Opinión
La crisis del estado nación
La crisis del Estado nación en nuestros tiempos es reflejo del creciente nacionalismo económico, social, religioso y étnico.
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Los últimos procesos electorales alrededor del mundo han ido consolidando lo que en mi criterio es una crisis del concepto del Estado nación. Este surgió en el siglo XVII para dar fin al modelo llamado feudalismo. El Estado nación se consolidó en el siglo XIX con el capitalismo y el Estado moderno, pero tuvo momentos dramáticos en el siglo XX. Los procesos electorales a los que hago referencia se han enmarcado en una extrema polarización política, económica y social.
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La idea de armonizar los intereses de cada individuo con los de la comunidad para obtener seguridad y libertad dio como proceso natural la cooperación entre individuos sin renunciar a perseguir su felicidad a través del propio interés. Así se reconoce en la fundación de los Estados Unidos de América, cuya Constitución comienza diciendo:
“Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una unión más perfecta, establecer la justicia, asegurar la tranquilidad interna, velar por la defensa común, promover el bienestar general y asegurar las bendiciones de la libertad para nosotros y nuestra posteridad, ordenamos y establecemos esta Constitución para los Estados Unidos de América”.
El Estado nación nace de la voluntad política de crear una identidad construida alrededor de una ciudadanía dentro de un Estado determinado, que no se define por su idioma o su cultura, sino por sus instituciones políticas y los principios que sus ciudadanos se comprometen a defender.
Esa identidad “nacional” defiende la existencia de una sola nación. De allí también deviene el término “nacionalismo”, un concepto que une al país en torno a valores comunes para lograr cosas que las personas nunca podrían alcanzar solas. Sin embargo, no todas las características del nacionalismo permiten formar y mantener la unión.
Entre otras razones, porque, si bien hay identidad compartida, el orgullo por los logros nacionales, el deseo de autodeterminación, la unidad y la lealtad, también supone un sentido de superioridad, la exclusividad y de expresión cultural.
Luego, bajo una misma autoridad estatal centralizada, pueden entrar en conflicto, o conflictos, las profundas diferencias de sus ciudadanos. Hay historiadores que disputan que exista una sola nación. “Un Estado puede albergar a varias naciones y una nación puede estar dispersa a través de varios Estados”. La Constitución de España señala que el país es indivisible, pero reconoce y garantiza el derecho de las autonomías.
El nacionalismo define “las relaciones entre el Estado, el ciudadano y el mundo exterior”. Si bien es un concepto que une, también podría tender a producir intolerancia, generar recelo y desconfianza frente a ese mundo exterior, al igual que sobre las minorías o grupos internos. Samuel Huntington en 1993 escribió ‘El choque de las civilizaciones’, en el que el relacionamiento de esas civilizaciones variará entre un entendimiento distante y un entendimiento violento, propenso a ambos extremos, siendo la confianza y la armonía formas de relacionamiento ocasionales.
La creciente polarización y la agudización de la crisis del Estado nación van asentando una visión pesimista de que los asuntos exteriores son a menudo un juego de suma cero, en el que los intereses globales compiten y se excluyen con los nacionales. Esa visión al mundo exterior también se replica en la mirada interior. La identidad “nacional” tiene una concepción pesimista, también de suma cero, entre grupos de interés domésticos; cada uno de esos intereses particulares compiten entre ellos, y el Estado no puede servir y satisfacerlos a todos.
En el nacionalismo, inspirado en la superioridad y la exclusividad, la solidaridad muta a la desconfianza, no solo la externa, sino también doméstica.
Con el resurgimiento de los nacionalismos se va edificando el chauvinismo. “La creencia en la superioridad o dominio del propio grupo o personas, a quienes se considera fuertes y virtuosos, mientras que otros se consideran débiles, indignos o inferiores. Esa creencia incluye una devoción fanática y una parcialidad hacia cualquier grupo o causa al que uno pertenece, especialmente porque incluye prejuicios u hostilidad hacia extraños o grupos rivales”.
La crisis del Estado nación en nuestros tiempos es reflejo del creciente nacionalismo económico, social, religioso y étnico. En la extrema polarización ese nacionalismo ha sido un mecanismo electoral muy efectivo para amasar poder, mantenerse en él y normalizar la corrupción, especialmente la corrupción del sector público.
La retórica nacionalista se está usando cada vez más “para eliminar restricciones legítimas al poder del Gobierno. Los líderes se irritan con los controles y equilibrios, necesitan un pretexto para eliminarlos. No pueden admitir que quieren amordazar a la prensa y purgar los tribunales porque les resulta molesto seguir las reglas y preferirían gobernar con autoridad ilimitada”, señala la revista The Economist. El creciente nacionalismo étnico podría hacer que la historia del siglo XX, que fue tan dolorosa y devastadora a través de las guerras mundiales, se repita.