Home

Opinión

Artículo

OPINIÓN

En palabras se quedó la cumbre de obispos sobre la pederastia

El papa peca de cómplice, reza por las víctimas y empata quedando bien con discursos llenos de lugares comunes.

Colaborador Externo
27 de febrero de 2019

La tan cacareada cumbre de obispos para la protección de menores se quedó en eso, en cacareo. Ocho puntos inanes para combatir el abuso a menores fueron expuestos por Francisco, sin explicar el cómo y el cuándo. Eso sí, culpó al diablo por los escándalos de pederastia y citó estadísticas que demuestran que a los niños los violan más en la casa que en la Iglesia. El papa peca de cómplice, reza por las víctimas y empata quedando bien con discursos llenos de lugares comunes.

El encuentro se quedó en la promesa de una futura legislación, la creación de leyes contra el abuso —aplicables solo dentro de las 44 hectáreas de Ciudad del Vaticano— y una guía para que los obispos enfrenten las denuncias por pederastia. Documento que no los obliga a denunciar a los sacerdotes abusadores ante las autoridades civiles, ni a entregar a las fiscalías el Archivo Secreto que contiene los registros de todos los casos de abuso cometidos por sus clérigos. Lo más grave: no se tomó la decisión de expulsar a los pederastas y sus encubridores. Del 21 al 24 de febrero se consolidó la cultura del secretismo en la Iglesia, que ha permitido que estos abusos sean tantos, que se tenga que convocar a una cumbre de 200 obispos para mitigarlos.

Ser radical en la Iglesia es peligroso, más cuando los poderes eclesiásticos se han protegido entre ellos por décadas, cobijados por un Estado diminuto, pero de alcance global. Entre ellos se investigan, juzgan y perdonan. Se conocen sus pecados y han creado su propio derecho para redimirlos. Si el encubrimiento es proporcional a la cantidad de abusos, castigarlo destruiría las más altas jerarquías. Francisco tiene las mejores intenciones de limpiar la casa, pero el episcopado le recuerda que todos tienen su pasado, incluso él, a quien acusan de encubrir al recién expulsado exarzobispo de Washington, Theodore McCarrick. Hecho que en septiembre de 2018, no dejó pasar el arzobispo de Medellín, monseñor Ricardo Tobón, quien sutilmente le dijo al papa que lo más grave de la crisis que vive la Iglesia no son los miles de casos de pederastia, sino la acusación que se le hace a él:

“Han generado inquietud y dolor una serie de acontecimientos en los que está involucrada la Iglesia Católica. Los más recientes han sido el informe sobre mil víctimas de abuso sexual por parte de sacerdotes de siete diócesis de Pensilvania en los últimos setenta años; la situación de la Iglesia en Chile creada por numerosos casos de pederastia que al parecer han sido encubiertos; también se han denunciado casos de abuso a menores en nuestra Arquidiócesis y otros escándalos de sacerdotes en diversos lugares; finalmente, lo más grave es la acusación contra el Papa Francisco de que ha encubierto el lamentable comportamiento moral de un cardenal de Estados Unidos”, escribió Tobón.

Monseñor Tobón, vicepresidente de la Conferencia Episcopal Colombiana, salió a la ofensiva, pues 17 casos de encubrimiento a sacerdotes pederastas y abusadores de menores lo tienen contra las cuerdas. Hasta hace poco pretendía ser cardenal y arzobispo primado de Bogotá, y aunque sus aspiraciones ya no son viables, es uno de los beneficiarios de las conclusiones de la reciente cumbre de obispos, pues lo mantiene en Medellín —de donde es arzobispo desde 2010— a pesar de una grave denuncia periodística.

“Dejad que los niños vengan a mí”, investigación que realicé con W Radio Colombia, demostró, con la exposición de 17 casos sobre sacerdotes de la Arquidiócesis de Medellín que habrían abusado de menores de edad, el encubrimiento de la Iglesia Católica. Con excepción de un caso, los demás fueron juzgados por el Derecho Canónico. Mario Castrillón, condenado a cien meses de prisión por abusar de dos menores, pagó parte de su condena en una casa cural, mientras seguía ejerciendo como párroco. Aunque la justicia civil lo encontró culpable, la Iglesia lo absolvió y, tras pagar su pena, monseñor Tobón lo nombró capellán de un prestigioso hospital.

Roberto Cadavid abusó de varios menores en dos parroquias. En 2012 monseñor Tobón lo suspendió tras recibir nuevos señalamientos, pero a los pocos meses lo recomendó y autorizó para trabajar en la Diócesis de Brooklyn, sin informarle a su homólogo los antecedentes del sacerdote. Cadavid ejerció en Nueva York hasta que fue expulsado del ministerio en 2017. El arzobispo de Medellín dijo a W Radio que no sabía que el sacerdote estaba en Brooklyn y que, si hubiera sabido, le habría avisado al obispo. Monseñor Anthony DiMarzio, obispo de Brooklyn, lo desmintió y expuso dos cartas de Tobón recomendando a Cadavid. Además, denunció al arzobispo ante Francisco.

Tres hombres dicen haber sido abusados por uno de los sacerdotes más populares de Colombia, el padre Carlos Yepes, quien ha negado en distintos escenarios todos los señalamiento. Monseñor Tobón no ha tomado acciones, más allá de abrirle una investigación. Sin embargo, en una milimétrica estrategia de desprestigio, apoyada por el arzobispo, Yepes y sus seguidores han emprendido todo tipo de medidas en mi contra y de W Radio. Derechos de petición, tutelas, denuncias penales, 45.000 firmas de feligreses, marchas en Medellín, videos en YouTube y hasta cadenas de WhatsApp divulgando mi número de teléfono han hecho parte de esta “campaña”. La estrategia no les funcionó: la investigación continuó, se publicaron 45 denuncias más y los jueces fallaron a favor de W Radio.

Pero no solo es monseñor Tobón. Son también los obispos de Cali, Santa Rosa de Osos, Santa Marta, Pereira, los Salesianos, Clérigos de San Viátor, Jesuitas y Misioneros de Yarumal quienes coinciden con el arzobispo de Medellín en no denunciar a los sacerdotes pederastas ante las autoridades civiles. Eso sí, registran sus actuaciones criminales en el Archivo Secreto y los condenan a vivir una vida de oración y penitencia en casas sacerdotales. Denunciarlos y hacer que vayan a centros carcelarios, expulsar a los obispos encubridores y entregar el Archivo Secreto a las Fiscalías de cada país sería la respuesta lógica a una pandemia que carcome la Iglesia Católica, pero esta, por el contrario, se atrinchera en la cultura del secretismo para protegerse.

El arzobispo Ricardo Tobón, tan recordado por comprarse una casa de un millón de dólares por cuenta de los feligreses de Medellín, quedó feliz con la cumbre de obispos, que lo mantendrá, hasta el final de su episcopado, en la sede arzobispal más importante de América Latina. Ni el palacio que se compró, ni 17 casos de encubrimiento a pederastas y abusadores ya publicados, ni mucho menos 30 denuncias más contra sus sacerdotes que se investigan y que él bloquea con sus abogados, lo asustan. En un editorial, Tobón dijo que era muy grave que señalaran al mismo papa de haber “encubierto el lamentable comportamiento moral de un cardenal de Estados Unidos”. Hoy esas palabras, ese reclamo, recaen sobre él mismo.

(*) Periodista de la W Radio.

Noticias Destacadas