
Opinión
El ELN lo volvió a hacer
El ELN demuestra, una vez más, que siempre que accede a sentarse en una mesa de negociación, es con la firme intención de lograr espacio y tiempo para su reorganización, para su crecimiento en hombres y armas, para su expansión territorial.
Al presidente de los colombianos le incomoda, en estos tiempos, que se le recuerde que en campaña anunció que “el ELN se acabaría en tres meses, pues se haría la paz con esa organización”. La verdad es que lo dicho ese 14 de marzo del año 2021, en una entrevista a la revista SEMANA, no sorprendió y de alguna manera lo recibimos con cierto optimismo; muchos pensamos que tal sentencia sí se podría materializar dada la confluencia de distintos factores en común entre el entonces candidato y la organización armada.
Esa confluencia de factores está compendiada en la formación ideológica y militar, recibida de la escuela cubana, desde que ambos actores, presidente y elenos, comenzaron su transitar por los caminos de la lucha armada. No podemos olvidar el papel de Cuba en la historia de la violencia de nuestro país, pues la isla fue el depósito y la plataforma para la expansión del pensamiento fundamental del marxismo leninismo en el continente americano, promoviendo la formación de guerrillas y los llamados “ejércitos de liberación”, tanto en América como África, con el propósito de buscar en algunos países la toma del poder por la vía de las armas, en el escenario de la Guerra Fría, en tiempos en que los gobiernos colonialistas y dictaduras abundaban. Casi todas las naciones en donde los movimientos revolucionarios llegaron a hacer la guerra, de la mano de Cuba, hoy viven en paz, siendo nuestra Colombia una de las pocas excepciones. Para nadie es desconocida la cercana afinidad de Petro y del ELN con el castrismo y con el chavismo.
Pasados más de dos años y medio del periodo de este gobierno, su intención en lograr la paz ha tenido muchos impases, especialmente con el ELN, y esos tres meses anunciados, se han extendido en el tiempo, convirtiéndose en una frustrante realidad para el mandatario y para los colombianos, pues la organización armada no ha dejado de secuestrar, extorsionar y asesinar. Ciertamente, este ha sido un proceso tortuoso, en el que negociadores y el mismo presidente imploran a la organización que demuestre su deseo de paz, que demuestre su voluntad para llegar a acuerdos; pero esa súplica, casi que humillante, solo ha recibido como respuesta muestras de la fuerza de la violencia armada sobre los colombianos indefensos y sobre los miembros de la Fuerza Pública.
El ELN lo hizo de nuevo. Ha probado, una vez más, ser una fiera rabiosa que muerde sin compasión la mano generosa de los gobiernos que le han ofrecido el alimento de la paz. Muchos no entendemos qué espera ver el Gobierno para que entienda que esta organización no tiene interés en negociar, que no va a dejar esa rentable actividad criminal y que por defender sus rentas ilícitas no dejará de hacer lo que está haciendo.
Lo más leído
El gobierno de Gustavo Petro Urrego no ha sido el único que ha extendido el mantel de la paz para invitar al ELN a la mesa de negociación. Gobiernos anteriores también lo han intentado y podríamos comenzar por los esfuerzos realizados entre los años de 1974 y 1975 con López Michelsen, en que mostraron interés en acogerse a la paz a cambio de una amnistía que se frustró gracias al violento actuar de la organización. Entre los años de 1990 a 1994, en el gobierno de César Gaviria, se logró abrir una buena posibilidad que se esfumó, finalmente, por el asesinato del exministro Argelino Durán.
Ernesto Samper también hizo su esfuerzo, pero el ELN respondió con una ola de secuestros en todo el país, no permitiendo avance alguno. Andrés Pastrana también lo intentó, pero el poco interés del ELN fue superado por las altas expectativas de los diálogos con las Farc en San Vicente del Caguán. Con Uribe Vélez hubo algún acercamiento y se elaboraron borradores de acuerdos que no avanzaron. En el gobierno de Juan Manuel Santos se dio inicio a diálogos que se extendieron hasta el periodo de Iván Duque, pero estos esfuerzos se perdieron cuando el ELN realizó el miserable atentado con el que enterró los sueños de 21 cadetes que fueron asesinados cuando se formaban como oficiales, líderes sociales, en la Escuela de Cadetes de la Policía.
Los diálogos con el ELN han sido una demostración repetida de frustraciones, no solo para el Gobierno, sino para los colombianos. Cada proceso que se adelanta con ellos, en cada gobierno que lo ha intentado, se ha caracterizado por la enorme violencia de las acciones terroristas en medio de las negociaciones, y en este gobierno, pese a la afinidad que tienen, no ha sido la excepción. Esta organización hace muchos años perdió su carácter ideológico; el propósito de tomarse el poder dejó de ser su meta.
