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Fumar y rezar

Tanto han cambiado las partes que ha podido decirse, exagerando apenas, que las banderas de las Farc son las promesas del actual gobierno: reparación de víctimas, restitución de tierras.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
26 de enero de 2013

Curiosa situación en la que estamos sobre la guerra y la paz. Sabemos que se habla, pero no sabemos qué se habla. Solo oímos los ruidos que se hacen para la galería: los discursos semanales en La Habana de los plenipotenciarios de las Farc, que proponen esto o aquello: cese al fuego, asamblea constituyente; los silencios de los plenipotenciarios del gobierno, que no proponen ni esto ni aquello. 

Y las contradictorias intervenciones de otros funcionarios del gobierno en Bogotá: el ministro de Defensa, el de Agricultura, el del Interior, el propio presidente, que unas veces dicen esto y otras aquello.

Porque frente a la galería, que somos nosotros – “la sociedad civil”, nos llaman a veces los a su vez llamados “actores del conflicto”–, la guerra retórica sigue en todo su furor. Insultos y acusaciones van y vienen. Las Farc se comportan como si hubieran ganado: conminan, exigen, llaman a comparecencias de rendición de cuentas. Juan Manuel Santos dice que las Fuerzas Armadas “van con todo”. Y en el terreno sigue también la guerra a tiros, que solo amainó un poco con la tregua navideña sostenida unilateralmente por la guerrilla. Pese a lo cual hay indicios de que por detrás, discretamente como estaba previsto, los que discuten en La Habana están llegando a acuerdos. Iván Márquez, por las Farc, habla de “coincidencias diagnósticas”. Humberto de la Calle, por el gobierno, usa la misma palabra: “Hay coincidencias en el anhelo de transformar el campo”. Se han logrado, como dicen con cautela, “aproximaciones”.

Para empezar, la obvia: siguen reunidos en La Habana. Y sobre la “política de desarrollo agrario integral”, que es el punto de la agenda de turno sobre la mesa, lo que se filtra por entre las rendijas es que se ha llegado a sorprendentes cercanías de concepto, impensables hasta hace muy pocos años. Y es que los contendientes han cambiado, y también ha cambiado el marco en disputa, que es el campo colombiano.

Ha cambiado el campo por la violencia misma a que ha estado sometido durante todos estos años. La de las propias guerrillas, la de los narcoparamilitares que surgieron contra ellas y en alianza con muchos representantes de la clase política, de las fuerzas militares y, claro está, de los terratenientes, nuevos y viejos, tradicionales y emergentes, incluso modernizadores. La propiedad de la tierra en buena medida ha cambiado de manos,  y el latifundio actual no es ya la herencia casi inmemorial del despojo originario de la conquista de América; sino que las víctimas del despojo están vivas (en los semáforos), y los despojadores pueden ser legalmente expropiados(si se dejan: esa es otra historia). Y más todavía va a cambiar el campo cuando entren en plena vigencia los tratados de libre comercio firmados por Colombia. Y han cambiado los contendientes.

El gobierno de Santos no es el gobierno de Uribe, arcaico, rural, de horca y cuchillo; sino un gobierno urbano, citadino, civilizado. Tan de derecha como el anterior,  por supuesto, pero de una derecha con bases económicas muy distintas. Y por el otro lado las Farc no son ya las Farc arrolladoras de hace unos cuantos años. Han sido duramente golpeadas por el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas debido al Plan Colombia de Clinton y Pastrana, en cuya eficacia muchos no creímos al principio, pero cuyos resultados han sido notables. Y como consecuencia se han vuelto más realistas: ya no piden la revolución, sino apenas unas cuantas reformas: que se expropien los latifundios ociosos, que se limiten las ventas de tierras a extranjeros.

Tanto han cambiado las dos partes que ha podido decirse, exagerando apenas, que las banderas de las Farc son las promesas del actual gobierno: reparación de víctimas, restitución de tierras. Los marranos y las gallinas de Tirofijo que tanto hicieron reír al establecimiento hace 14 años, cuando lo del Caguán.

Pero estamos, decía al principio de esta nota, en una curiosa tesitura entre la guerra y la paz, que se deriva de que las partes enfrentadas reunidas en La Habana han decidido adelantar negociaciones en medio de la guerra. O, si se mira de otro modo, adelantar la guerra en medio de las negociaciones. Lo cual trae a la memoria un célebre ejemplo de astucia jesuítica: fumar mientras se reza es un pecado de irreverencia y liviandad; pero rezar mientras se fuma es, al contrario, el colmo de la virtud.

Ojalá estemos rezando.

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