OPINIÓN

El rey de los animales

Como dije aquí hace muchos meses, el que cabalga un tigre no puede desmontarse, porque se lo come el tigre

Antonio Caballero
2 de agosto de 2009

Pensaba componer con orden una serie de artículos sobre los numerosos precandidatos presidenciales, un bestiario nacional, continuando la tradición de fabulistas que va de Esopo a Augusto Monterroso. El áspid, sí, y luego el sapo, el zorro, el mico, el asno, el camaleón, etcétera. Pero salieron las declaraciones del presidente Álvaro Uribe a Hernando Corral en la nueva revista que, como la vez pasada, fundó para explicar su nueva reelección. Y cuando el león lanza su rugido, todos los candidatos a reyezuelos de la selva corren a esconderse en sus madrigueras, temblando.

Rugió Uribe -si cabe la palabra: pues lo hizo a su acostumbrada manera sesgada e indirecta, modosita y gazmoña, que los uribistas, en su desvarío, llaman "frentera"-, rugió Uribe, santurronamente amenazante, lo siguiente:

- En eso (de su segunda reelección presidencial) hoy están involucrados el Congreso, la Corte Constitucional y la ciudadanía. La verdad es que yo tengo que ser muy prudente. Lo que le preocupa a uno es que las piruetas politiqueras afecten la voluntad popular, que no debería ser.

Por "piruetas politiqueras" entiende Uribe la denuncia de los vicios que han tenido sus proyectos reeleccionistas. La compra por cohecho de los votos del Congreso y el amedrentamiento de la Corte para la aprobación de la inconstitucional primera reelección, la turbiedad impenetrable e inexplicada de la financiación de la recolección de firmas para el referendo sobre la segunda, las intempestivas sesiones extras del Congreso para la discusión del tema, la irregularidad de las votaciones, las amenazas a los magistrados de las Cortes, la inconstitucionalidad del referendo mismo y la avivatada del 'Plan B' para convocar una Asamblea Constituyente si el Congreso esta vez pretende venderse demasiado caro. Por "voluntad popular" entiende, claro está, la de su propia segunda reelección. Eso es, según él, lo que reclama el pueblo, en esa nueva doctrina democrática proclamada por él en remedo de las "mayorías silenciosas" de Richard Nixon que se llama el "Estado de Opinión". La "fase superior" del Estado de Derecho, como explicó en su discurso del 20 de julio ante el Congreso. Una fase en la que la Constitución y las leyes y el respeto por las instituciones son elementos desdeñables sustituidos por la comunión directa y sin intermediarios entre el pueblo y el jefe (el "Ein Volk, ein Reich, ein Führer" de Hitler al que me referí aquí mismo a mediados del primer gobierno de Uribe). Esa comunión se expresa en forma de democracia directa y local en los consejos comunales en los que Uribe reparte personalmente subsidios entre los pobres, y en el otro extremo del espectro socioeconómico en las convenciones de los grandes gremios en las que anuncia a los ricos gabelas tributarias. Y la voz del pueblo, que es la voz de Dios, se expresa también de modo casi milagroso en las levitaciones de Uribe ante el cadáver del beato Marianito o en sus trances de transfiguración mística ante la Virgen de los Remedios de Riohacha. El "Estado de Opinión" se resume en una frase del 'Patriarca' vitalicio de la novela de García Márquez, que también he citado aquí con respecto a Uribe: "Esa gente me adora".

Y es el "Estado de Opinión" lo que, en su propia opinión, legitima a Uribe para ser Presidente otra vez, o cuantas quiera. Con referendo o sin él, con Congreso o sin Congreso, con la aprobación de la Corte o con la Corte cerrada (personalmente, pongamos por corazonada, por el uribista general Naranjo). Pues tampoco es que sea tan sólida como dicen, ni tan tradicional, nuestra "tradición legalista". Así lo muestran no sólo el cierre del Congreso por Ospina, sino una y otra vez las Constituyentes de bolsillo de Reyes, de Gómez, de Rojas, y la fallida de López Michelsen, y la farsa de la 'séptima papeleta' para la Constituyente del 91. Y los constantes y estruendosos pero impunes fraudes electorales, desde el 'Registro de Padilla', de la Hegemonía Conservadora para las atípicas votaciones 'para-políticas' que tienen hoy a tantos parlamentarios en la cárcel (y a Uribe en la Presidencia), pasando por las elecciones con candidato único de López Pumarejo y de Laureano Gómez y el robo a Rojas de Carlos Lleras (que nos dio dos Pastranas).

Para no hablar de -no sé si los lectores quieran recordarla- la Violencia.

Que sigue ahí.

Así que no tienen por qué hacerse muchas ilusiones nuestros numerosos precandidatos presidenciales. Uribe también sigue. Como dije aquí hace muchos meses, el que cabalga un tigre no puede desmontarse, porque se lo come el tigre.

Aunque quién sabe... Ha habido casos en que al jinete del tigre, así sea él mismo un león, lo devoran las hienas, con todo y tigre. Y las hienas, como han señalado con pertinencia los fabulistas, andan en bancada. Como los uribistas.n