El autodenominado Ejército de Liberación Nacional (ELN) no es ni la mínima sombra de las guerrillas de ayer; hoy es tan solo una organización criminal, armada y organizada que emplea tácticas de guerrilla y cuyo único interés es asegurar el control territorial para seguir con el dominio de la industria de la coca, la explotación del oro y del coltán. El ELN lo volvió hacer, como lo ha hecho muchas veces, ha mordido la mano generosa que le ofrece la paz, para ellos y para los colombianos.
El gobierno de Gustavo Petro, dados los últimos sucesos, debe cerrar de manera definitiva esa mesa de negociación, pues es evidente la falta de voluntad para ello de la organización armada, y debe plantear una figura diferente a un acuerdo de paz. Debe estructurar un modelo de ley de sometimiento para que los integrantes de la organización que decidan dejar de delinquir se acojan a ella, y aquellos que persistan en su actuar criminal sean perseguidos por la justicia y sometidos por la majestad del Estado.
Pero Gustavo Petro también debe entender que para que una ley de sometimiento sea efectiva, el Estado debe hacer uso de todas sus capacidades, policiales, militarse y judiciales; debe desprenderse de ese pesado manto de debilidad e incapacidad que le cubre gracias a los errores en el diseño de la paz total. Debe demostrar que el Estado tiene la fuerza y la capacidad para recuperar los territorios, sostenerlos y desarrollarlos socialmente. Debe aplicar la fuerza legal y legítima del Estado para enfrentarlos y expulsarlos de las zonas que hoy ocupan, replegar a los que queden, al otro lado de las fronteras, sin que tengan la capacidad que hoy tienen para concentrarse y planear sus acciones criminales.
El Gobierno debe enmarcar las acciones del ELN como crímenes comunes, asociados al narcotráfico y al terrorismo, debe quitarles esa salvaguarda del delito político; debe perseguir a los miembros de esta organización delincuencial, sin esperar de su parte gesto alguno que muestre voluntad de paz, pues no lo va a hacer, salvo que esa voluntad sea la de entregar las armas y someterse a la ley. Lo que Colombia ha presenciado, con el silencio complaciente de quienes en otras épocas gritaban “SOS, ¡nos están matando!”, es muestra suficiente de que tal voluntad no existe. Decenas de cadáveres regados en tierras del Catatumbo son la prueba de ello.
El ELN lo volvió a hacer. Ha tirado a la caneca de la basura la oportunidad de mostrar que la izquierda en el Gobierno podría traer la esquiva paz a los colombianos. El ELN demuestra, una vez más, que siempre que accede a sentarse en una mesa de negociación es con la firme intención de lograr espacio y tiempo para su reorganización, para su crecimiento en hombres y armas, para su expansión territorial. Cada vez que el Gobierno insiste en negociar, en buscar acuerdos con la organización, ellos lo toman como una debilidad, como una demostración de la incapacidad del Estado para combatirlos militarmente y someterlos. El hecho que se mantengan fuertes, como lo han demostrado en zonas como Arauca, Norte de Santander y aun en el Cauca, le da fuerza a esa percepción.
La paz es un sueño de todos; hay que darle oportunidades, hay que buscarla como sea posible, pero el arrodillar al Estado para lograrlo no siempre es la fórmula apropiada. Lo que está pasando con el ELN no debe ser motivo de alegría para alguna persona, y espero que este escrito no sea considerado como una apología a la “guerra”, y mucho menos por ello me señalen como enemigo de la paz, pero hay que reconocer que con esta organización se ha excedido la generosidad estatal y que sus cabecillas esta vez lo volvieron a hacer, frustrando otra iniciativa para alcanzar la convivencia pacífica en nuestro país.
Un gran sector de los colombianos tratamos de entender el idealismo con que este gobierno ha puesto sobre la mesa la intención de la paz, pero vemos con preocupación que la realidad de los territorios no llega al palacio de gobierno donde, según cuentas del mandatario, “vivimos en una Colombia más segura”. Preocupa el silencio sepulcral de un Ministerio de Defensa que parece sin cabeza.
Algunos dicen que esta crisis en la seguridad del país, especialmente con el ELN, es parte de una estrategia planteada dentro del escenario de un año preelectoral, ¿será? Mientras tanto, el Catatumbo no es la “capital nacional de la paz”, como lo había propuesto el mandatario; hoy el Catatumbo es un campo de desolación, de muerte, terror, dolor y de desplazamiento. Todo, en el país potencia mundial de la vida.