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Holmes y el caso de los rusos desaparecidos

Neutralizar los intereses de Putin no resulta sencillo. Pero para eso están ellos.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
6 de abril de 2019

La mortecina luz de la tarde cae sobre el barrio La Candelaria, mientras el hombre mira por la ventana. Se diría que es la soledad del poder: el momento en que el estadista sucumbe a su condición humana y siente el desamparado peso de ser hombre. No son momentos fáciles. Desde Rocky IV no se veía que la Guerra Fría recayera de manera tan dramática sobre un personaje específico como sucede con él: con el doctor Carlos Holmes, quien ahora suspira frente a los cristales.

No permitirá que su apellido quede en entredicho, se jura a sí mismo, aunque Holmes no sea su apellido sino su segundo nombre. Siente entonces que desde su natal Cartago se ha preparado para jugar con las piezas de este crítico ajedrez de la geopolítica internacional; que sus manos, otrora manchadas de chontaduro, sostienen el equilibrio de las dos potencias planetarias. Qué impotencia. No piensa fallarle a Occidente, eso nunca. Se sacude entonces de sus pensamientos con un grito a la secretaria:

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–Señorita, llámeme a María Fernanda Cabal. Y que vengan mis asesores. ¡Vamos a ponernos manos a la obra!

En instantes, el despacho de la Cancillería es una sala de crisis. Despliegan papelógrafos y mapas continentales. El canciller y sus asesores se vuelcan sobre un mapamundi, y lo estudian en medio de un tenso silencio.

–No aparece, maldita sea –dice, impaciente, después de unos minutos.

–Sigamos buscando, debe estar cerca de Europa –lo tranquiliza la doctora Cabal.

–¿Y dónde está Europa? –pregunta el canciller.

–Mucho más la derecha –responde ella–, como José Félix.

La situación es crítica. El Congreso colombiano ha recibido una amenazante comunicación de la gente de Putin en que respalda el régimen de Nicolás Maduro. El canciller vallecaucano ha hecho una ronda de consultas con sus embajadores más importantes. Francisco Santos, su hombre en Washington, sugiere mano dura: prohibir los portacomidas y los picaditos de fútbol en la calle para afectar a los rusos. Pero un Holmes es un Holmes, y no reacciona en caliente. Tampoco lo hizo ante las declaraciones desobligantes de Donald Trump contra Iván Duque; declaraciones en que lo llamaba, casi despectivamente, “buen tipo”, ni siquiera “buen muchacho”.

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Aquella vez reaccionó con destreza: acudió a sus alfiles diplomáticos de Miami nombrados por él mismo: el hermano de Paloma Valencia, la suegra de Abelardo de La Espriella. No los llamó por sus nombres, porque los desconocía. Pero con esas señas dio con ellos, y les encargó estudiar posibles respuestas a las declaraciones de su primer aliado planetario. Pero ahora el problema no es Trump. El problema es Putin. Y nada resulta sencillo.

–Definitivamente no aparece la Unión Soviética en este mapamundi –confirma su asesora Cabal.

–No nos confiemos –responde, zorro de mil batallas, el canciller–, en cualquier momento aparece.

–¡Acá en Europa aparece Armenia! –celebra un asesor.

–¿Hay cuyabros en esa parte del mapa? –se sorprende de nuevo.

–Sí, dice que es la zona caucásica… –¡Caucásica, como yo, que soy del Cauca! –se alegra por primera vez, porque siente que al fin juega en su terreno–.¡Sigamos buscando! ¡A lo mejor la Unión Soviética está mucho más cerca de lo que creemos!

Sus asesores se entusiasman. La tensión se convierte en adrenalina.

–Pongan alfileres en el mapa donde haya enemigos –ordena a su vicecanciller.

–Los alfileres se los llevó José Obdulio –le informa–. Los necesitaba para chuzar.

De nuevo el silencio tensa el ambiente. Los asesores piensan. Piensa el canciller. Neutralizar los intereses de Putin no resulta sencillo. Pero para eso están ellos.

–¿Y si armamos un concierto en la frontera con la Unión Soviética? –sugiere María Fernanda Cabal.

–No suena mal –concede el canciller–. El presidente podría ir y pronosticar la caída de Putin en cuestión de horas…

–¡Y llevar ayuda humanitaria a los soviéticos, por si acaso! –indica Pachito Miranda, que por alguna razón aparece repentinamente en escena.

–Si tan solo encontráramos a los soviéticos en el mapamundi... –se lamenta la propia María Fernanda Cabal.

***

La noche ha invadido el barrio La candelaria. En el despacho hay restos de pizza, ceniceros con colillas. El canciller, sereno cirujano de pulso de acero, por ahora gana tiempo. Ha decidido redactar en voz alta un ingenioso comunicado en que al mismo tiempo respeta la soberanía de Venezuela, llama usurpador a Nicolás Maduro, expresa un saludo al pueblo ruso y amenaza a Putin en caso de que atente contra la estabilidad de la región, todo a la vez. Dicta el punto final. Sus asesores celebran y, en medio del aplauso, María Fernanda Cabal lanza un grito exultante:

–¡Acá está! –exclama–. ¡La Unión Soviética se había escondido en este mapa de hace 30 años!

El canciller entonces esboza una sonrisa, mientras llama a José Obdulio para encargarle un alfiler. Lo sembrará en Moscú, piensa, a la derecha de Armenia. Aunque no tan a la derecha como José Félix. *#HolmesDígaleALosRusos

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