y cuya denuncia tantos réditos le había generado. No es que haya cedido al corazón recién descubierto de Ivanka y de Melania. Sino que se ha conformado a los consejos políticamente correctos de unos asesores de imagen.

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Pero esa no es la imagen de Trump. Ese no es el Trump que sus partidarios admiran, y a quien por eso eligieron presidente de los Estados Unidos. Un duro, un macho. Un verdadero duro, un verdadero macho, no hubiera cedido. Vladimir Putin no hubiera cedido. La difunta señora Thatcher no hubiera cedido. Hitler no hubiera cedido. Álvaro Uribe no hubiera cedido. La señora Le Pen no hubiera cedido ella tampoco. ¿Ceder ante unos morenitos centroamericanos que gimotean, en vez de defender la impoluta pureza étnica de los Estados Unidos? Para un macho-macho como Trump, qué vergüenza.

Al año y medio de su caótica administración el presidente Donald Trump ha empezado su declive. Para recuperar su prestigio ante los suyos tendrá que soltar por lo menos un par de bombas atómicas.

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