Robinson Giraldo

Opinión

El show del antiestadista: crónica de la algarabía en Medellín

Lo que presencié no fue la presentación de un estadista, sino la encarnación del populismo de derecha, la trampa de una sociedad con memoria de pollo, que en su desesperación asiste a la manipulación del miedo cada cuatro años.

Robinson Giraldo
30 de septiembre de 2025

Antioquia es cuna fértil de buena academia y personas muy inteligentes. El pasado fin de semana, en un salón de eventos de Medellín, asistí a la presentación de Abelardo de la Espriella como precandidato presidencial. Confieso, como paisa montañero, que ya tenía un prejuicio del costeño: un parlanchín al que debía conocer en persona y dar el beneficio de la duda, para equilibrar mis calificativos. Lo que prometía ser un encuentro con ideas potentes transformadoras de la debilidad del Estado terminó siendo una radiografía del vacío político, que no promete nada distinto a la eterna improvisación del populismo en Colombia.

Desde el primer momento, la puesta en escena fue reveladora: un empresario elitista, sin trayectoria política, que de entrada presume no necesitar ayuda de recursos ni recibir aportes de sus seguidores, lo que despierta inmediatamente la inquietud de un comportamiento psicosocial que se asocia al traqueto estrambótico, que quiere impresionar con su riqueza, por cierto cuestionada en negocios non sanctos, del pasado con narcotraficantes y testaferros de la sucia dictadura venezolana, relación que parece no estuviese lejos de traspasar los límites de la ética y de la simple relación profesional.

De entrada fue chocante. No conozco verdaderos ricos, que están alardeando sus fortunas a los cuatro vientos, al contrario, guardan con prudencia y austeridad sus relaciones, muy contraria a quien se presentó como el salvador del país, a quien tenemos que agradecerle, por venirse desde la comodidad de su vida exquisita en Italia, no por vocación de servicio social, sino por ‘sacrificio’ en un país ordinario de campesinos que disfrutamos del sancocho y el ajiaco. No por convicción, sino por negocio. Inmediatamente, mi aguda malicia indígena me advirtió: ¡Ojo que esta caranga sería capaz de aliarse con la mafia italiana pa’ alimentar su delirante glamour de rico europeo!

La narrativa “del Putas” empresarial que baja de su pedestal ostentoso para “rescatar” a la nación es, en sí misma, una ofensa a la inteligencia colectiva y a mantener a los auténticos empresarios, base fundamental de las ideas liberales, la propiedad privada, el mercado y el capitalismo en un relato errado de exterminadores, que nos asocia como simples espectadores pasivos de la corrupción y notarios de las ocurrencias superficiales de candidatos, que usan la habilidad de una oratoria intrascendental para llegar al poder y dejar el país igual de cansado, o peor, repitiendo periodos estériles.

Lo que siguió fue una sucesión de gestos arrogantes y verbales agresiones. En medio de su intervención, interrumpió a un empresario que atendió una llamada para que colgara, alegando que “lo desconcentraba”. El gesto no fue anecdótico: fue el síntoma de una emocionalidad desbordada, donde el deseo de destripar rivales supera cualquier intento de construir reformas estructurales. ¿Cómo será este señor con poder? Su monólogo de Perogrullo del que hablan todos: seguridad, seguridad, seguridad. No hubo propuestas para contrarrestar la quiebra del Estado, ni para cerrar brechas en educación. Solo una catarsis de odio, un odio que me pareció fingido con el propósito de conseguir un beneficio, parecía más bien una simulación de parodia forzada de Bukele, Milei y Uribe juntos.

Su zalamería costeña elevada a la máxima potencia, convirtió la exposición en un anecdotario sin visión de país, atropellos al ordenamiento jurídico y ligerezas sobre los asuntos de seguridad nacional, a ideas volantonas, circenses y carentes de rigor. Frases como “Yo soy un tigre que ruge y muerde” no solo carecen de contenido, sino que revelan una obsesión por parecer rudo, antes que convincente. El desconocimiento de la naturaleza del Estado fue evidente, y su falta de originalidad aún más: se limitó a repetir las ideas de Álvaro Uribe Vélez como si fueran propias buscando despertar euforia paisa en los incautos seguidores, sin aportar una sola innovación al discurso, pegándose de una virtud ajena. ¡Yo me imagino a Uribe escuchándolo y diciendo mentalmente: “¡No trabajés con la medicina mía, marica!”

Lo más grave fue su lenguaje incitador al exterminio, su desconocimiento por los tratados internacionales que prohíben la apología del odio y su constante apelación a la violencia como solución sin resolver el acumulado histórico de inequidad territorial. Si llegara a ser presidente, no sería símbolo de unidad nacional, sino de fractura institucional.

Al finalizar, no permitió preguntas ni interacción con los asistentes. Cerró su intervención como quien lanza una sentencia, no como quien abre un diálogo. El desprecio por la escucha fue tan evidente como su incapacidad para articular una visión de país.

Lo que presencié no fue la presentación de un estadista, sino la encarnación del populismo de derecha, la trampa de una sociedad con memoria de pollo, que en su desesperación asiste a la manipulación del miedo de cada cuatro años, que va del timbo al tambo, sin un proyecto serio de país y aplaudiendo los delirios personalistas que una vez en el solio de Bolívar, radicalizan el ejercicio de su mandato encarnando el espíritu monárquico de este presidencialismo obtuso.

Colombia no necesita tigres que muerdan; necesita estadistas que fortalezcan las instituciones. Necesita líderes que unan, no agitadores que dividan. Lo que vi en Medellín fue una advertencia: si los empresarios seguimos premiando la superficialidad y la irresponsabilidad, estaremos condenando a nuestra nación a la ignorancia política y al fracaso histórico. Ojalá, llegue un león o leona de una derecha responsable, que sin tanto aspaviento ejerza un verdadero ejemplo de buen liderazgo y aplomo.

Noticias Destacadas