
Opinión
El mito de los dos extremos en Colombia y el imperativo de la unidad
La llamada “extrema derecha” ha sido una fabricación propagandística de la extrema izquierda.
Hay una narrativa política falsa según la cual en Colombia existe la extrema derecha. La verdad es que el único extremismo político con representación en el Congreso desde hace tiempo, y que hoy además gobierna, es la extrema izquierda. El estándar para medir el extremismo político debe ser la Constitución: quien se ponga fuera de ella es un extremista; el resto son tendencias políticas legítimas. En ese sentido, ya está claro que Petro y quienes han gobernado con él, incluyendo al santismo, son extremistas porque repudian a la Constitución y todos los valores democráticos que esta representa. De hecho, ya no se molestan en ocultarlo, pues cambiarla se ha convertido en el eje de su campaña, como lo fue para Hugo Chávez en la suya de 1998. La llamada “extrema derecha” ha sido una fabricación propagandística de la extrema izquierda y de aquellos que se autodenominan de centro.
La extrema izquierda inventó a la extrema derecha para desviar la atención de su propio extremismo y demonizar a quienes, desde una visión ya fuera liberal o conservadora, se les han opuesto con decisión. Ese artilugio propagandístico les ha funcionado muy bien, tanto que les ha dado una falsa superioridad moral aun a pesar de los vínculos innegables que han tenido y siguen teniendo con los grupos armados y la deriva autoritaria que los inspira.
El truco propagandístico ha sido muy rentable también para los que se posicionan como de centro, porque, al poner a los contradictores políticos que tienen a su derecha como el otro extremo, intentan posicionar como la única salida democrática. Es entendible que la extrema izquierda juegue sucio y demonice a sus contradictores, pero es lamentable que los del supuesto centro lo hagan, porque eso es desleal con la democracia, rebaja el nivel del debate e impide el cotejo de ideas, ya que lo que se busca es la anulación del contradictor como ilegítimo e inmoral.
Ciñendo las fuerzas políticas a los linderos de la Constitución, la extrema izquierda, es decir, el petrismo y el petro-santismo, queda por fuera, con lo cual el espectro de las fuerzas democráticas legítimas presenta su configuración real: los que hoy se llaman de centro, como Sergio Fajardo, son la verdadera izquierda democrática. Son demócratas, no se puede negar, pero, a la hora de hacer cumplir los preceptos constitucionales, prescriben la equidistancia como reivindicación del falso centro que han inventado.
Por ejemplo, es obligación constitucional darle seguridad a los colombianos y también lo es la igualdad de todos frente a la ley. Lo que propone el centro es un punto equidistante entre la seguridad y el caos, como queda comprobado con la propuesta de Fajardo de fortalecer a las Fuerzas Armadas, pero con el fin de lograr un acuerdo de paz con los violentos. Mientras tanto, Abelardo de la Espriella también propone el fortalecimiento de las fuerzas, pero no para negociar después con los violentos, sino para someterlos. En el mundo de Fajardo, se termina en una negociación con los criminales que los multiplica, como ocurrió con el acuerdo de Santos, y con una transgresión adicional a la constitución, pues se les da a los violentos tratamiento diferencial frente a la ley, es decir, impunidad.
A Abelardo, por su compromiso con la constitución, lo llaman facho, pero Fajardo, con su equidistancia, se presenta como moderado, y eso lo venden como una virtud. Que nadie se equivoque, ser firme en convicciones como el imperio de la ley o la libertad nunca será extremismo. No puede haber equidistancia entre la libertad y la servidumbre; no puede haber un punto medio en la igualdad de los ciudadanos frente a la ley ni frente a su imperio, porque la ley es el escudo de los más débiles.
Ese engaño de los dos extremos tiene a Colombia en grave riesgo de caer definitivamente en las garras del único extremo que hay, porque está impidiendo que la izquierda democrática vaya a una consulta con el resto de fuerzas democráticas del país para defender la Constitución. Es increíble que personas como Sergio Fajardo o David Luna no entiendan que este no es el tiempo del branding, que si perdemos ante la alianza petrismo/petro-santismo, Colombia no volverá a tener elecciones libres.
Una gran alianza democrática para defender la Constitución nacional que vaya desde Sergio Fajardo hasta Abelardo de la Espriella, como ha propuesto el presidente Uribe, es el antídoto para la tiranía en ciernes, y seguramente ganaría en primera vuelta. Esa tesis de David Luna, de que es mejor ir divididos para pasar ambos a segunda vuelta, es una fantasía; eso solo le garantizaría a los extremistas un cupo a la segunda vuelta, y ahí los grupos armados y el dinero inclinan la cancha a su favor.
En las horas más oscuras, solo la unidad de las fuerzas democráticas salva a las naciones. El narcisismo moral de los políticos del “centro” debe ser dejado a un lado. Que no les dé miedo salir a exponer sus ideas, compitiendo con los otros demócratas a su derecha, sin el doping de satanizarlos por lo que no son. Si sus ideas son tan buenas como dicen que son, si creen que ser moderados y equidistantes en estos tiempos de emergencia es una virtud, pues que compitan. Y si ganan, los apoyamos. Pero no le fallen a Colombia, no le fallen a sus hijos: acepten una gran consulta en defensa de la Constitución.
